Con sello de urgencia
El desgraciado episodio que ha culminado con la retirada de la programación del teatro Español de Madrid, de titularidad municipal, de la obra Lorca somos todos, de la que es autor Pepe Rubianes, reclama, más allá de la evaluación estricta de cada uno de los pasos recorridos, de la evaluación negativa de las expresiones vertidas por Rubianes y de la importancia de sus palabras de disculpa, reclama, digo, extraer como conclusión que es urgente recuperar un diálogo armonizador, institucional, político, cultural y social, entre Cataluña y el resto de España.
Cierto que la condición de cómico mal hablado y provocador permite, para los que le conocemos y estimamos, relativizar hasta cierto punto el contenido agresivo de las palabras del habitualmente deslenguado artista, pero no es menos cierto, como recordaba Elvira Lindo en su columna de este mismo periódico del pasado día 13, que "no todos aquellos a quienes molestaron las declaraciones de Rubianes son fascistas. Molestaron también a gente sensata, que teme que el país confunda ese tono cuartelario con el ejercicio de la libertad".
Es verdad que, pese a las disculpas de Pepe Rubianes, un hecho que se ha dado explícitamente en un medio en el que "no hay mucha gente que pida disculpas", el gesto de Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid, de facilitar la suspensión de la representación de una obra programada por el director del teatro Español no parece corresponderse con los hábitos de apertura que uno cree haber reconocido en el señor alcalde, ni con la condición de liberal y progresista que me consta que caracteriza al pueblo de Madrid.
Habrá que reflexionar sobre qué influencias han contaminado nuestro clima político y social común para que desaciertos personales, pese a ser posteriormente rectificados, se conviertan en mitos o símbolos que generen decisiones desproporcionadas y respuestas airadas que dejen de lado la mesura, la serenidad y el diálogo. Como acertadamente afirma Mario Gas, director del teatro Español, en la entrevista publicada en las páginas de EL PAÍS el día 15, "lo que ha ocurrido excede el hecho teatral y entra de lleno en lo que compete a la sociedad", y a la política, añadiría yo.
Probablemente estamos sumando malentendidos, sobre el lecho de tópicos históricos, a los que se han añadido aspectos reivindicativos, mal explicados o mal entendidos, que han acompañado el largo y accidentado proceso estatuario catalán; todo ello aliñado con la vociferante exigencia maximalista de algunos sectores en Cataluña y de la malintencionada magnificación de sectores del resto de España que la han difundido como una amenaza "a la sagrada unidad de la patria". Por paradójico que parezca, se trata de un intento coincidente y a la vez antagónico de crear un ensombrecido telón de fondo del conjunto de las relaciones, no sólo políticas e institucionales, sino también ciudadanas. Y se ha originado un clima que, pese a su origen demagógico y obviamente minoritario, ha conseguido preocupar también a amplios sectores sociales y aun enrarecer relaciones personales, sociales y también económicas, y esto tanto vale para Cataluña como para el resto de España.
El clima electoral que parece permanentemente instalado en el debate político y mediático que gravita sobre la sociedad española, y que en este momento se concreta en la convocatoria adelantada de las elecciones al Parlament, no parece favorecer la dinámica de entendimiento, empeñados los partidos en marcar terreno y enfatizar desacuerdos, sin que hayan sabido o querido encontrar propuestas programáticas que pongan en evidencia la necesaria voluntad de entendimiento solidario del conjunto del Estado.
La gravedad del clima generado aconseja colocar en el primer plano de los programas electorales de las diversas fuerzas políticas, con sello de urgencia, los valores positivos del entendimiento y del consenso solidario. Pero esto, con ser importante, no es suficiente. Es precisa también una reacción social activa, que coloque en el lugar que legítimamente les corresponde a los maximalismos minoritarios e impulse los valores fundamentales del diálogo y del debate. Hay que decir al conjunto de la sociedad española que, con respeto a todas las identidades, es una responsabilidad irrenunciable de todos y cada uno de nosotros contribuir al protagonismo hegemónico del entendimiento.
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