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Crítica:BIENAL DE FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Qué grandes fueron las fatigas

Después de los tres primeros cantes, Terremoto se retiró para dejar a su guitarrista Higuero la interpretación en solitario de unos tanguillos. Cuando volvió a escena para acompañarse él mismo en la canción que inspiró el espectáculo, alguien le jaleó desde el patio de butacas y el cantaor, que afinaba su guitarra, musitó: "Fatiguitas". No cabía duda de que las estaba pasando.

Pero no sólo él, cualquiera de los que apreciamos su cante de jondura y verdad podría estar igual a esas alturas del espectáculo: sufriendo por las fatigas de Fernando que, desde el inicio, presentó una voz preocupantemente rozá.

Es una injusticia del destino por varias razones: porque era su gran noche y porque el artista había confeccionado un programa variado y abierto a la expresión de estilos no siempre cultivados, una muestra de su no muy conocida faceta creadora. Pero se rompió la voz y aquello se convirtió en un calvario que, eso sí hay que destacarlo, él decidió afrontar hasta la última estación, aunque en ello se dejase hasta la penúltima membrana de su garganta.

Calendario

Cante: Fernando Terremoto. Guitarras: Alfredo Lagos, Antonio Higuero. Percusión: Luis Amador. Contrabajo: Miguel Vargas. Viola: Rafael Fernández. Palmas: Manuel Salado, Encarni Benítez, Mibe Vargas. Artista invitado: Moraito. Coordinación musical: Alfredo Lagos. Teatro Lope de Vega, 2 de septiembre de 2006

La batuta de Alfredo Lagos

El espectáculo, que contaba con la coordinación musical de Alfredo Lagos, tenía una concepción de lo más prometedora. Cuando se inició con el jerezano patrón de la bulería por soleá, Fernando casi daba la altura, porque él es de esos pocos artistas que emociona con el primer ayeo. Después abordaría la canastera de Paco y Camarón y, ya con las exigencias de la serrana, y sobre todo de la liviana, la resistencia de las cuerdas vocales alcanzó su límite. A partir de ahí, fue el sufrir. Todo estuvo mediatizado por la pérdida de facultades y, por tanto, de matices, de una voz que no pudo exhibir la conmovedora profundidad de su eco, la herencia genética más preciada que recibió de su inolvidable padre.

De esa forma, la belleza de la malagueña de Chacón y de El Mellizo -con unos interesantes arreglos para guitarra y viola- quedó empequeñecida, y la seguiriya por soleá fue más doliente que nunca. El alivio tuvo forma de guitarra. Primero con Alfredo Lagos, con una concentrada interpretación que fue de los encadenados trémulos de la rondeña a los aires mineros, y luego con la llegada de Moraíto para insuflarle aire en el acompañamiento de los tangos.

Frente a tanta contingencia, el cantaor, lejos de plantearse la rendición, contraatacó haciendo la toná desde la corbata del escenario y sin micrófono. El paso posterior por el tango Cambalache metido en cuplé y las bulerías del fin de fiesta sería ya intrascendente si no fuera porque Fernando se empeñó en seguir cantando sin micro. Le pudo, sin duda, su honestidad.

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