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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Feliz de haberse conocido

Vayamos directamente al grano. El lector idóneo de Fragmentos de vida, de Sybille Bedford (Charlottenburg, Alemania, 1911-Londres, 2006) debe ser muy tolerante, no con las flaquezas humanas, sino con la más reconfortante estupidez; le debe gustar husmear los caprichos gastronómicos de los vecinos, conocer sus amistades más notorias, las ciudades donde pasan las vacaciones, e incluso interesarse por la vajilla que usan en las fiestas de cumpleaños; y si además disfruta con el cacareo entusiasta de las jovencitas por los hombres guapos -siempre que tengan dinero-, por el tenis y los coches nuevos -mejor si son descapotables-, le encantará este libro, y es probable que envidie la inconmensurable fatuidad de su narradora, llamada Billi en el ámbito doméstico, y que no es otra que la propia autora que, con el pretexto de escribir una novela, rememora su aristocrática infancia y su juventud viajera, en la época de entreguerras, por Alemania, Italia, Inglaterra y, sobre todo, Francia y los veranos en el pueblo de Sanary-sur-Mer, donde conoció a Aldous Huxley, a quien dedicaría, a principios de los setenta, una voluminosa biografía.

FRAGMENTOS DE VIDA

Sybille Bedford

Traducción de Libertad Aguilera Ballester

Salamandra. Barcelona, 2006

413 páginas. 17,80 euros

Dado que la narradora insiste en su vocación literaria ("desde muy pronto tuve la certeza, si bien sombría, de que me convertiría en escritora y en nada más"), no deja de sorprender la pobreza de su estilo y, lo que es peor, la carencia de sutileza o densidad de sus observaciones. Claro que, si atendemos a alguno de sus lemas éticos, por ejemplo: "Hace tiempo que abandoné el deseo de integrarme, pero sigo prefiriendo las falsedades a contrariar a alguien", se podría deducir, sin ánimo de execrar su buena voluntad, que tampoco desea rebatirse a sí misma. En caso contrario, no hubiera podido escribir líneas tan vacuas y convencionales, como las que siguen: "Me senté mirando las casas descoloridas del frente marítimo de Saint-Tropez, con el mar ondeando con suavidad bajo el barco, y sentí que la vida era fantástica". No es un prodigio de sutileza. Y aún es menos sagaz cuando se pone a trabajar y descubre, entusiasta, que "ganar dinero resultó maravilloso". Pero esto no es nada para quien es capaz de decir de sí misma: "Yo fui concebida en Cádiz: el jerez y la Armada Invencible". Qué encopetada, la cabecita de Billi.

En una introducción bastan

te cauta, y por tanto prescindible, Sybille Bedford agradece la "articulada educación" que recibió de su madre; gracias a su influencia, dice, cogió antes un libro que una muñeca. Su madre y su adición a la morfina ocupan el único espacio verdaderamente interesante de la novela. No obstante, la mojigatería moral de la hija es tan "esplendorosa" que relata a ritmo de sainete lo que seguramente fue un dramático proceso de autodestrucción. Pena de madre y pena de hija. Los editores presentan Fragmentos de vida equiparándola con La marcha Radetzky y El gatopardo. Es obligado decir que la comparación es ofensiva para Roth y Lampedusa.

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