Alérgico de la teoría, defensor de la realidad
La primera película conocida de Stephen Frears, Gumshoe (1971), se estrenó en España bajo el título de Detective sin licencia. Albert Finney era su protagonista inolvidable. Se trataba de una historia de género contada con sentido del humor, espíritu crítico y un muy afinado talento para la captación de los detalles que hacen que una ficción parezca real.
No volvimos a saber nada de Frears hasta 1984, cuando enroló para La venganza a Laura del Sol. Entre título y título Frears no había dejado de rodar ficciones para la televisión. Es más, su primer gran éxito internacional, Mi hermosa lavandería (1985) era una producción televisiva que llegó a las salas comerciales porque todo el mundo estimó que merecía la gran pantalla.
Frears, como Mike Leigh o Ken Loach, es hijo de la tradición documentalista británica y de la alergia anglosajona a la teoría. Lo suyo es la realidad: los problemas de integración social que se viven en el llamado Londonistan, los cambios sociales que comporta la aceptación pública de la homosexualidad, los peligros del comunitarismo, o los aspectos más sórdidos de la explotación de la inmigración. En Negocios ocultos (2002) los clandestinos sirven de "piezas de recambio" para quiénes se dedican al tráfico de órganos.
En su momento fue seducido por Hollywood, que regularmente tienta a quiénes más destacan en otros lugares del mundo. Frears puso en pie una estupenda adaptación de la muy negra novela de Jim Thompson Los timadores (1990) o se distinguió convirtiendo en buenísimo actor a John Malkovitch en Relaciones peligrosas (1988), empeñado en corromper a Michelle Pfeiffer al tiempo que satisfacer a Glen Cloose. Pero la aventura americana acabó mal: en 1992 Heros, con Dustin Hoffman, le descubrió que, ante los estudios y las estrellas, los directores son intercambiables. La película se estrenó con un montaje que Frears desautorizó y que le llevó a regresar a Gran Bretaña, a renunciar a los grandes presupuestos y a los nombres conocidos.
En La reina (2006) Frears confronta dos mundos, el inmutable de la familia real británica, captado con una cámara de 35 milímetros, al de la vida de la calle, filmada en 16 milímetros. En un caso hieratismo, luz cuidada, perfiles nítidos, en el otro movimiento, vida y sensación de que los cambios son posibles. Helen Mirren, como Elizabeth II, ya ha ganado un premio Emmy.
Siempre se ha dicho que sólo los cines americanos, en clave mítica, y el italiano -entre 1945 y 1970- han sabido contar la historia de sus países. Con directores como Frears, Loach y Leigh, el Reino Unido también se ha dotado de un grandísimo espejo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.