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Reportaje:Guerra en Oriente Próximo

Patatas y arroz en casa de los Rabaa

Una familia beirutí acoge en su modesto piso a 11 parientes desplazados por la guerra

Ángeles Espinosa

El piso de los Rabaa se ha convertido en un centro de acogida. El día que estalló la guerra, Ebtisam, Faisal y sus cuatro hijos acogieron al tío Yalal, su mujer y sus dos retoños. La destrucción del puente de Dammur había reventado los cristales de su casa y no querían correr riesgos. Con ellos llegó la abuela Fatma, que había venido a pasar el verano desde su Shebaa natal. Al día siguiente llegaban el tío Faisal, su mujer y sus cuatro descendientes. El edificio en el que vivían en Bir el Abed había desaparecido. Desde entonces 17 personas se hacinan en 80 metros cuadrados.

"Desde el principio de la emergencia, todo el mundo se ha ocupado de los desplazados acogidos en los centros públicos, pero son sólo la punta del iceberg", alerta Imad Akkaui, convencido de que son muchos más quienes se alojan con parientes y amigos. Akkaui es el coordinador general del Comité de Ayuda Popular, una ONG local que ha empezado a ocuparse de estas familias. "En muchos casos los anfitriones se han quedado también sin trabajo y su generosidad es una carga extra", añade.

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El Alto Comité de Asistencia, el organismo que coordina la emergencia, no dispone aún de cifras. "Sólo tenemos estimaciones", admite Mohamed Mamluk. Según sus datos, "hasta 600.000" libaneses pueden hallarse en esa situación. "Hay 130.000 personas en escuelas públicas y privadas, y unos cuantos miles más en otros centros públicos, iglesias, etcétera, pero al resto no lo tenemos registrado". El Gobierno cifra los desplazados en cerca de un millón, de los que unos 250.000 habrían salido del país.

"Nos distribuimos", explica Ebtisam, quien a pesar de todo logra mantener la casa en orden. "Ponemos a los niños en los sofás y las mujeres dormimos en el salón con ellos, encima de unas colchonetas. Los hombres y los chicos mayores se reparten en las dos habitaciones". Sus ojeras testimonian falta de sueño. "Hemos pasado la noche en la escalera porque oíamos los bombardeos y como no había electricidad no podíamos poner la televisión para saber dónde estaban atacando". Su barrio, Mokassed, está próximo a los suburbios meridionales, el objetivo preferencial de la aviación israelí en Beirut.

Escasea la luz y el agua

Los frecuentes cortes de electricidad afectan al depósito del agua. "No nos llega para las duchas", se queja Yumana, la mujer de Yalal. La higiene constituye un problema con temperaturas que superan los 35º a mediodía con una elevada humedad. "Lo importante es que, gracias a Dios, podemos seguir comiendo patatas y arroz", tranquiliza Ebtesam, a quien todos rodean en silencio. Los Rabaa, al igual que sus parientes, son una familia de clase media, que vivía sin grandes lujos, pero con dignidad. Ahora la situación es de subsistencia. Su hermano Fuad ha perdido el trabajo en una imprenta y Yalal, el otro hermano, su puesto de reparación de calzado en Chueifat. Sólo su marido, Faisal, mantiene el empleo como chófer de una empresa de dulces. Pero con la creciente penuria de gasolina y la falta de abastecimiento, no saben cuánto tiempo más seguirá abierta.

"No tenemos dinero para viajar", dice Ebtisam. "Hemos oído los rumores de que van a bombardear Beirut. Pero ¿adónde vamos a ir? En una escuela estaríamos peor. Al menos aquí estamos juntos", afirma.

"Salimos con lo puesto", declara Fuad. "Eran las 22.30 del jueves 14 y pensamos que volveríamos enseguida, pero al día siguiente nuestra casa fue una de las alcanzadas por el bombardeo", asegura. "Sólo quedan escombros. Mire", añade mientras enseña las fotos que tomó con el móvil cuando acudió a ver los daños. Las instantáneas muestran el ya tristemente familiar amasijo de hierros retorcidos y cascotes. "Era un edificio de cinco plantas", precisa. A duras penas consigue contener las lágrimas. Lo único que pudo recuperar fueron las pruebas médicas de una operación que le hicieron a la pequeña hace unos meses y varias cartulinas con las notas escolares de sus hijos. "Estaban esparcidas por la calle", recuerda.

De momento, van a servirles de poco. Las universidades han anunciado que retrasan, por lo menos un trimestre, la apertura del curso. Y las escuelas no pueden funcionar hasta que no se encuentre un alojamiento alternativo para las familias a las que albergan. Con el conflicto enquistándose, los Rabaa y sus parientes no ven una rápida salida a su situación. "Que paren los bombardeos y nos dejen sobrevivir. Tenemos miedo hasta de salir a la calle para comprar la comida", implora Ebtisam.

Un cartel da la bienvenida al barrio de Haret Hreik, feudo de Hezbolá y el más castigado por los bombardeos.
Un cartel da la bienvenida al barrio de Haret Hreik, feudo de Hezbolá y el más castigado por los bombardeos.EFE

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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