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Crónica:Fórmula 1 | Gran Premio de Italia
Crónica
Texto informativo con interpretación

El genio, más cerca del adiós soñado

Confirmada su retirada, Schumacher se despide a lo grande de Monza y se sitúa a dos puntos de Alonso, que rompió el motor

No había quien parase a toda aquella marabunta humana que corría por la recta de tribunas de Monza hacia el podio para celebrar la última victoria de Michael Schumacher en la casa de Ferrari. Las banderas rojas y a cuadros, todas ellas con el caballino rampante; las bengalas, los fuertes y sentidos abrazos entre el alemán y los máximos responsables del equipo italiano, Luca de Montezemolo, Jean Todt, Ross Brawn y Rory Byrne, y también con su esposa, Corinna, indicaban que estaba ocurriendo algo más que un simple triunfo. Y era verdad. Sólo unos minutos antes de la conclusión de la carrera, Ferrari había distribuido un comunicado en el que anunciaba el definitivo adiós del legendario piloto al final de esta temporada.

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Todo el mundo lo intuía y los tifosi parecían ya saberlo cuando Schumacher levantó el trofeo de ganador por 90ª vez y escuchó por última en el podio de Monza el himno italiano y el alemán. Allí había euforia, pero sobre todo emoción. Porque, más que de una celebración, se trataba de una despedida. La de la mayor leyenda creada por el automovilismo, la de un heptacampeón mundial, la de quien encabeza todas las tablas de récords, más carreras ha ganado y más pole positions posee, la del mito. Pero Schumacher, a sus 37 años, sigue estando entre los mejores y ha sido capaz de devolver el interés a un campeonato que parecía irremisiblemente perdido para Ferrari y él.

Desde que Fernando Alonso le aventajaba en 25 puntos tras el Gran Premio de Canadá, la reacción de los bólidos rojos y de Schumacher ha sido fulminante. A falta sólo de tres carreras, el alemán se ha situado a apenas dos del español. Ahora, el desenlace está completamente abierto. Puede ocurrir todo. Pero la revalidación del título se le ha complicado sobremanera a Alonso porque esta vez no lucha sólo contra Schumacher, sino que tiene la sensación de que enfrente tiene a todo un stablishmen dispuesto a que éste se retire con su octava corona.

La imagen que ofreció Alonso a falta de diez vueltas para la conclusión del Gran Premio de Italia fue un fiel reflejo de lo que está ocurriendo. Su Renault comenzó a echar humo por detrás y llegaron incluso a verse algunas llamas que presagiaban su inmediato abandono. La pugna por el título se ha encendido. Y la lucha deportiva en la pista se ve acompañada por una dinámica más administrativa en los despachos, en la que, por el momento, sale perjudicado Renault: la federación internacional (FIA) prohíbe el mass damper y da vía libre a las llantas lenticulares y Alonso es sancionado, el sábado, de forma incomprensible e injusta para la mayoría por perjudicar a Massa: perder cinco posiciones en la parrilla es una grave condena en un circuito en el que adelantar es casi imposible.

Sin embargo, Alonso utilizó todas las estratagemas; aceptó esta vez la ayuda, ¿voluntaria?, de un Fisichella que buscó la línea derecha y le dejó un hueco por la izquierda y pasó por la primera vuelta en la séptima plaza. Era el anuncio de que iba a plantear batalla. No quería permitir que todos los problemas ajenos a la carrera le crearan una tensión insoportable y le angustiaran hasta el punto de hacerle perder los nervios. "Desde ahora", había dicho cuando entró en el circuito por la mañana con el dedo gordo señalando hacia abajo, en un claro indicio de que las cosas no marchaban, "no voy a considerar más la F-1 como un deporte".

Pero este tipo de situaciones, que a otros les hunden, le motivan. Y su carrera volvió a demostrarlo. Corrió como un poseso, sin cometer errores -el único fue saltarse una chicane por una pasada de frenada-, presionando a todos sus rivales, ganando posiciones tanto en la pista como en los revituallamientos. Uno de los momentos más espectaculares se produjo en la salida del segundo pit-stop, cuando su Renault quedó en paralelo con el BMW de Kubica. A pesar de que el polaco iba por el interior y tenía la mejor posición, Alonso sacó más potencia y le superó. Y fue allí donde alcanzó la tercera posición, justo cuando la carrera estaba prácticamente decidida y todo indicaba que las pérdidas serían otra vez mínimas visto el panorama que se planteaba al principio: partió el décimo y con mucho peligro por delante.

Sin embargo, durante su remontada tuvo que forzar su motor y llevarlo a las máximas revoluciones en varias ocasiones. Hubo mucha exigencia y el artefacto no la soportó. Le dejó tirado cuando más lo necesitaba, cuando sabía que se estaba jugando el Mundial y parecía que había salvado la peor carrera que le quedaba. De las tres que faltan, Alonso afirma que las de China y Japón son de Renault y Michelin y que la de Brasil es de Bridgestone y Ferrari. En Monza sus previsiones se cumplieron. El Ferrari de Schumacher se mostró intocable. Cogió el liderato tras la primera parada en los boxes de Raikkonen, en la vuelta 15ª, y, aunque pasó por varias manos antes de concluir el revituallamiento, ya no lo perdió en realidad.

La carrera de Schumacher fue inteligente y emotiva porque la vivió, tanto él como su equipo, de una forma tan especial como sólo ellos sabían: era la última vez que corrían juntos en Monza, en casa. Esta vez la victoria no se les podía escapar. Por eso habían movido todos los hilos burocráticos precisos, sabiendo ya de antemano que el público iba a ser el mejor aliado. La fiesta fue grande en el podio por un adiós cantado. Pero la mayor satisfacción de los ferraristas fue tener ahí, en lo más alto, a su ídolo, a Schumacher, y en el segundo peldaño a quien a partir de 2007 le tomará el relevo en Maranello: Raikkonen.

Michael Schumacher celebra con sus compañeros de Ferrari el 90º triunfo de su carrera.
Michael Schumacher celebra con sus compañeros de Ferrari el 90º triunfo de su carrera.EFE

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