El verano de las medusas
Las medusas se han convertido durante estas vacaciones en un elemento de referencia cotidiano en Cataluña, Levante y Andalucía oriental. En lo que llevamos de temporada, decenas de miles de bañistas ya han sufrido sus desagradables picaduras, y las autoridades no eluden hablar del fenómeno.
Sabemos ya, porque así nos lo han dicho desde la Agencia Europea para el Medio Ambiente al español CSIC, que estas plagas de medusas están vinculadas a determinados hechos, todos ellos inquietantes: el calentamiento del Mediterráneo, que el mes pasado llegó en algunos lugares a los 30 grados; la desaparición, por exceso de capturas, de especies que se alimentan de ellas y el incremento de los vertidos orgánicos que arrojamos al mar. Los científicos deberán determinar si estamos ante algo coyuntural o ante una profunda reacción del mar frente a las múltiples agresiones que sufre. Todo sugiere que el calentamiento de las aguas mediterráneas está vinculado al cambio climático, y este último a la emisión de gases de efecto invernadero. La adopción de políticas para limitar la pesca abusiva, depurar los vertidos arrojados al mar y aplicar de verdad los compromisos españoles con el Protocolo de Kyoto son tareas que deben inscribirse en la agenda política nacional. Aún más, esas políticas deben tener una dimensión europea. La UE en su conjunto debe abordarlas y también proponerlas a los socios de la ribera sur. Si el espacio euromediterráneo es incapaz, por razones obvias, de imponer la paz en esta zona, que sirva al menos para garantizar la limpieza del mar común.
No estamos ante un asunto menor. Amén de las desagradables urticarias que provocan, las medusas pueden ser síntoma de algo más profundo y también una amenaza. El negocio de tantas empresas y particulares podría comenzar a ensombrecerse en los años venideros si el Mediterráneo va dejando de ser un agradable espacio para el ocio y se va convirtiendo en un mar muerto o, peor aún, en un lago ponzoñoso.
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