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Reportaje:El fenómeno de la inmigración

La esperanza se aloja en una vieja pensión

Una docena de senegaleses, todos procedentes de Canarias, viven en el Call de Barcelona alojados por la Cruz Roja

Cuando Onamane aterrizó el viernes por la noche en Barcelona, se cumplía un mes de su llegada a España. Tras nueve días "metido en una piragua" con otra veintena de subsaharianos, el pasado 19 de julio desembarcó en las costas de las islas Canarias. No sabe en cuál. "Pasé mucho frío, teníamos hambre y estábamos agotados", recuerda. Entonces, él y sus compañeros fueron atendidos por voluntarios de la Cruz Roja. "Me dieron ropa limpia, comida, jabón para lavarme y un cepillo y pasta de dientes", explica. Así consiguió subsistir un mes. El viernes pasado fue enviado a Barcelona.

Ahora vive en una pensión de una de las calles cercanas a la plaza de Sant Jaume, en pleno Call (antiguo barrio judío), y rechaza ser fotografiado de frente. En la misma pensión viven al menos una decena de senegaleses que, como él, llegaron a España a través de Canarias y luego fueron trasladados a Barcelona. Algunos llevan cinco días compartiendo una de las habitaciones del angosto principal que ocupa la pensión. Otros están a punto de cumplir la estancia máxima de 15 días que les es permitida. Fue la Cruz Roja la que se encargó de encontrar este alojamiento para todos ellos.

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Onamane tiene 20 años y una mujer y un hijo de un año a quienes mantener. "Se tuvieron que quedar en Senegal, porque mi hijo es todavía muy pequeño", justifica. Reconoce que ha sido muy difícil dejarles, pero las cosas en Senegal no iban viento en popa. "Yo era pescador y era complicado subsistir. Cada vez había menos peces", explica. Espera que su estancia en España sea lo más corta posible. No tiene intención de quedarse, al contrario: "En cuanto reúna dinero suficiente para asegurar la subsistencia de mi mujer y mi hijo, volveré a Senegal".

Afronta la ardua tarea de legalizar su situación en España, aunque su preocupación más inminente es encontrar a otros miembros de su familia que también decidieron dejar Senegal. No pudieron embarcar en la misma "piragua". No cabían. Onamane sabe que llegaron a Canarias y que siguen vivos, pero no tiene ni idea de dónde se encuentran. La Cruz Roja, que desde un principio se preocupó de Onamane, está intentando localizar a sus familiares. El joven senegalés explica que habla casi a diario con voluntarios de la organización a la espera de "buenas noticias". De hecho, confía, como cada día, en tenerlas hoy mismo. La Cruz Roja le aseguró ayer que "creía estar cerca de conocer su paradero".

Quizá por eso Onamane sonríe. Dentro de lo que cabe está contento. Tiene buen aspecto y lleva ropa limpia, aunque sus ojos, a caballo entre el rojo y el amarillo, denotan cansancio y tristeza acumulados.

Muy cerca de la pensión en la que se alojan los senegaleses hay una cabina telefónica. Tarde o temprano, a lo largo del día, todos acaban bajando, por turnos, para intentar ponerse en contacto con sus familiares y amigos. Sólo algunos lo consiguen. Aunque en Senegal no se conocían, el hecho de dormir en la misma habitación les ha unido. Por eso, cuando uno de ellos puede hablar con un primo o hermano que se encuentra en su país, todos lo celebran. Se ayudan y protegen los unos a los otros. Además de un futuro incierto, comparten la comida y fuman cigarrillos a medias, asomados en los pequeños balcones de la húmeda fachada de la pensión.

No tienen documentos ni dinero. Visten viejas camisetas, pantalones de chándal y zapatos con velcro que les ha facilitado la Cruz Roja. Sólo temen encontrarse con la policía. Varias patrullas frecuentan la zona y han pedido a alguno de ellos la documentación que no tienen. Pese a todo, no pierden la esperanza. Algunos repiten con un francés poco fluido: "Tout va bien!" (¡Todo va bien!).

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