Fin de fiesta
La novela, género hecho de todos los géneros, tiene una extrema capacidad de amalgamar los elementos más diversos. En este libro voluminoso, Jorge Volpi (México, 1968) prueba a sostener, con un sencillo esquema ficcional, un material masivamente compuesto por noticias de hemeroteca. Aunque se interesa sobre todo en los últimos quince años del siglo XX -la novela se abre con la catástrofe de Chernóbil-, abarca desde 1929 hasta 2000, y se centra en el auge, decadencia y caída del imperio soviético, con incursiones en el Afganistán invadido por los rusos, la Hungría de los años sesenta, los centros de poder de Nueva York y Washington, y la penosa situación en la ciudad palestina de Yenín.
NO SERÁ LA TIERRA
Jorge Volpi
Alfaguara. Madrid, 2006
527 páginas. 19,50 euros
La novela parece guiada
por la convicción de que nada debe resumirse ni darse por sobreentendido. Cada vez que se refiere a un hecho importante de la historia reciente -pongamos por caso, la caída de Gorbachov y el ascenso de Yeltsin, o la explosión tras el despegue de la nave espacial Challenger, o la caída del muro de Berlín-, Volpi no se conforma con esbozar ese telón de fondo, sino que lo trae al frente y lo describe completo, hora a hora, personaje a personaje, con una precisión extensa y estricta. No se trata aquí de reconstruir el clima que se habrá vivido en tales momentos de zozobra o de júbilo colectivos -algo que la novela moderna ha hecho en diversas y memorables ocasiones- sino de enhebrar una información periodística abrumadora, que no deja detalle sin señalar.
En el centro de la ficción hay dos hermanas estadounidenses, una dedicada a las ONG -ésta es la que nos guiará hasta Yenín- y otra, alta funcionaria del Fondo Monetario Internacional -con ella nos entrevistaremos con Yeltsin y los nuevos oligarcas rusos-. Y un científico ruso, antiguo defensor de los derechos humanos, al que la represión estalinista convierte en un monstruo de frialdad y egoísmo; también hay ecologistas, matemáticos, fisiólogos, informáticos, muchos especialistas en genoma humano, economistas, cantantes de rock en ruso, inversores inescrupulosos y una bella estudiante húngara emigrada a Estados Unidos y convertida en eminencia de la inteligencia artificial. Y amantes ansiosos y desolados, como el laborioso narrador de esta novela, un periodista azerbaiyano que se hace mundialmente famoso con un libro inspirado en una de las figuras centrales del nuevo poder económico ruso, Mijaíl Jodorkovski.
Quizá para crear una distancia irónica o para enriquecer el texto, el autor incrusta en su estilo una buena cantidad de epítetos: Gorbachov es "pastor de hombres"; Yeltsin, hombre "de fuertes brazos"; Moscú, "ciudad de anchas avenidas". Como esta ciudad y aquellas personalidades aparecen muchas veces en la novela, el lector acaba trabando una convivencia no siempre armoniosa con ese humor adjetival. Da la impresión de que, absorbido de pleno por los graves asuntos que su libro ordena, Volpi considera lo obvio una herramienta efectiva para que las páginas fluyan a buen ritmo; así, por ejemplo, un investigador en física "había entregado su vida a los átomos", esos "universos en miniatura"; si algún personaje incurre en suicidio, no será sin "volarse la tapa de los sesos"; y el sarcófago que cubre el cráter de Chernóbil es "el legado final del comunismo". Volpi desarrolla de este modo una forma peculiar de amabilidad con el lector de nuestro tiempo, tan urgido por otras ocupaciones: le ofrece un material tan prolija y explícitamente dispuesto que éste puede recorrerlo sin toparse con escollos exigentes de un ulterior esfuerzo intelectual.
Guillermo Cabrera Infante,
miembro del jurado que otorgó a En busca de Klingsor (Seix Barral) el Premio Biblioteca Breve de 1999, dijo que Volpi practicaba en ese libro la "ciencia-fusión", uniendo "la ciencia con la historia, la política y la literatura para conformar eso que llamamos cultura". No será la Tierra forma parte del mismo proyecto narrativo y da un paso significativo en esa misma dirección.
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