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FESTIVAL DE BENICÀSSIM

Marcialidad contra elegancia

Franz Ferdinand se impone a Morrissey y a Rufus Wainwright

Si el algodón no engaña, el público tampoco. Por mucha que sea la leyenda de Morrissey y por muchas y hermosas canciones que haya escrito Rufus Wainwright, dos santos y señas del lirismo pop, la votación del público manifestada presencialmente el sábado frente a los escenarios, determinó que el momento de la segunda jornada del Festival Internacional de Benicàssim (FIB) no fue otro que la interpretación de Take me out por parte de Franz Ferdinand.

Ellos llenaron la explanada del Escenario Verde, ellos pusieron a botar a la concurrencia, ellos se llevaron las salvas de aplausos más notorias; ellos, con ese aire marcial de sus ritmos acelerados, marcaron el paso de la jornada.

Que por cierto no deparó demasiadas emociones, porque además de Franz Ferdinand, Morrissey y Rufus Wainwright, la programación recordó a un cardado femenino: mucho volumen y poca densidad.

Eso cuando las figuras no eran directamente un reclamo para los extranjeros, caso del grupo The Kooks, completamente desconocido en España y, sin embargo, capaz de convocar a una multitud británica en su breve concierto.

La cuestión es que la jornada sugirió la enorme popularidad de Franz Ferdinand, un grupo de canciones afortunadas expresadas con urgencia guitarrera, la clase de Morrissey y que Rufus brilla mucho más con banda que con sólo piano o guitarra.

Morrissey, el gran divo del pop, apareció con camisa amarilla y abrió con Panic, primera de las cuatro canciones que hizo de The Smiths, de quienes luego interpretó Still ill, Gilrfriend in a coma y la preciosa How soon is now? Casi todo lo demás fueron temas de sus dos últimos trabajos, canciones expuestas con una elegancia intachable y una voz sin mácula.

Poco más se puede decir de alguien que parece nació para dejarse ver en los escenarios, una especie de cariátide animada que sólo tiene vida cuando ojos ajenos se posan en ella.

Morrissey pasó por Benicàssim como una reina, un divo que en sus largos años de carrera era la segunda vez que actuaba en España, descontando su visita con los Smiths en los ochenta.

Por el contrario, Rufus Wainwright está menudeando sus presencias en nuestro país, donde últimamente actúa sin banda -así lo hizo la semana pasada en el festival Summercase ofreciendo idéntico repertorio-.

Cierto es que las buenas canciones también tienen vida sólo con guitarra o piano, pero no es menos cierto que comprarse un Ferrari para ir en segunda velocidad es desaprovechar las prestaciones del vehículo. Eso ocurre con Rufus, especialmente cuando toca la guitarra, instrumento del que sólo obtiene acordes que se antojan insuficientes para sus riquísimas y lujuriosamente arregladas canciones, que parecen escritas en los tiempos de Tim Pan Alley.

La cima de su concierto, del que por la respuesta del público se supone que algún día tendrá lugar en el escenario principal, la alcanzó en la parte final con delicadezas como Art teacher, la versión del Allelujah de Cohen, Cigarettes and chocolate milk y la embriagadora Gay messiah.

El suyo fue un concierto damnificado por estar dentro de un festival, que no puede ofrecer el entorno adecuado para acabar de rendirse ante la deslumbrante voz de un artista que acabó la noche, la del día de su 33 cumpleaños para más señas, paseando por camerinos con la camiseta naranja de los voluntarios que trabajan en el festival, que pese a todo ha dado otro empujoncito a su carrera.

Asistentes a una sesión electrónica en Benicàssim.
Asistentes a una sesión electrónica en Benicàssim.ÁNGEL SÁNCHEZ

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