Una pareja con mucha miga
EL PAÍS presenta mañana sábado, por 8,95 euros, la brillante comedia 'Pijama para dos'
No eran buenos tiempos los primeros 60 para Hollywood. Una industria poderosa sometida a la dura competencia de la televisión y obligada, por la célebre sentencia contra Paramount de 1948, a vender sus cadenas de salas.
Cuando en 1961 la Universal International apuesta por una película como Pijama para dos lo hace desde algunas seguridades: una, la presencia tras la cámara de Delbert Mann, un director que hacía sólo seis años había saltado de la pequeña a la gran pantalla con un drama de los que marcaron época, Marty, y que a lo largo de su carrera había demostrado ya un pulso seguro en casi todos los géneros, pero con proclividad en la comedia. Otra de esas seguridades era el dúo protagonista, la entonces notable baza recaudadora Doris Day, una de las actrices que mejor supo interpretar a un cierto tipo de americana media, decidida, rotunda y simpática, y uno de los galanes más en forma, Rock Hudson. No era la primera vez que ambos coincidían en un filme: de hecho, lo habían hecho ya en Confidencias de medianoche (1959) de Michael Gordon, y volverían a hacerlo en 1964, a las órdenes de Norman Jewison, en No me mandes flores. Y la tercera de las seguridades que buscaba el estudio era el ambiente en el que discurren los protagonistas, el mundo, entonces glamouroso, de la publicidad y de los grandes negocios. Y sin olvidar, claro, al amigo del héroe, el fenomenal Tony Randall que es uno de los secundarios de oro de aquel tiempo.
Roles cambiados
Con todo eso, el bueno de Delbert Mann montó una comedia brillante, un tanto superficial pero muy colorida, con una Doris Day que exhibe -era una de sus marcas distintivas- una de las colecciones más alucinantes de sombrerillos de toda la historia de la comedia clásica, y con un Rock Hudson perfectamente hecho a su papel de seductor heterosexual, tan alejado, por cierto, de sus auténticos intereses en la materia. Ambos componen, y es ese uno de los hallazgos del guión de Stanley Shapiro y Paul Henning, una pareja con los roles cambiados, en la cual ella es aparentemente él y él, un patético galán en apuros... bien que el espectador sabe que es cualquier cosa menos eso.
El filme se aguanta sobre esos pilares, a pesar de su aire decididamente anterior a los movimientos de liberación de la mujer: pero con esa endiablada capacidad que tiene el cine americano para contentar a todo el mundo, cada uno de los protagonistas / contendientes tiene su ocasión para el regocijo, para la venganza, para la satisfacción cumplida, que es como decir que cada espectador que se haya identificado con uno de ellos (o con ambos, que de todo hay) también tendrá su cuota de regocijo. Y con los años, a la película se le han ido pegando pequeños añadidos, esa moda que nos recuerda otros tiempos, esos comportamientos que ya no se llevan, esos personajes que no dicen tacos, y sin embargo... Será que nos estamos haciendo viejos.
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