Un líder, un símbolo
Carlos Sastre, primer 'maillot' amarillo de la Vuelta tras la victoria del CSC en el prólogo de Málaga
Plutón ya no es planeta, Floyd Landis ya no es el campeón del Tour, Justin Gatlin ya no es el hombre más rápido del mundo, Marion Jones ya no es una diosa, pero, llevando la contraria a la ola de pesimismo histórico que nos invade desde que acabó el Tour, Carlos Sastre sigue siendo Carlos Sastre. Algo es algo. O mucho.
Es el momento de los símbolos, entonces, de las metáforas. La Vuelta, que simbólicamente quiere funcionar como kilómetro cero del ciclismo de la renovación, comenzó con una simbólica contrarreloj por equipos, un prólogo mínimo, 7,3 kilómetros de paseo marítimo, segundos, casi décimas, entre los 21 conjuntos, que sirvió para designar al primer líder, al primer maillot amarillo que, dadas las exiguas diferencias entre los 189 participantes, dada la abundancia de bonificaciones en los días venideros, no puede sino tener carácter simbólico. Y el agraciado, el denodado abulense Carlos Sastre, el primer líder de la Vuelta de la renovación, lo tiene todo para ser también el símbolo perfecto de todo lo positivo que se les pueda ocurrir. Y encima corre en el CSC, el equipo de Basso, el equipo de Riis, el equipo que arrastrado por el tremendo Fabian Cancellara, el especialista suizo en prólogos, colocó a su escalador español en la primera plaza.
"Para ganar sólo he tenido que seguir a las 'motos' de mi equipo", declaró el abulense
Cuando el secretario de Estado Jaime Lissavetzky, otro símbolo, ley antidopaje, Operación Puerto, le colocó el maillot amarillo, lo primero que hizo Sastre fue darle un beso, un roce de labios casi furtivo. "Es el primer maillot de líder que visto en toda mi carrera profesional", dijo Sastre, de 31 años. "Para conseguirlo, sólo he tenido que seguir a las motos de mi equipo".
Sencillo, ¿no? No tanto. Para conseguir que las motos de su equipo, tal como el ciclista de El Barraco llama a gente como Cancellara, O'Grady, Bak, Sorensen o Arvesen, antes tuvo que lograr durante unos cuantos años ganarse su confianza, demostrar que era un tipo por el que valía la pena luchar, que merecía que se dejaran la piel por él. Eso dijo O'Grady, un veterano y rápido australiano la víspera, "aquí estamos, súper motivados para llevar a Sastre a la victoria en la Vuelta. Él ha dicho que está para luchar, y de su palabra nos fiamos". El puesto de hombre admirado se lo ganó Sastre trabajando unos cuantos años con "ilusión, respeto, sacrificio", su lema, para Ivan Basso en el CSC. Le sirvió en el último Giro hasta la victoria y estaba preparado para servirle en el Tour. Y hasta estuvo a punto de seguirle fuera de la grande boucle cuando el italiano fue retirado por su equipo. Pero en vez de ello, se quedó y luchó por la victoria. Con regularidad de metrónomo aguantó en los Pirineos, con la misma regularidad, tesón y decisión, atacó cotidianamente en los Alpes. Terminó la contrarreloj final con los valores fisiológicos por el suelo. El precio del trabajo, del desgaste cotidiano, de la natural falta de recuperación. Y aquel día perdió también, o eso pareció, un puesto en el podio, pero se ganó el respeto perpetuo de todos sus compañeros. Terminó cuarto, el puesto más amargo, el podio de los campos Elíseos tan cerca, tan imposible. Después, antes de que los astrónomos degradaran a Plutón, antes de que se conocieran los engaños de Gatlin, de Jones, se supo que Landis había hecho trampas. "Pero no quiero hablar del Tour", dijo Sastre cuando se le preguntó si no guardaba resentimiento contra Landis por privarle con malas artes del placer del podio. "El Tour terminó hace un mes. Ahora toca la Vuelta".
Bello símbolo el de Sastre, o eso parece, pero tampoco habría estado mal el que un gregario de toda la vida, un ciclista como Txente García Acosta, hubiera vestido por un día de amarillo. Así lo había dispuesto su equipo, el de los más populares, el de Pereiro y Valverde, en el caso de haber ganado la etapa. Y el Caisse d'Épargne a punto estuvo de conseguirlo. Marcó el mejor tiempo en la mitad del recorrido -por 3 segundos-, pero eso fue antes de que Cancellara agarrara su moto y condujera a Sastre hasta las alturas.
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