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SALONES DE PARÍS / 2
Columna
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El culto de la cultura

Los salones son en Europa a partir del siglo XVII los Templos de la cultura y el instrumento de su culto es la palabra cuyo ejercicio encuentra en la conversación su práctica más eminente. Promovidos y mantenidos por damas de la alta sociedad, que son sus sacerdotisas; artistas, escritores y músicos actúan como oficiantes a los que rodean un coro de acompañantes que ensalzan su inspiración y comentan sus excelencias. París, su centro por antonomasia, multiplica estos lugares de celebración que forman una malla cultural a la que acuden los creadores consagrados por la fama y los que aspiran a serlo. En cada época histórica unos salones-faro polarizan la atención, adoptando causas y modos que les dan un perfil propio.

En la primera mitad del siglo XVIII el salón de la Duquesa del Maine sirve de plataforma-refugio a Voltaire cuando vuelve a Francia en 1746 y lanza las Noches de Sceaux que ponen de moda las fiestas nocturnas. Mme de Tencin recibe en el Hôtel Colbert una representación de escritores, como Fontenelle, Marivaux y Montesquieu, músicos como Couperin y Rameau, al pintor Watteau y a numerosos actores que arropados por la aristocracia, defienden a los Modernos frente a los Antiguos. El salón de Mme de Tencin se especializa en el debate filosófico y se alinea con las posiciones de los enciclopedistas y la Ilustración, opción que tendrá gloriosa continuación en el salón de Mme Geoffrin que reúne a todas las cabezas del enciclopedismo (D'Alembert, Turgot, Condillac, Helvetius, Diderot, Condorcet) y recibe el calificativo de Musa de la Enciclopedia.

Julie de Lespinasse recibe en herencia la misión y a los asiduos de Mme Geoffrin y abre su salón, al que dota de una combatividad inhabitual en este tipo de cenáculos y asentada la preeminencia del grupo de redactores del Diccionario. El salón de la Princesa Matilde debió su notoriedad a la gente que lo frecuentaba: Músicos como Gounod, Halévy, Bizet, Saint-Saëns, Liszt, Fauré; escritores como Daudet, Dumas, Goncourt, Renan, Mérimée, Flaubert, artistas y pensadores y científicos como Sainte-Beuve, Claude Bernard, Berthelot y Pasteur que comentaban los avances científicos y debatían sobre los Cursos que se profesaban al mismo tiempo en el Colegio de Francia. Laure Riese en su libro Les salons littéraires parisiens, Privat 1962, nos presenta más de un centenar de salones que brillaron con luz propia en el París que va desde el II Imperio hasta la segunda mitad del siglo XX. Entre ellos destacan por su influencia en la vida pública, el de la Condesa de Luynes, que fue durante 40 años al mismo tiempo un centro decisivo para la renovación teatral y foco del resurgir nacionalista después de la derrota del 70, gracias entre otras iniciativas a la creación de la Liga de la Patria Francesa. La III República tuvo con el salón de Mme de Aubernon de Narville un altavoz que puso a su servicio todo el capital cultural del que disponía, con personalidades, sobre todo mujeres, que recibieron el calificativo de las preciosas radicales parangonando la obra Las preciosas ridículas.

Los salones son una onda cultural que desde París se extienden a las principales ciudades europeas. En Berlín, Federico II y su esposa la reina Sofia-Dorotea introducen los salones, al igual que Caroline de Hesse-Darmstadt y la duquesa Ana-Amelie de Sajonia, ésta última ayudada por Goethe hace de Weimar un lugar de inesquivables encuentros con la cultura. Lady Montaigu en Inglaterra, organiza en torno de Pope, un salón por el que pasan los más notables artistas y creadores de su tiempo. En el siglo XX los salones ceden su protagonismo y su función a reuniones informales que se celebran en cafés, librerías, etc., y se centran en temas específicos. Los salones representan una de las grandes conquistas de la sociedad civil en su voluntad de diferenciarse del poder, tanto monárquico como republicano. En estos microespacios públicos, la parte más dinámica de las minorías cultivadas y las gentes del mundo del pensamiento de las Artes y de las Letras, lograron constituirse, por obra y gracia de la cultura, en avanzadilla de la sociedad civil. En el elemento más razonablemente pugnaz de su clase dirigente.

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