Foster y Caballé inaugurarán la colosal Ópera de Kazajistán
La Pirámide de la Paz, de 62 metros de altura y 1.500 localidades, proyectada por el arquitecto británico, se abrirá mañana con un recital de la soprano.
Si para sumerios, egipcios y aztecas las pirámides eran básicamente un monumento a la muerte y una representación del poder, en el mundo moderno las pirámides están ligadas a otra simbología muy diferente, representan ideales de humanística y cultura. Es el caso de la de Pei en el Museo del Louvre de París y ahora el de la de la Paz en Astana, nueva capital de la República de Kazajistán. Inspirada directamente en los presupuestos utopistas de Boullée, la nueva obra de Foster aspira a inscribirse como una de las maravillas arquitectónicas del mundo contemporáneo.
Las aspiraciones van más lejos. Astana tendrá ahora aquí la sede operística de un festival lírico y de danza anual que quiere ser competitivo con coliseos como el de Glyndebourne. También quieren los promotores que su programación "se inspire y compare con la de teatros como el Covent Garden de Londres".
Realizada en 24 meses, aspira a convertirse en centro de reconciliación de las etnias y religiones del país asiático
Norman Foster va a cumplir pronto 70 años inmerso en una febril actividad de proyectos en todo el mundo. Y ha ideado esta "maravilla en medio de la estepa, centro global del entendimiento y símbolo de la paz universal", según el cronista Hugh Pearman.
Astana, fundada en 1824 a orillas del río Ishum como una fortaleza militar en medio de la nada, puede considerarse en términos de máxima como una Brasilia posmoderna. No está concebida por un solo arquitecto, aunque cuenta con un plan maestro de desarrollo axial creado en 1998 por Kisho Kurokawa. Tal planificación urbanística deja abiertas las puertas a los edificios que matizarán y darán identidad a la ciudad. La idea de la Pirámide de la Paz es que se constituya en una "universidad de la civilización" y que a la vez funcione como centro reconciliador de todas las etnias y religiones que componen este país asiático.
La Pirámide de la Paz tiene 62 metros de altura en su eje hasta la rasante del suelo. La base es también de 62 por 62 metros. A esas medidas debe sumarse la cavidad del teatro de ópera subterráneo y otras instalaciones, que contiene un escenario de 96 por 96 metros de perímetro y 50 de alto, todo bajo tierra. El teatro es de herradura a la italiana, combinando platea con escalonado de anfiteatro, de modo que al eludir el sistema tradicional de palcos garantiza una visión óptima desde todos los ángulos de la sala y sus 1.500 localidades. La pirámide, acristalada en su totalidad y realizada en un novedoso material combinado al acero decorativo, diseñado por el artista británico Brian Clarke (amigo y colaborador de Foster), cuenta con 10 plantas libres que se abren sobre un atrio central; los colores son el oro y el azul, los mismos de la enseña nacional kazaja. Un jardín colgante, como un encaje volante, remata decorativamente el interior de su cúspide. Y ha sido construida en menos de 24 meses. La premura es para que albergue, a mediados de septiembre, la segunda convención mundial de religiones. Kazajistán tiene mayoría musulmana suní (un 60%), pero conviven más de 100 nacionalidades censadas y varias religiones más entre ortodoxos, protestantes y otros.
Esta pirámide es un reto constructivo además de un espectáculo contemporáneo de acero, cristal y luz. Pero Astana cuenta con tres teatros más, uno de ellos de ópera y ballet y otros dos dedicados al teatro dramático, además de un museo arqueológico y una biblioteca nacional dotada de modernos catálogos electrónicos. Entre 1998 y 2004, la población de Astana se duplicó y pasó de 300.000 a 600.000 habitantes. En 2004 se terminó su nuevo aeropuerto internacional, concebido como centro de comunicaciones de Asia occidental.
Montserrat Caballé no dudó cuando le propusieron la inauguración lírica. Se aunaba otra cosa tentadora: el símbolo pacifista y ecuménico que quiere abanderar el edificio. El concierto de gala, que se celebrará mañana, será ofrecido por la gran soprano catalana acompañada de su hija, Montserrat Martí, respaldada por la Orquesta Sinfónica de Kazajistán, dirigida por el valenciano José Collado, que habitualmente trabaja con Caballé. La ocasión merecía un esfuerzo, y la diva universal del bel canto en activo más importante del planeta no dudó: ópera italiana y francesa complementada con piezas españolas de tradición. Será un recital de los de nota: Caballé, a sus 73 años (Barcelona, 1933), sigue siendo un prodigio vocal a pesar de los resquemores críticos y seudomelómanos, y ya no se prodiga en conciertos orquestales de tamaña envergadura. Su hija, con quien ha grabado discos y se ha presentado en numerosas ocasiones, le acompañará en algunos números, pero el gran peso de la velada está en ella, una mujer de tesón probado que ha luchado contra inclemencias de la salud, accidentes laborales y el inevitable paso del tiempo. Arias de Verdi (Otello), Cilea (Adriana Lecouvreur), Massenet (La vièrge); dúos de Délibes (Lakme), Penella, Caballero y Barbieri; dos arias de Puccini que hará Martí (de La bohème y Gianni Schcci) y algunas sorpresas más que las artistas no han revelado.
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