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Un capitalismo que funcione

Joaquín Estefanía

UNA DE las paradojas que ha soportado la herencia de Keynes es que ha sido atacada por aquellos que formaron parte de su clase social: gente del sistema que defendía que la economía funcionase al albedrío de las fuerzas del mercado.

Keynes tuvo que enfrentarse al gran problema del desempleo. En su obra magna Teoría de la ocupación, el interés y el dinero, defiende que el paro es el resultado de una caída de la demanda (los empresarios no invierten, los ciudadanos no consumen); para lograr el pleno empleo es imprescindible reactivar el sistema mediante la intervención pública.

Lord Keynes no quería sustituir al capitalismo (aborrecía el comunismo), sino hacer que fuese eficaz para que se mantuviese en el tiempo. En este sentido, puede considerarse al keynesianismo como una especie de revolución pasiva del sistema capitalista, que proviene de su interior.

Las tesis de Keynes fueron decisivas en la política que instrumentó Roosevelt para sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión de 1929. Pese a la influencia intelectual del economistas inglés en el político americano, no tuvieron unas relaciones demasiado fluidas. En términos muy generales se puede decir que la plasmación política del keynesianismo ha sido la socialdemocracia, aunque haya evidentes diferencias entre uno y otra.

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