Adrien Brody borda al cínico detective de 'Hollywoodland'
El director del filme, Allen Coulter, rescata el misterioso suicidio del primer Superman
Thomas de Quincey tenía razón. Uno empieza por permitirse un asesinato, se deja llevar y acaba haciéndose impuntual y faltando a misa. Algo así les ha ocurrido a los organizadores de la Mostra de Venecia, que comenzaron el festival jugueteando con el cine negro y desembocaron, ayer mismo, en un crimen atroz: programaron Hollywoodland al día siguiente de La dalia negra. La pobre Dalia de Brian de Palma era pretenciosa y hueca, pero no merecía medirse con un rival tan cruel y hermoso como la obra de Allen Coulter, el director de la serie televisiva Los Soprano.
¿Alguien se imagina a Adrien Brody, con sus manos delicadas y su mirada lánguida, como detective duro, cínico y desencantado? Coulter se lo imaginó. Y a Brody le bastó la primera sonrisa para dejar fuera de combate a los policías-boxeadores de la Dalia. Hollywoodland llegó a Venecia de puntillas y encantó a todo el mundo. Merece un premio, aunque en estos festivales el origen estadounidense no sea de ayuda, sino más bien lo contrario. Y merece que la gente vaya a verla.
El superhéroe de Krypton fue hallado muerto en su dormitorio en 1959
Toby Jones, el actor principal de 'Infamous', parece Capote redivivo
La obra de Coulter se basa, como la de Brian de Palma, en una historia real. Pero no se trata de un destripamiento horroroso, sino de un probable suicidio: George Reeves, el actor que interpretaba a Superman en la primera serie televisiva sobre el superhéroe de Krypton, fue hallado muerto en su dormitorio una noche de junio de 1959. Ése es el punto de partida de la leyenda sobre la "maldición de Superman" (recuérdese el final del otro Reeves, Christopher) y de la intriga de Hollywoodland.
La maravillosa prestación de Brody en el papel del detective Louis Simo no es el único elemento de la película que desafía la imaginación. ¿Alguien concibe a Ben Affleck como un actorazo? Pues eso es lo que hay. Affleck interpreta a George Reeves como si hubiera nacido para eso. Quizá nació para eso, porque Reeves era guapetón, simpático, ambicioso y mal actor.
En el cine negro, los muertos son una excusa para hablar de los vivos. En Hollywoodland, la tragedia de Superman abre al espectador las puertas de un momento histórico para la industria del entretenimiento (cuando el cine fue sustituido por la televisión como negocio supremo) y le obliga a asomarse a la vida real: la tristeza del divorcio, la pesadez de las adicciones, la dificultad de ser honrado, la arrogancia intocable de los poderosos, el desengaño que lo concluye todo. Una pequeña joya.
Otra delicia aparecida en Venecia se llama Infamous. Y ahí hay que forzar de nuevo la imaginación. Habrá quien recuerde con placer Capote, la hermosa crónica del drama de Truman Capote y su obra maestra, A sangre fría. Pues bien, sólo un año después surge una película que cuenta exactamente la misma historia, pero aún mejor. Aunque Infamous peca puntualmente de pedantería (el director, Douglas McGrath, ha colaborado con Woody Allen y escribe para el New Yorker y el New York Times, todo lo cual sirve como aviso), posee la elegancia seca de un dry martini y la amargura engañosamente dulce de un manhattan. Empieza como comedia y concluye en lo más trágico con absoluta naturalidad. Toby Jones, el actor principal, parece Truman Capote redivivo (cabezón y miniestatura incluidos). Sandra Bullock le cubre las espaldas con eficacia. Y Daniel Craig, el nuevo James Bond, borda el papel de Perry Smith, uno de los asesinos de Kansas.
En cierto sentido, se puede hablar de Sang sattawat permaneciendo en el ámbito criminal. Sang sattawat es un producto tailandés firmado por Apichatpong Weerasethakul, aclamado autor de Enfermedad tropical (Premio del Jurado en Cannes 2004). Resulta imposible hacer algún comentario sobre el pulso cinematográfico de Weerasethakul: la cuestión queda pendiente hasta el día en que decida mover la cámara. Para dar una idea del estilo, la secuencia inicial son cuatro minutos de mirada estática sobre un campo. Luego una doctora habla con un monje, mayormente sobre pollos y ácido úrico: 12 minutos de cámara quieta. El argumento se anima cuando, más tarde, un dentista hurga en la boca de otro monje mientras canta country tailandés. La escena dura más que la del ácido úrico. Lo del dentista-cantante debe ser, con toda probabilidad, un rasgo de humor tailandés.
Sang sattawat recibió algunos aplausos tras su primera proyección. Sería por la rigurosa elipsis narrativa, por la sobriedad escénica o porque, considerada como experimento visual, la obra no carecía de honestidad. A lo mejor le dan un premio. Si además de un León de Oro hubiera entre los galardones un León Catatónico, el autor tailandés podría quedárselo hoy mismo.
Babelia
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