El piloto hambriento
Kubica, tercero en Monza, pasó una infancia de grandes estrecheces
Robert Kubica es polaco. El primero que ha corrido en la F-1. Robert Kubica, dirá que es culpa del coche, es inconstante: Valentino Rossi, el campeón de MotoGP, le ganó en unos entrenamientos con bólidos de la F-1 hace seis meses. Y Robert Kubica es el hombre de moda: ayer acabó tercero en el circuito de Monza, el más peligroso del Mundial, el de las rectas infinitas, el que menos gusta a los pilotos. Un sorpresón. Hasta para Kubica, que lleva tres carreras con Sauber en el circo de la F-1: "Cuando en el equipo me dijeron antes de la carrera que me querían ver en el podio, creí que era una broma. ¡Y ahora estoy aquí!".
Para llegar hasta el podio, Kubica ha tenido que recorrer un largo camino que ha incluido un cambio de residencia, épocas de estrecheces y hambre y un paseo por Bilbao. Kubica (Cracovia, 1984), es hijo de la crisis que vivió Polonia tras la desaparición del bloque de la URSS, en 1989. No es que Polonia no tuviera tradición en la F-1. Es que no había ni competiciones de coches. "No creo que mucha gente en mi país entienda de Fórmula 1", reconoce el piloto. "No tenemos historia en ese terreno".
"Después de tres carreras en Italia ya no tenía dinero. Un contrato de 'karts' me salvó"
La suya empezó muy pronto: con cinco años ya conducía. Su padre le había comprado un mini todoterreno de dos marchas porque, dice, "el niño no hacía más que mirarlo". Tuvo que esperar dos años para competir, entrenándose en un bosque, todas las tardes, tras el colegio. Luego se unió al naciente circuito de karts polaco, la misma modalidad, la misma cantera, de la que salieron Fernando Alonso y la mayoría de pilotos de la F-1. Aunque Kubica fue mucho más lejos que ellos. Polonia se le quedaba pequeña. Y se fue a Italia. Tenía 14 años, algo de dinero en el bolsillo y, al poco tiempo, hambre. "Dicen que un ángel dirige mi carrera. No es verdad", dice el piloto. "Mi padre lo ha pasado muy mal. Después de tres carreras en Italia ya no tenía dinero. Sólo un contrato con CRG, el fabricante de chasis de karts, me salvó". En aquella época, bajo aquellas difíciles circunstancias, se formó la peculiar personalidad del piloto polaco. Le gustaría ser más pequeño -mide 184 centímetros-, porque piensa que su estatura perjudica a su pilotaje. No le gusta la prensa porque, dice, tergiversa sus palabras. Y sólo reconoce tener miedo a una cosa: el mar. "Me asusta pensar en nadar mar adentro".
Como la F-1 no tiene nada que ver con el mar, Kubica ha llegado a la competición con velocidad de cruzero: en 1998 ganó el campeonato italiano junior de karts y fue segundo en el europeo. En 2001 fue segundo en la Fórmula Renault. El año pasado ganó las World Series de Renault, incluyendo la prueba disputada en Bilbao ante 140.000 personas. Y esta campaña, promocionado de piloto probador a titular de Sauber por la baja de Villeneuve, ya ha dejado huella. En su primera carrera, en Hungría, fue séptimo. Ayer fue tercero. Kubica ha subido a un podio de la F-1. Y no es broma.
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