Los mejores años de nuestra vida
Al menor pretexto, el PP valenciano saca a relucir la bonanza económica que ha favorecido al país desde que en 1995 -que no antes, como suelen matizar- asumió su gobierno. Según el presidente Francisco Camps, hemos vivido y estamos viviendo los mejores años de nuestra vida, tal como manifestó el martes pasado ante el elenco empresarial aprovechando la presentación de un estudio del IVIE (Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas) sobre los nuevos desafíos de la competitividad que apremian a la Comunidad. Un incensario que los portavoces del Consell suelen agitar, incluso cuando los datos y la percepción de la realidad no dan pie a la euforia que declaman.
De lo que no hay duda debido a su evidencia es que en este decenio se ha producido un cambio social extraordinario cuyo rasgo más extraordinario podría ser la emergencia de una plutocracia vinculada al mundo inmobiliario, que a su vez ha multiplicado la fortuna de innumerables propietarios agrícolas y simples titulares de parcelas rústicas reclasificadas como solar. Son los conocidos cultivadores de la variedad frutícola denominada solarina, auténtico filón de plusvalías.
Un fenómeno que ha teñido con su dinamismo y a menudo espectacularidad el panorama económico valenciano, del que han desaparecido prácticamente sus linajes tradicionales vinculados al comercio, agro e industria. Hoy la elite dineraria está decantada por el ladrillar y -lo que resulta novedoso- acentúa su preeminencia mediante mecenazgos en el universo del arte y de la cultura, o con patrocinios deportivos, más o menos desinteresados. Es un nuevo segmento social que frecuenta a los artistas, adquiere su obra, acude a los conciertos e incluso lee. Se conocen casos.
Este ha sido el viento felicitario de popa que ha empujado al PP, acunado, además, por un entorno mediático muy proclive y una oposición que ha necesitado dos legislaturas para resollar. No obstante ese escenario tan propicio al partido gobernante, sobre la Comunidad gravitan unos problemas estructurales y crónicos que lastran su futuro económico, como son la baja productividad, el déficit de capital humano y la enteca inversión en I + D, como se subraya en el mentado estudio. Mientras ha rodado el dinero centrifugado por la actividad urbanística y ha primado la sensación de auge estas fallas y fallos han estado en segundo plano, a lo que ha contribuido el referido apocamiento de la crítica.
Pero el panorama ha evolucionado a raíz de otros episodios infelices y no sobrevenidos, como han sido básicamente los abusos -que no por legales menos penosos- en el capítulo de política territorial y la gangrena de la corrupción. Ya se ha visto el nuevo sesgo verde que el Consell ha emprendido promoviendo parques naturales y frenando en seco -o eso parece- el desbocamiento urbanicida. Frente a la codicia, sólo presuntamente delicitiva, pero a menudo grotesca y descarada, el PP, incapaz de acotarla o sanearla, únicamente puede esperar que las sentencias judiciales no lo crucifiquen y se hable lo menos posible de los escándalos que le afligen.
La guinda de la evolución que glosamos ha sido el anuncio de la moción de censura mediante la que los socialistas de Joan Ignasi Pla se proponen confrontar al PP autonómico con los contraluces y lagunas de su labor de gobierno. Una iniciativa que en otras circunstancias, o al mismo comienzo de la presente legislatura, apenas hubiese conmovido al partido del Gobierno y que ahora, en cambio, le ha obligado a echar mano de las triquiñuelas parlamentarias para impedir que se dirima después del preceptivo debate de política general, dejándole la última palabra a la oposición.
Por primera vez en más de diez años, el Consell y su titular, no son dueños de la agenda política, sino que sienten el aguijón de la oposición viéndose abocados a dar cuenta de los motivos de su felicidad y de las brechas de su gestión. Una oportunidad singular, además, para compulsar la talla de nuestros líderes y también la entidad del relevo que se postula y que tiene la ocasión, con todos los riesgos, de acreditarse como alternativa. Y eso es lo que desasosiega al feliz PPCV.
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