En Piraña por el sureste de Líbano
Una patrulla de infantes de marina recorre en un blindado 73 kilómetros para asegurar las comunicaciones
"Piñaaaa, de ahora en adelante, tú apuntas lo que yo te digo", avisa el teniente José Antonio Sal Durán al soldado Francisco Piña en el mismo instante en que el blindado Piraña (vehículo de combate) de los infantes de marina españoles sale de patrulla desde la base de Taibe, en el sureste de Líbano. La misión, bautizada Alfa 26-02, tiene como objetivo asegurar las comunicaciones entre las patrullas y el mando central por los caminos menos transitados de la zona de vigilancia que les ha tocado. Son los últimos preparativos antes de que estos militares se pongan a las órdenes del general francés Alain Pellegrini, el jefe de la Fuerza Interina de Naciones Unidas para Líbano (FINUL). "Vamos a probar las comunicaciones cada kilómetro. Si no hay cobertura, los técnicos tendrán que orientar la antena, poner más repetidores, lo que sea necesario para que ninguna patrulla quede aislada ni por un instante", explica Sal, el jefe de la misión.
Unos muchachos gritan desde una camioneta: "Hezbolá, Hezbolá... Váyanse"
"Cada día procesamos la información: desde las minas sin explotar hasta un bache"
Lento y pesado, el vehículo se pone en marcha precedido por un Hummer que irá observando el camino para evitar que el blindado se meta en una calle demasiado estrecha o en un camino nada recomendable para semejante mole. Quince minutos después de partir, a las 9.45, se oye: "Piña, anote, primer control". Piña tiene 20 años y es del Puerto de Santa María. Líbano es su segunda misión en el extranjero, después de Bosnia, lo mismo que para su compañero Benedicto Engura, criado en Madrid pero nacido en Guinea Ecuatorial hace 25 años. Frente a ellos, el novato: el gallego Alejandro Martínez, un muchacho callado. Junto a él, el veterano: José Manuel Bocanegra, 22 años y más de cuatro en la marina, chisposo y con ascendente sobre sus camaradas, este oriundo de Cartagena emerge como el "organizador" del grupo.
Para los tres soldados dentro del Piraña que ya han estado en otra misión, la de Líbano les parece "más real" que la de Bosnia. "En aquella está todo dicho y en ésta todo por hacer", dice Piña. Los cuatro soldados son solteros, pero al menos Bocanegra tiene una novia desde hace tiempo y Engura "una amiga con derecho a roce", como él dice. "Echamos de menos a nuestras familias pero estamos bien, estamos contentos", dice Bocanegra en nombre de todos. En la base de Taibe desde esta semana ya hay lavandería y comida casera, se acabaron las raciones y los bocadillos. El comandante Pedro Díez, uno de los portavoces de las fuerzas españolas, se relamía pensando en que uno de estos días habrá paella. Los 80 legionarios que estaban Taibe ya están en la localidad de Blat, pegada a la ciudad cristiana de Marjayún, junto a los 170 ingenieros y pontoneros que llegaron ayer a Beirut a bordo del buque Pizarro. "Son ellos los que pondrán en pie el cuartel general para los 1.100 efectivos del contingente", informa Díez.
El Piraña ya lleva un buen rato por la carretera que va hacia Al Kantara cuando gira hacia el sur. En Rabbat et Talatine los niños salen a la calle al paso del vehículo, aunque sólo unos pocos adultos saludan y la mayoría ignora la patrulla. La escena se repetirá en cada pueblo, salvo en un par de ocasiones donde unos muchachos mirarán al convoy con desconfianza y otros, sobre una camioneta, gritarán: "Hezbolá, Hezbolá... Váyanse".
En Markaba, otra patrulla española de dos Hummer pasa en dirección a la base. Desde una montaña, una torre de vigilancia israelí es testigo del encuentro. Están tan cerca que con unos buenos prismáticos pueden saber lo que los españoles hablan leyéndoles los labios.
Al paso por Taloussa la patrulla divisa un cráter dejado por una bomba. "Todo lo que no es normal lo informamos a la FINUL", dice Sal. "Incluso si viésemos a una decena de personas cruzando la frontera no podríamos hacer nada, sólo informar", apostilla Díaz. "Toda la información de las patrullas se procesa y cada día tenemos los últimos datos, desde la localización de minas o bombas sin explotar hasta un bache", añade. Se supone que los militares españoles, además de operar bajo el paraguas de FINUL, deben trabajar codo con codo con el Ejército libanés. Sin embargo, no hubo ni rastro de las fuerzas locales en los 73 kilómetros recorridos por la patrulla durante cuatro horas y media.
El convoy se detiene, el camino es muy estrecho y una camioneta cargada con unas cabras aparece en dirección contraria. El Hummer y el Piraña retroceden para cederle el paso. "Hay que dejar que la gente haga su vida como siempre, no podemos ni interferir ni estorbar en la vida cotidiana", explica el teniente Ángel Muiño, portavoz de los infantes de marina. Habiendo dejado atrás los pueblos de Beni Hayam, Markaba por segunda vez y Hula, el teniente Sal decide hacer un alto para estirar las piernas y comer un bocadillo. Otra vez la consigna es no molestar a la población: es Ramadán y no se puede beber, comer o fumar fuera del blindado.
En la pausa se presentan el jefe del carro, el sargento Miguel Hidalgo; el tirador, Daniel Campoverde, nacido en Ecuador; y la conductora, María Moreno. Los tres llevan años en la marina y han participado de las misiones de los Balcanes y Haití. Saliendo de Hula hacia Aitarún, por una carretera más que secundaria entre montañas, los militares ven un gran terreno con varios círculos quemados. Sin duda es una zona desde la que Hezbolá lanzó cohetes Katiushas hacia Israel durante la reciente guerra. El área es una de las más extensas y menos pobladas del sureste libanés y, de momento, sólo el Ejército español vigilará que por allí no vuelvan a "florecer" las lanzaderas de la milicia chií.
El blindado rechina, se retuerce en las callejuelas de Blida, de Meis el Jabal, de esos pueblos por los que las fuerzas españolas pasarán todos los días durante no se sabe cuánto tiempo. Dentro del Piraña, los cuatro soldados soportan ya a duras penas el sofocante calor que hace más agobiante el interior del vehículo.
Pasadas las dos de la tarde, la patrulla regresa a la base de Taibe por un camino tortuoso que no había sido explorado. Piña ya no toma apuntes, la misión ha terminado. "Una más", dice satisfecho el teniente Sal Durán.
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