La energía tranquila de Juan Negrín
Una exposición recupera la inmensa figura del médico y político socialista
"Me parecía más útil", escribió Azaña en sus diarios en mayo de 1937, "aprovechar en la presidencia la tranquila energía de Negrín". Se vivía entonces una de las mayores crisis en el Gobierno de la República y, entre las presiones de los comunistas y la propia marcha de la guerra, la situación de Largo Caballero al frente del mismo empezaba a ser una rémora. "Me decidí a encargar del Gobierno a Negrín. El público esperaría que fuese Prieto. Pero estaba mejor Prieto al frente de los ministerios militares reunidos", había apuntado también Azaña en aquellas notas. "Y en la presidencia, los altibajos del humor de Prieto, sus repentes, podrían ser un inconveniente".
La Guerra Civil dio desde ese momento un brusco viraje. La República había conservado Madrid frente a los diferentes ataques que padeció hasta marzo de ese año, lo que confirmó que el golpe militar no había podido imponerse fácilmente y que la cosa iba para largo. "Negrín, poco conocido, joven aún, es inteligente, cultivado, conoce y comprende los problemas, sabe ordenar y relacionar las cuestiones", escribió Azaña. Y una de las cosas que había comprendido el nuevo jefe de Gobierno era que había que ganar esa guerra, fuera como fuera. La democracia tenía que resistir el avance del totalitarismo, y el gran desafío se planteó a través de la consigna "resistir es vencer". Si la República aguantaba pese a su inferioridad, llegaría el día en que las democracias occidentales, que le habían vuelto la espalda con el Acuerdo de No Intervención, no tuvieran más remedio que auxiliarla en el marco de un conflicto internacional contra el fascismo y el nazismo.
"Negrín es inteligente, cultivado, comprende los problemas", escribió Azaña
Resistir, resistir, resistir. Los reveses bélicos, sin embargo, no le dieron respiro
Resistir al totalitarismo: ésa fue la tarea que asumió Negrín en cuanto tomó las riendas del poder. Una exposición en Madrid se ocupa ahora de reconstruir la historia de este hombre de tranquila energía que fue un enorme estadista en una época extraordinariamente compleja de la historia de España, un socialista peculiar, moderado y "no marxista", ferviente defensor de los valores democráticos y que no tuvo más remedio que apoyarse en las disciplinadas fuerzas comunistas para intentar ganar una guerra porque, como bloque compacto, fueron quienes con una mayor entrega compartieron su reto. El comisario de la muestra, organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y que se podrá ver en el Conde Duque hasta el 8 de enero de 2007, es el historiador Ricardo Miralles, autor de Juan Negrín. La República en guerra (Temas de Hoy, 2003).
Dividida en seis bloques cronológico-temáticos, la exposición reconstruye la extrema complejidad de la personalidad de Negrín, su gusto por vivir y su refinada educación, sus éxitos como investigador y fisiólogo, las complicidades que estableció antes, durante y después de la guerra, las complicaciones con las que tuvo que lidiar, su exilio.
Nacido en el seno de una familia burguesa en Las Palmas de Gran Canaria el 3 de febrero de 1892, estudió Medicina en Alemania (allí consolidó su dominio del inglés, el francés y el alemán) y se casó en 1914 con Maria Fidelman, una rusa emigrada, con la que tuvo cinco hijos (las dos niñas fallecieron). Al volver a España contó con el apoyo de Ramón y Cajal y ya en 1916 trabajaba en un laboratorio en los sótanos de la Residencia de Estudiantes. Obtuvo la cátedra de Fisiología, fundó la editorial España, fue asesor técnico en la construcción de la Ciudad Universitaria. En 1929 se afilió al PSOE. Llegó la República y fue elegido diputado en las tres legislaturas. Ya en la guerra, fue nombrado ministro de Hacienda con Largo Caballero.
Desde ese puesto ya mostró su afán por resistir (y vencer). Tomó la decisión (con el apoyo de Largo) de trasladar las reservas monetarias disponibles al extranjero para disponer de liquidez y poder comprar material bélico en el mercado internacional. El oro de España viajó a París y después a la Unión Soviética. Para combatir eran necesarias armas y para comprarlas hacía falta dinero (Franco y los suyos recibieron la maquinaria bélica de Italia y Alemania a crédito). Luego, en mayo de 1937, fue nombrado jefe de Gobierno y comenzó la titánica tarea de unificar militar y políticamente las dispersas fuerzas de la República.
Resistir, resistir, resistir. Los reveses bélicos, sin embargo, no le dieron respiro. Cuando separó a Prieto del Ministerio de Guerra en abril de 1938, parte de su propio partido le volvió la espalda. Después de Cataluña, en febrero de 1939, casi sólo lo apoyaban los comunistas y se produjo el golpe de Estado de Casado. Y llegó la derrota definitiva. Ésa fue la marca que lo acompañó al exilio y, desde el final de la guerra, su labor fue malinterpretada, tergiversada, condenada, olvidada. Murió en París en 1956.
Tan lejos llegó el olvido, que en la sede del PSOE de Ferraz no hay ningún retrato del último jefe de Gobierno de la República. La semana pasada, en la inauguración de la exposición hablaron, junto a Carmen Negrín (nieta del médico y político) y el comisario, Alfonso Guerra, el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, y la ministra de Cultura, Carmen Calvo. Todos elogiaron al socialista incomprendido. También en la casa de los actuales gobernantes es buena la recuperación de la memoria histórica.
Babelia
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