Los paisajes de la desolación (de Manhattan Sur al Líbano)
EN NOVIEMBRE de 2001, dos meses después de los atentados perpetrados contra el World Trade Center, Don DeLillo publicaba una hermosa meditación titulada En las ruinas del futuro. Casi al final, tras haber dado cuenta de manera escalofriante del desastre acaecido, el novelista repara en una joven musulmana que tiende su alfombrilla en una acera y se arrodilla a orar. La visión le hace recordar que el paisaje del Apocalipsis alcanza más allá de las ruinas que contempla. El sentir de los neoyorquinos quedó patentemente demostrado cuando una gélida mañana de febrero, en 2003, acudieron en masa, como en el resto de las ciudades del planeta, para protestar contra la inminente invasión de Irak, que la Administración estadounidense se empeñaba en relacionar con los atentados de Manhattan Sur. Es cierto que, como da a entender Paul Auster al final de Brooklyn Follies, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 cambiaron las cosas para siempre, como también lo es que, cinco años después, Nueva York sigue siendo una ciudad herida. Pero a ello se superpone la conciencia, muy clara, al menos en la calle, de que la desolación de esta ciudad no es ni mucho menos exclusiva. Hace apenas unos días me tropecé con el anuncio de un curso de literatura verdaderamente singular. (Uno cae en la tentación de pensar que ciertas cosas sólo pueden ocurrir aquí). Su objetivo: analizar, ahora que hay cierta perspectiva, el significado de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 a la luz de tres novelas. El curso, ahí radica la gracia, se imparte al margen de todo amparo institucional o académico. La matrícula cuesta la modesta cantidad de 125 dólares (unos 100 euros). Lo más llamativo de todo, la lista de lectura: Tan fuerte, tan cerca, de Jonathan Safran Foer, un joven judío de Brooklyn; Terrorista, del patriarca de las letras norteamericanas John Updike, y La puerta del sol, de Elias Khoury. ¿He leído bien?, se preguntará alguno, con razón. La novela de Khoury se publicó en 1998, tres años antes de los atentados, y su escenario no es el sur de Manhattan, sino el campo para refugiados palestinos de Chatila. Sí, ha leído bien. Las razones que justifican su inclusión son abrumadoras. En primer lugar, la versión en lengua inglesa de La puerta del sol es muy reciente. Los neoyorquinos no habían podido leerla hasta ahora. Y si de lo que se trata es de hablar de ciudades devastadas, difícilmente podrá nadie darle una lección a Elias Khoury, que nació en Beirut. La inclusión de la novela en un curso así es relevante, además, porque invita a reflexionar acerca de lo ocurrido en Nueva York hace cinco años mientras reverbera en la conciencia del lector lo que acaba de acaecer en el Líbano. Hay más. La obra de Khoury, por su tono de conciliación y tolerancia, por su afán por situarse en el lugar del otro -por difícil y doloroso que resulte-, fue aclamada en su día en Palestina e Israel. Que se nos invite a leerla en Nueva York para intentar cerrar las heridas del pasado supone, en estos tiempos presididos por el signo del terror, una vibrante invitación a la esperanza.
Eduardo Lago es director del Instituto Cervantes de Nueva York y autor de la novela Llámame Brooklyn, Premio Nadal 2006.
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