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Reportaje:

El disco que desafió a los Beatles

La reedición de 'Pet sounds', la obra cumbre de los Beach Boys, explica toda su influencia

Diego A. Manrique

Hace 40 años, cuando se publicó Pet sounds, no fue un éxito enorme. Al menos en Estados Unidos: apenas llegó al número 10 de las listas de ventas; sólo en 2000 superó el millón de copias. En el Reino Unido tuvo mejor acogida y alcanzó el número 2, un cierto consuelo para su creador: Brian Wilson, alma de los Beach Boys, estaba compitiendo con los británicos Beatles, que -desde Rubber soul, 1965- concebían cada elepé como una obra de arte (y un manifiesto del momento personal y generacional). Los de Liverpool recogieron el reto. Según George Martin, "sin Pet sounds, nuestro Sgt. Pepper's no hubiera ocurrido: fue el intento de igualar el disco de los Beach Boys".

Lo reconoce el productor de los Beatles en el DVD que acompaña a la edición conmemorativa del 40 aniversario de Pet sounds. Al making off se unen rarezas audiovisuales, como el rescate de tres primitivos videoclips, y un aleccionador encuentro de Martin y Brian donde desmenuzan God only knows. En lo sonoro, se presenta Pet sounds en su versión monoaural, la única creada por Brian; se suman la (autorizada) reconstrucción estereofónica de 1997 y dos mezclas para audiófilos, 5.1 Surround y Hi Res PCM Stereo. Textos minuciosos explican la proeza técnica que suponía entonces grabar canciones tan catedralicias con máquinas de 4 y 8 pistas.

Sin 'Pet sounds', nuestro 'Sgt. Pepper's' no habría sido posible" (George Martin)

Lo que hoy cuesta imaginar es el salto estético que supuso Pet sounds. Hasta 1966, los Beach Boys eran un grupo fabuloso pero convencional, aparentemente consagrado a celebrar el estilo de vida de la juventud dorada californiana: surf, coches deportivos y, como decía una letra emblemática, "dos chicas por cada chico". Incluso actuaban uniformados, con camisas de rayas. Esencialmente, se trataba de una agrupación vocal y un proyecto familiar -hermanos, primos, amigos- con el patriarca Murry Wilson ejerciendo de ogro.

Con Pet sounds, Brian Wilson decidió emanciparse artísticamente. Estaba solo: había estudiado las producciones de Phil Spector y tenía en mente su delicada versión particular, lo que él llamaba sinfonías de bolsillo.

Desde 1965, cuando renunció a las giras, comenzó a exprimir a los mejores músicos de estudio de Los Ángeles, gente mayor y desconfiada. Junto a los metales y las cuerdas, sonaban mandolinas, acordeones, armónicas, ukeleles, clavicordios y hasta un theremin. Así se dio textura a unas lustrosas melodías nacidas en el piano, a las que -semanas o meses después, a veces en otro estudio- los Beach Boys añadían sus prodigiosas voces.

Sustentado por esas capas de inventiva sonora, Brian cantó en la mayoría del disco, generando un introspectivo clima otoñal. Las letras, redondeadas por Tony Asher, retrataban el momento en que los comportamientos adolescentes cedían el paso a decisiones de adulto. Sin saberlo, Brian despedía la era inocente de la cultura pop y lo hacía anticipando los nuevos tiempos: "Quería lograr unos sonidos que hicieran que el oyente se sintiera amado". A la vuelta de la esquina estaba la contracultura, que se les indigestó a los chicos de la playa: todos los grupos pasaron sus sarampiones de hippismo, pero ellos fueron los únicos que trataron con Charles Manson y se fueron de gira con el dudoso Maharishi Manesh Yogi.

Lo que vino a continuación es trágico, pero también una de las grandes historias ejemplares del rock. Y se ha contado mil veces, de forma especialmente equilibrada en Catch a wave: the rise, fall & redemption of the Beach Boys' Brian Wilson, el reciente libro de Peter Ames Carlin. Ahora no lo reconocen, pero hubo fuerte oposición interna a las audacias musicales de Brian Wilson, aunque el relativo fracaso de Pet sounds fue seguido por su grabación más imperecedera: Good vibrations. El trauma de no terminar Smile acentuó la fragilidad emocional de Brian, cuyos apetitos le convertirían en un zombi, a las órdenes de un psiquiatra venal, antes de recuperarse. Como todas las buenas historias estadounidenses, ésta terminó entre abogados y ante los tribunales. Las demandas aún siguen coleando."

Una imagen de la sesión de fotografías realizadas para la portada de <i>Pet Sounds.</i>
Una imagen de la sesión de fotografías realizadas para la portada de Pet Sounds.

Indiscutibles

Hablar del mejor disco es, sobre todo, irrelevante. Pero en el inconsciente de dos o tres generaciones pesan algunas obras que invariablemente permanecen como referentes de su tiempo. En algunos casos, el público se impuso a los críticos, como ocurrió con Nevermind, el álbum crucial de Nirvana y de la década de los noventa. La crítica lo recibió con cierto desprecio, lo que ahora resulta asombroso. Otros son discos de referencia entre los músicos, caso de Off the wall, el disco que coronó a Michael Jackson. En los años sesenta se produjeron obras capitales creadas por grupos malditos -Love y su Alone again or- o por las grandes luminarias del momento. Se discute entre Beggars banquet o Exile on main street, de los Stones. Así ocurre con cada una las grandes bandas. Sin embargo, sólo hay tres discos que permanecen indiscutibles año tras año: Revolver y Sgt. Pepper's (Beatles) y el maravilloso Pet sounds de los Beach Boys.

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