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Columna
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Conspiración

Enrique Gil Calvo

El comienzo del curso político está protagonizado por los dos grandes debates que se disputan la agenda mediática: la inmigración a Canarias y la presunta conspiración del 11 de Marzo. Algo así pasaba justo hace un año, cuando la agenda también estuvo fijada en dos temas, y uno de ellos era el mismo 11-M, cuya Comisión investigadora, al decir de la oposición, se había cerrado en falso ese verano. La diferencia es que el otro gran tema de hace un año era el debate del Estatut catalán, que a punto estuvo de destruir el sostén electoral del Gobierno. Y algo parecido podría ocurrir también este año con la afluencia ilegal de inmigrantes, pues si no se logra visualizar el cierre mediático del coladero, este desbordado Gobierno podría empezar a perder el menguante apoyo de sus bases electorales. De ahí la decisión de rectificar adoptada por la vicepresidenta, que ha impuesto un giro político tratando de escenificar el cierre de nuestras fronteras mediante un golpe de efecto mediático como el representado por las repatriaciones a Senegal.

En cualquier caso, hay que felicitarse de que la inmigración ocupe el primer rango de nuestra agenda política, pues representa un problema real. Pero no sucede lo mismo con el falso problema que le disputa el protagonismo mediático. Me refiero a la inexistente conspiración del 11-M, espuriamente utilizada por la oposición para desgastar al Gobierno con flagrantes falsedades. ¿Cómo puede caer tan bajo un político como Rajoy, que hasta ahora exhibía una trayectoria relativamente digna? ¿No se da cuenta de que está cayendo al nivel del mexicano López Obrador, sin escrúpulos para "mandar al diablo las instituciones" con tal de negar la victoria de su rival?

La falaz manipulación del 11-M implica idéntica estrategia negacionista que la de López Obrador, intentado negar el resultado electoral del 14-M a riesgo de mandar al diablo la institución judicial. Un negacionismo que no busca inculpar al Gobierno actual, acusado de organizar la masacre que le llevó al poder, sino exculpar al Gobierno anterior y a su prensa adicta, a fin de tapar su indigna conducta de aquellos días que les hizo perder el poder con la invención de una sarta de calumnias a modo de coartada justificatoria. Y como esta patraña pronto quedará desenmascarada cuando se promulgue el pertinente veredicto judicial, emprenden este montaje mediático como un ataque preventivo contra dicho veredicto futuro, tratando de desvirtuarlo con insidiosas fabulaciones antes de que se haga público.

Lo que no se entiende es por qué se presta Rajoy a seguir esta línea conspirativa que le marcan los chantajistas. Una línea que puede convenir a los políticos que han quemado su carrera política, como Aznar, Acebes o Zaplana, pues como ya no tienen nada que perder, para ellos cuanto peor mejor. Pero a Rajoy esa línea nihilista no le beneficia en absoluto, pues mientras represente el futuro de su partido debería estar interesado en defender su respetabilidad institucional. Y la única explicación posible es que Rajoy ya da por perdida la batalla electoral. Por eso, renunciando al electorado moderado, prefiere concentrar su mensaje nihilista en su electorado radical, a fin de mantenerlo en tensión para que no caiga en el abstencionismo en 2008 (como le sucedió al PSOE en el 2000), lo que daría al PSOE la mayoría absoluta. Que es lo que puede pasar finalmente si Rajoy no se desmarca a tiempo del guión que le dictan los chantajistas.

Pero para sufrir los efectos de las mayorías absolutas no hace falta esperar hasta 2008, pues en la práctica hoy Zapatero ya gobierna sin una auténtica oposición digna de ese nombre, ya que no se puede calificar de tal a la que hoy padecemos. En lugar de hacer política y controlar la acción efectiva del Gobierno, esta oposición nihilista prefiere hacerse eco de las falsas conspiraciones a las que presta crédito. Lo cual plantea un grave problema, pues cuando la oposición dice a todo que no, el efecto de tan estéril nihilismo es como si dijera que sí a todo, dejando que el poder gobierne a ciegas sin límite ni control.

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