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Columna
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Al timón o a los remos

Las relaciones entre la política democrática y los medios de comunicación social son complejas y polémicas desde que existe la primera y, más o menos al mismo tiempo, se configuró la prensa moderna. En Cataluña y en España, las circunstancias históricas nos libraron prematuramente del engorroso fenómeno de los diarios de partido. Sin embargo, la gradual adscripción de la prensa a grupos multimediáticos cada vez más vastos y la creciente incidencia de los gobiernos sobre aspectos cruciales de la actividad de estos últimos (reparto de la publicidad institucional, concesión de licencias televisivas y de frecuencias radioeléctricas, etcétera) han ido condicionando más y más el trato entre poderes políticos y medios. En un tiempo en que la actividad política -singularmente las campañas electorales- se vehicula de modo fundamental a través de los medios de comunicación de masas, el afán de los partidos por establecer complicidades e intereses comunes con determinadas cabeceras de prensa, radio y televisión constituye una tentación irresistible y se considera un requisito para el éxito.

Con todo, uno creía -sin falso candor ni angelismo alguno- que existían ciertos límites formales, determinadas apariencias que guardar. Pero resulta que no, pues a lo largo de este verano que agoniza el Partido Popular las ha transgredido todas. Primero fue, el pasado 19 de agosto, la convocatoria de una manifestación en la costa de Mallorca para defender la piscina que allí posee junto a su chalet Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, y cuyo emplazamiento vulnera al parecer la Ley de Costas de 1988. Que a dicha movilización en defensa de un pleito estrictamente personal y privado acudiesen editorialistas y articulistas de El Mundo ya resulta chocante; pero es de bien nacidos ser agradecidos, máxime si la cita coincidía con el veraneo mallorquín de tan ilustres plumas. Ahora bien, ¿y el PP? ¿Es normal que el primer partido de la oposición, la alternativa de gobierno en España, sufragase desplazamiento y manutención de varios cientos de militantes de Valencia, Alicante y Madrid, que movilizara a diputados y altos cargos en apoyo de una piscina particular? ¿Acaso no amparan al señor Ramírez los recursos de la ley y, si preciso fuere, las fuerzas de orden público para proteger sus derechos eventualmente amenazados?

A principios de septiembre saltó otra noticia curiosa: una articulista y editorialista del diario El Mundo a la vez que vehemente tertuliana radiofónica en la COPE, Cayetana Álvarez de Toledo, fichaba como jefa de gabinete del secretario general y número dos del Partido Popular, Ángel Acebes. Uno, que cree a pies juntillas en las afinidades electivas, puede entender sin dificultad que el gran fabulador de los días 11 a 14 de marzo de 2004 y una de los portavoces más arriesgados de la teoría conspirativa acerca de aquella matanza terminen por ser jefe y estrecha colaboradora (por cierto, ¿para cuándo el fichaje del fantasioso ex minero Suárez Trashorras, aunque sea para hacer fotocopias?). Aun así, ¿es ética y estéticamente compatible un alto cargo en la sede central del PP con la labor de analista y opinadora digamos que independiente en unos medios de comunicación privados, de aguda connotación ideológica? ¿Deben los ciudadanos entender que el partido del señor Rajoy, la COPE y El Mundo forman un bloque, un todo orgánico?

La pasada semana estalló el caso Rubianes. Es decir, ocurrió que, tras una feroz campaña de presiones a cargo de la emisora antes citada, de diversos periódicos madrileños y de distintos núcleos de derecha y extrema derecha, el alcalde de Madrid indujo a Pepe Rubianes a retirar del teatro Español su montaje Lorca eran todos. Con ello, la amalgama mediático-política movilizada contra Rubianes mataba dos pájaros de un tiro: por un lado, exhibía su capacidad de chantaje, su derecho de veto en la villa y corte; a la vez, castigaba al díscolo Ruiz-Gallardón obligándole a arruinar él mismo su reputación aperturista, construida a base de bodas gays y otras iconoclasias. Pero la imagen final del episodio -como de la movilización pro piscina, como de la jefa de gabinete de Acebes- nos muestra la política (al Partido Popular, al alcalde de Madrid...) sometida a los dictados y las veleidades de un puñado de oráculos atrabiliarios provistos de micrófono o tribuna de prensa.

¿Es esa imagen de servidumbre la que conviene al Partido Popular de Mariano Rajoy? ¿Es a eso a lo que se refería el citado líder cuando, el pasado martes, proclamó: "El PP es un partido independiente, tomamos nuestras decisiones con independencia"? Aun calculando muy al alza audiencias y tiradas, la COPE, El Mundo, La Razón, etcétera, no suman ni la mitad de los 9.635.491 votos con los que el PP perdió las elecciones de 2004 y se hallan todavía más lejos de los 12 millones que el partido de la gaviota (perdón, del albatros) necesita para gobernar en solitario, ya que carece de aliados potenciales. Sí, es muy importante conservar en tensión a los más leales, y los medios aludidos ayudan a ello. Pero ¿de qué sirve, si eso mismo impide seducir a los tibios y los indecisos?

Los dirigentes de la derecha española deberían decidir, y pronto, si quieren seguir siendo simples remeros, casi galeotes, a las órdenes de unos pocos cómitres mediáticos o prefieren retomar el timón de una nave que, por ahora, navega en línea recta hacia las rocas.

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