El Estatuto hizo estallar un pacto pensado para varias legislaturas
La izquierda ha desbloqueado contenciosos heredados de CiU
El mayor éxito político del gobierno de las izquierdas catalanas presidido por el socialista Pasqual Maragall, la reforma del Estatuto de Autonomía, acabó siendo la causa de su abrupto final anticipado, el pasado mes de mayo. La alianza entre socialistas, ex comunistas e independentistas, firmada con la voluntad de durar por lo menos dos legislaturas, no resistió las tensiones internas, provocadas precisamente por la aprobación del Estatuto. Finalmente, la coalición ha durado menos de tres años.
La alianza entre PSC, Esquerra Republicana (ERC) e Iniciativa Verds-Esquerra Unida (ICV-EUiA) fue definida por sus promotores como "estratégica". Una vez rota, ha dejado una enorme incertidumbre sobre el inmediato futuro político catalán. Sobre él se proyectan con fuerza, como anteayer se encargó de recordar crudamente el propio Maragall, los intereses y necesidades del socialismo español, que parece preferir un acuerdo con el centro-derecha nacionalista de CiU antes que con el independentismo de ERC, tanto a escala catalana como española.
Con la apuesta del Estatuto, la izquierda dejó claro desde el principio de la legislatura que el catalanismo no es un patrimonio exclusivo de los nacionalistas, como podía parecer tras los 23 años de gobiernos de Jordi Pujol y CiU. Éste ha sido para ella un gran logro político, que no estaba nada claro al principio de la legislatura.
Además de reformar el Estatuto como instrumento de autogobierno, Maragall y el tripartito también perseguían, con esa iniciativa como modelo, dar un nuevo impulso al Estado de las autonomías. Pero este empeño chocó frontalmente con las concepciones del PP y de buena parte del PSOE y la larga batalla ha arrojado un balance contradictorio. En el lado positivo ha quedado el propio Estatuto reformado y el salto adelante del Estado de las autonomías. En el negativo, se ha registrado una fuerte erosión de la imagen de Cataluña, con la reanimación de los tópicos de insolidaridad en buena parte de la opinión pública del resto de España, el fin del tripartito, la renuncia de Maragall al segundo mandato a que aspiraba y una izquierda catalana sin proyecto estratégico común.
Éxitos y estropicios
Esta mezcla de éxitos y estropicios ha resultado ser una de las características de la acción del Gobierno de Maragall. Lo que ha sido definido como los "ruidos" que han acompañado una trayectoria que por lo demás se ha orientado a la ampliación de las políticas sociales y el rigor económico y presupuestario. El portavoz del Ejecutivo catalán, el socialista Joaquim Nadal, afirmó ayer, en un acto celebrado en el palacio de la Generalitat sobre los 1.000 días del Gobierno, que la ruptura del Ejecutivo cuando ERC se negó a apoyar el sí al Estatuto en el referéndum de junio, "es un precio que marca justamente la grandeza de la política". Y particularmente, precisó, la trayectoria de Maragall, pues él fue quien asumió poner por delante la aprobación del Estatuto.
El consejero Joan Saura, que ha tenido bajo su responsabilidad directa el impulso del Estatuto, situó su aprobación en el marco del desbloqueo de numerosos asuntos que los anteriores gobiernos de CiU nunca pudieron resolver con los sucesivos gobiernos centrales: la aprobación de la Carta Municipal de Barcelona, la devolución de los documentos de la Generalitat que estaban en el Archivo de Salamanca y la admisión del uso del catalán por la Unión Europea, entre otros.
Esta situación fue definida por el socialista Antoni Castells, consejero de Economía, como "un nuevo estilo" en las relaciones de la Generalitat con el Gobierno central. Ahora se basan, dijo, "en la voluntad de construir juntos, no en la confrontación". La izquierda ha querido dejar atrás, afirmó, "la política de la herida abierta", que tantos réditos da a los nacionalistas.
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