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Columna
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Doscientas lenguas de fuego

Hay para mí dos palabras mágicas, lengua y traducción, que, cuando las encuentro mencionadas en una noticia de prensa, suscitan al instante mi interés. En una ocasión, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón declaró que en Madrid se hablaban 198 lenguas. El dato me pareció creíble porque, si los lingüistas han calculado que en el mundo se hablan entre 5.500 y 6.000 lenguas, que en Madrid, con un índice ya tan alto de inmigrantes de los más variados países, se hable una de cada 28 o 30 lenguas de las que se hablan en la tierra suena a verosímil. También hay que pensar en que el equipo del Ayuntamiento que le pasa al alcalde esta información se esmerará un poco en su trabajo y no seguirá el ejemplo del gran Chumy Chúmez que, en una ocasión en que me presentó un libro, nos hizo reír mucho a los asistentes al acto en la librería Crisol de la calle Juan Bravo al contarnos cómo se inventaba las estadísticas en una época juvenil en que desempeñaba este oficio en una oficina. Aceptemos, pues, de buen grado y en homenaje a la memoria de Chumy Chúmez, sin lanzarnos a la calle a verificar su exactitud, esa cifra de 198 lenguas habladas en Madrid declarada por el alcalde e instalémonos en dos noticias de la más estricta actualidad.

En El Mundo (20-08-2006), una foto tomada en el mercado de San Miguel, situado junto a la plaza Mayor, nos muestra un puesto con un cartel en el que el frutero les informa en inglés y en chino a los clientes de que está prohibido tocar la fruta y la verdura. Acabo de leer en EL PAÍS las excelentes crónicas sobre Islandia de John Carlin y una de sus observaciones que más me han impresionado es el bilingüismo de los islandeses. Cuenta John Carlin que en Islandia todo el mundo habla islandés, una lengua indoeuropea de la rama germánica, y además, inglés con una fluidez admirable. Ese altísimo conocimiento del inglés tiene su explicación en que hay allí una auténtica y sabia política estatal sobre la importancia de que los ciudadanos hablen la lengua internacional más recomendable y ponen los medios para que ese aprendizaje se realice. Por ejemplo, las películas y las series televisivas se emiten en Islandia en versión original con subtítulos en islandés. Centrémonos en los estudiantes de la Comunidad de Madrid que, en el estudio deplorable del inglés, son homologables a los de cualquier comunidad autónoma, y preguntémonos: ¿cuántas horas semanales dedican al estudio de este idioma? ¿Oyen con frecuencia los estudiantes discursos en inglés? Y aquí hay que responder: sí, oyen muchas canciones en inglés que apenas entienden. Saquemos al islandés que todos llevamos dentro y hagamos otra pregunta: ¿por qué en la enseñanza no se utilizan esas letras de canciones para aprender inglés? Mientras el Ministerio de Educación decide hacer algo sensato para que aquí se eleven los estímulos para estudiar idiomas, invitemos a los estudiantes a que se acerquen al mercado de San Miguel y lean el mencionado cartel de esa frutería: "Forbidden to handle fruits and vegetables". El cartel de la frutería está también en chino, una lengua de estructura y funcionamiento relativamente próximos al inglés y, por tanto, muy alejada -y, en consecuencia, también el inglés e independientemente de que cuenta con no pocas palabras de raíz latina-, muy alejada, digo, de nuestras lenguas románicas: entre otras, castellano, catalán, gallego, portugués, francés, italiano y rumano, una lengua que ya se habla mucho en Madrid, y la mejor prueba es, junto con las estadísticas de inmigración, esas gramáticas y diccionarios de rumano-español que con facilidad se encuentran ya en librerías.

Otra noticia publicada por EL PAÍS (14-08-2006) anuncia que los turistas tendrán un traductor las 24 horas del día para denunciar los delitos que sufran. El turista víctima de un delito podrá presentar su denuncia las 24 horas del día y los siete días de la semana en inglés, francés, árabe, rumano y japonés. Las denuncias en chino, ruso y búlgaro sólo podrán presentarse en horario de oficina (de nueve de la madrugada, como dicen los trasnochadores, a siete de la tarde) los días laborables. En un excelente poema, el también trasnochador Jaime Gil de Biedma escribió: "Quizá tengan razón los días laborables". ¿Estaba haciendo aquí Gil de Biedma una críptica apología del chino, ruso y búlgaro en detrimento del inglés que él tan bien conocía?

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