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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos joyas de la literatura británica

Joaquín Estefanía

Keynes ha sido el economista más importante e influyente del siglo XX. Y uno de los más leídos. No sólo lo fue por el valor de sus investigaciones económicas, tan sobresalientes, sino también (como ocurre con la mayor parte de los grandes economistas) por lo multidisciplinar de sus intereses intelectuales, profesionales y personales: político, empresario, inversor, escritor, casado con una bailarina del ballet de Diagilev y, sobre todo, perteneciente al excepcional grupo de Bloomsbury, aquel conjunto de escritores y artistas que marcaron la estética británica y combatieron la moral victoriana a principios de siglo.

Keynes se reunía con sus amigos Lytton Strachey, T. S. Eliot, Forster, Virginia Woolf, Bertrand Russell, Vita Sachville-West, Quintín y Vanesa Bell, Carrington, Duncan Grant, David Garnett... y creaba tendencias. En algunas de esas reuniones, los participantes leían sus recuerdos, con el objeto de revivirlos, en el entendido que lo que allí se dijese no sería publicado. Estos Dos recuerdos forman parte de esa práctica. Presentados por el escritor David Garnett, amigo de Keynes y miembro de Bloomsbury, recuerda al lector que está leyendo lo que se escribió sólo para los oídos de aquellos a quienes el escritor podía hablar enteramente sin reservas y que nunca malinterpretarían su sentido. "La sinceridad y el ingenio son, para muchos, virtudes chocantes que sólo deberían mostrarse en público decentemente veladas. Aquí no hay velos, pero es que estos recuerdos no se escribieron para ser publicados".

DOS RECUERDOS

John Maynard Keynes

Traducción de Miguel Temprano García

Acantilado. Barcelona, 2006 118 páginas. 12 euros

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La literatura con la que se expresa Keynes se asimila perfectamente a esa corriente británica que utiliza la ironía como mejor herramienta. En algunas ocasiones, el Keynes de estas piezas recuerda al mejor Evelyn Waugh. Cada uno de los recuerdos tiene una naturaleza distinta: el primero tiene que ver con la oposición que Keynes mantuvo frente al Tratado de Versalles con el que acabó la Primera Guerra Mundial, y por el que las potencias vencedoras dictaron a Alemania las indemnizaciones correspondientes a ese conflicto. Nuestro economista entendió que esas demandas, que podían conducir al hambre a la sociedad alemana, eran imposibles de satisfacer y arrojarían a los perdedores en brazos del bolchevismo. Acertó en esa imposibilidad y erró en sus consecuencias: no fueron los comunistas quienes se aprovecharon del victimismo, sino los nazis: Hitler explotó fielmente la prolongación del bloqueo de alimentos en Alemania del modo más útil para él, a fin de organizar la propaganda contra el Tratado de Versalles y sus firmantes. Ese tratado convirtió a los verdugos en víctimas.

Todo ello lo reflejó fielmente Keynes en uno de sus mejores libros: Consecuencias económicas de la paz. Antes de publicarlo, obsequió a sus amigos con la lectura de la pieza titulada El doctor Melchior, en la que no hay análisis técnicos ni cifras, pero sí el contexto en el que se desarrolló la Conferencia de Paz que parió el Tratado de Versalles (a la que asistió Keynes como delegado británico), y la ceguera de muchos de los participantes. Nuestro autor critica la inflexibilidad francesa (Clemenceau) y a aquellos políticos para los que sólo los asuntos militares tienen importancia, por lo que "nueve décimas partes de los asuntos de la humanidad quedan fuera de su campo de visión". El fracaso de Versalles promovió, pocos años después, la Segunda Guerra Mundial porque en muchos de los que lo negociaron no había otra idea que no fuera "la eliminación y humillación de un enemigo despreciado y derrotado".

El segundo divertimento, Mis primeras creencias, es mucho menos solemne, pero su interés para conocer la sociología cotidiana del grupo de Bloomsbury es muy notable. A principios de siglo, el novelista D. H. Lawrence (El amante de lady Chatterley) conoció a algunos de esos contertulios y salió espantado de su frivolidad (para mayor paradoja, entre los que conoció estaba uno de los representantes del pensamiento más profundo, y más adelante, más comprometido: Bertrand Russell). Sin dar toda la razón al carácter ceniciento de Lawrence, Keynes reconoce el carácter egotista, trivial y superficial del grupo, su falta de respeto por el otro al que despreciaban casi siempre como inferior, la ausencia de dudas, su "inmoralismo". En resumen, eran insoportables. Cuando la ironía es utilizada por el superior, genera posiciones de desigualdad y de dominación.

Keynes hace en esta pieza una revisión madura (seis años antes de su muerte) de su idiotez juvenil. A medida que se acercaba el año 1914, la frontera a partir de la cual llegaron las dos guerras mundiales, esa trivialidad se hizo más insufrible e insustancial. Los de Bloomsbury disfrutaban de una seguridad suprema en sí mismos, y del desprecio ciego hacia quien no compartía sus boutades.

Digna desmitificación, en Dos recuerdos aparece una versión menor de lo que acontece, que no surge en los manuales de economía y de historia literaria. Pero su brillo literario, la descripción de la cotidianidad, los hace complementarios de la Historia con mayúscula.

John Maynard Keynes visto por Loredano.
John Maynard Keynes visto por Loredano.

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