De Tom y Jerry a Caperucita y el Lobo
Los cruzados de lo políticamente correcto se han cobrado una nueva pieza a inventario de la estupidez: serán suprimidas las escenas en las que Tom y Jerry fuman. La próxima víctima puede ser Popeye fumando en pipa y, para preservar a los niños de la tentación del sexo, un día suprimirán el beso del Príncipe a Blanca Nieves. The Economist advirtió hace años de la tentación de adaptar los clásicos infantiles a lo políticamente correcto. Suprimir en aras de la emancipación femenina los pasajes en los que aparecen niños dando una imagen protectora de las niñas era una idea. Ironizaba el semanario sobre si los dos amiguitos que duermen juntos, en un clásico de la narrativa infantil que lamento no recordar, tendrán en una futura edición que dormir en camas separadas para evitar suspicacias de homosexualidad precoz. Los cretinos que manipulan sin respeto los clásicos infantiles son los mismos que ponen el grito en el cielo cuando, con humor, esas historias se readaptan para adultos. Vázquez Montalbán y Juan Marsé le dieron la vuelta en el semanario Por Favor al cuento de la inocente Caperucita y el Lobo Feroz, trasformando a la niña en una ninfómana que se trincaba al pobre y misógino animal, al que dejaba hecho unos zorros más que un lobo. A un juez el cuento le indignó y procesó a los autores. Lo que éstos dijeron en el juicio fue tan hilarante que serviría para otro cuento. Posdata: el juez que los denunció era un hombre que siempre hablaba de moral, pero los fines de semana iba de putas.
Los visitantes que lleguen apenas advertirán que los suecos están a pocos días de las elecciones
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