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El teléfono móvil de Elsa enmudeció en Jai Alai

Bautista Vargas llegó ayer a la residencia Jai Alai de Laredo completamente ido. La última vez que había hablado con su esposa, Elsa Taboada Vélez, de 43 años, fue la medianoche del miércoles. Ayer por la mañana, cuando la noticia de la explosión en Laredo estaba en todas las radios, el teléfono móvil de Elsa había enmudecido. Acudió al edificio donde su esposa cuidaba a una mujer de 93 años buscando una respuesta, aunque en su fuero interno sabía que la mañana sólo podía depararle malas noticias. El teléfono de la casa, reventada por efecto de la deflagración, comunicaba una y otra vez.

"Me han llamado al trabajo para comentarme que algo malo le había pasado a Elsa. Creo que mi mujer está muerta". Bautista, como su esposa, es un inmigrante boliviano que lleva residiendo en el País Vasco desde hace seis años. Trabaja en el sector de la construcción. Su mujer, con un hijo estudiante de Medicina en Bolivia, llevaba tres en Euskadi. Con la cabeza en otro lugar, Bautista buscaba la confirmación fatal entre los periodistas y algunos familiares de los otros tres muertos. El cuñado de la otra familia que falleció por inhalación de gases le pasó a Bautista la tarjeta de la funeraria La Montañesa, que ayer se hizo cargo de los cadáveres de la pareja y su hija de 37 años, todos de Bilbao.

Al mediodía, los cinco cuerpos estaban ya en el anatómico forense del hospital de Valdecilla, en Santander, donde se les practicó la autopsia. Un cartel pegado en el tanatorio pedía disculpas de manera anónima y recordaba que el servicio se cerraba a las diez de la noche. Como si fuera posible orillar la muerte unas horas al día.

Vitalidad envidiable

Elsa, natural de la localidad boliviana de Santa Cruz, era la cuidadora de Emilia Ballestero Orue desde hacía dos años. Pese a sus 93 años, la anciana paseaba su amabilidad a diario entre sus vecinos y conservaba una vitalidad envidiable que compartía con sus amigas, según resaltaban ayer en Jai Alai. Natural de Ortuella, vivía en Getxo y desde hacía años acudía como miles de vascos a veranear a Laredo.

La tristeza viajaba ayer desde la villa cántabra a Santander y al hospital de Cruces (Vizcaya), donde fueron ingresados los cuatro miembros de una familia de Getxo con quemaduras graves o muy graves y síntomas de haber inhalado el humo que causó las otras cinco muertes. Los hijos de la pareja, una niña de ocho años y uno de cuatro, tenían quemaduras de segundo y tercer grado. Roberto, con quemaduras en cara, tronco y extremidades, fue operado y su estado es muy grave. Sus padres y su hermana estaban graves. Teresa, vecina del cuarto en la residencia, sólo tenía buenas palabras para ellos: "Eran una familia ejemplar".

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