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Incendio en el techo de Madrid

El ejemplo de Nueva York

Nueva York empezó a tomarse en serio el peligro del fuego en 1911, cuando 146 mujeres perdieron la vida en el Triangle Shristwaist, un alto edificio donde estaban empleadas.

El riesgo volvió 38 años después, cuando un avión militar B-52 se estrelló contra el Empire State Building, en el piso 79. En ese accidente, las barreras antiincendios y su estructura de hormigón limitaron la catástrofe y evitaron que el imponente rascacielos sufrirá más daños en su estructura. Las autoridades locales de la ciudad norteamericana adoptaron el primer código contra el fuego en 1968.

Los ataques del 11-S obligaron a adaptar esas directrices, para reforzar las medidas de prevención, extinción y evacuación con los medios más modernos y seguros.

El cuerpo de bomberos de la ciudad (NYPD) cuenta con 11.000 efectivos, que operan en una urbe con más de 300 edificios de más de 12 pisos, unos 30 metros de altura. Esa es la referencia crítica, hasta la que pueden llegar los servicios de emergencia con sus escaleras externas, aunque nunca suelen pasar del sexto piso por seguridad.

Para hacer frente al fuego, los bomberos de Nueva York disponen de un manual de medio centenar de páginas y numerosos protocolos de actuación específicos para cada actuación que deben emprender.

Además, los edificios que superen la altura de 30 metros deben cumplir una estructura normativa que permita apagar los incendios con sus propios mecanismos contra el fuego y sin contar con recursos externos.

Entre la normativa que deben cumplir los edificios en la ciudad, destaca la obligación de instalar sistemas automáticos de extinción (aspersores) por encima del límite al que pueden llegar los bomberos con sus escaleras y depósitos en las azoteas para garantizar que la presión del agua por la fuerza de la gravedad permita dirigirla al epicentro del incendio.

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