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Columna
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Obsesiones

Antonio Elorza

En una carta dirigida contra mi última columnilla, su redactor aludía a "mis absurdas y desmesuradas obsesiones", en este caso referidas al comportamiento de los etarras coceadores en los procesos de la Audiencia Nacional. El crítico tiene razón en cuanto a la preocupación obsesiva, desde hace décadas, presente incluso cuando había que denunciar la opresión franquista sobre Euskadi, por sacar a la luz los componentes irracionales del nacionalismo sabiniano, portadores de violencia y de muerte. Otra cosa es que se trate de una obsesión absurda, como no lo es aquella que debe inspirar una crítica intransigente hacia otros causantes de desastres en el mundo de hoy, de Al Qaeda a Bush, del Tsahal a Hezbolá. Son obsesiones necesarias.

En el mundo de la opinión de hoy asistimos con frecuencia a obsesiones perversas, incluso para quienes las sufren y hacen sufrir a los demás. El mejor ejemplo viene dado por la interminable campaña del diario El Mundo, en asociación con el sector duro del PP, para enmendar la plana a la realidad del 11-M y cargar sobre ETA la autoría y sobre el PSOE la responsabilidad. Es la reproducción en el orden político de aquella triste, y también interminable, manipulación del crimen de Alcásser en el programa televisivo del Misissippi. Inútil, porque un improbable apoyo ocasional de ETA no alteraría el protagonismo de los islamistas. El resultado no es otro que un enturbiamiento de la vida política y, paradójicamente, una posición de debilidad del PP para ejercer una crítica razonable sobre los grandes temas de la política del Gobierno. No es casual que en la impugnación por inconstitucionalidad del nuevo Estatuto catalán, el protagonismo, en los argumentos que es lo que cuenta, haya correspondido al recurso presentado por el Defensor del Pueblo. Compárense sus términos con la pobreza de las intervenciones del PP.

El recurso de Múgica tiene la virtud de poner de relieve que no estamos ante una suma de infracciones a la ley fundamental, sino frente a la institucionalización de un nuevo tipo de relaciones políticas que por un lado hacen buena la declaración del promotor del invento, Pasqual Maragall, acerca del Estado residual, y por otra generan un escenario de conflictos de difícil salida entre los dos niveles de poder ahora equiparados en nombre de la bilateralidad. Es, pues, una llamada retrospectiva, y por tanto de imposible cumplimiento, a pensar el sistema político por encima de las demandas de los grupos. Mirando hacia atrás sin ira, no hubiera venido mal una preocupación obsesiva por analizar antes de maniobrar y decidir. Y por poner a tiempo al honorable Maragall en su sitio de soñador temerario. Ahora la cuestión adquiere tintes oscuros en el plano político, al hacerse posible un enfrentamiento a posteriori entre el voto de los ciudadanos de una parte del Estado con la lealtad a la Constitución.

La obsesión de ver claro, algo muy diferente de la obsesión por afirmar a toda costa las propias ideas, resulta imprescindible en democracia. Ello requiere, como quería nuestro Feijóo, entregarse a deshacer errores comunes, como los que en torno al tema crucial del terrorismo islámico siguen siendo divulgados por la pluma de teólogos políticamente correctos de las dos religiones, insistiendo en que la yihad no es en la práctica guerra por la causa de Dios y sí "una perversión" (sic) del mensaje, con olvido total y deliberado de lo que puede leerse en los capítulos coránicos como Profeta armado y en las sentencias o hadices que son de obligado cumplimiento. Nada que ver con Averroes o Ibn Jaldún, a quienes repudian los islamistas. Es como si creyéramos que las guerras de Bush tienen un fondo humanitario.

La exigencia es asimismo aplicable a la cuestión más candente, el llamado "proceso de paz", la obsesión por excelencia. Hace bien el Gobierno en seguir adelante a pesar de los signos de fracaso cada vez más amenazadores. No hay ganancia alguna en dar el tajo exigido por el PP. Pero, a la vista de cuanto ha ocurrido en estos seis meses, ¿tenía claro Zapatero qué hacer y ofrecer, y cuáles iban a ser las demandas efectivas de ETA? Hoy por hoy, mejor que se lo piense sin acudir en público a mediaciones o consejos externos que darían la mayor satisfacción a ETA. ¿Y el Parlamento Europeo? Oportunidad y riesgo.

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