La insuficiencia del corazón
Jonathan Franzen y David Foster Wallace redescubrieron, para los lectores americanos, Personajes desesperados (El Aleph, 2005), de Paula Fox, y situaron a esta autora, nacida en Nueva York en 1923, a la altura de Bellow, Updike y Roth. Gracias a ese fervor, también aquí ha recibido elogiosas críticas. Aquella novela, en efecto, era un lúcido relato sobre los horrores imaginarios y la desesperación. El dios de las pesadillas indaga, según expresión de la narradora y protagonista, Helen Bynum, en la insuficiencia del corazón, o por mejor decir, en el autoengaño. Helen se traslada, al tener noticia de la muerte de su padre -que abandonó a su madre diez años atrás-, a Nueva Orleans, a vivir con su tía Lulu, vieja actriz atolondrada y alcohólica, y allí se rodeará de una mezcla de afectos y turbias relaciones, dulzura, violencia, tensiones raciales, con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial, que inevitablemente contagia el ambiente social de expectativa y abnegación.
EL DIOS DE LAS PESADILLAS
Paula Fox
Traducción de Rosa Pérez
El Aleph. Barcelona, 2006
222 páginas. 18 euros
La novela transcurre en una
suerte de crónica que engarza las banalidades cotidianas (el trabajo, las rutinas domésticas) con el descubrimiento del amor, la pasión por la literatura -encarnada en Gerald, poeta que recibe una brutal paliza por sus versos- y la relación con Len, hijo de rabino, con quien urde "una vida con él en un tiempo imaginario". Experiencias que no puede contar a su madre, porque no tiene con ella el "hábito de la sinceridad". Con 23 años, Helen comienza a conocer y querer a más personas de las que había querido en su vida. "El corazón", dice, "me latía violentamente al pensar que iba a verlas". Comprende y asume que "los borrachos sí que saben qué es la sensibilidad humana". Y, a la vez, se siente solemne en su bondad hacia su tía Lulu, que "casi ha completado su propia ruina", porque reconoce en ella un "estado emocional poco frecuente".
Sin embargo, se diría que la propia autora, que desarrolla un minucioso análisis de los vínculos emocionales, desistió de prolongar esa introspección, al dar un salto de más de 25 años que permite, a través de un encuentro azaroso, que la propia Helen descubra que había sido traicionada, en aquella época, por su marido y su mejor amiga. De modo que lo que pareció una época feliz se vuelve el origen de la desdicha. Esto se nos revela en la segunda parte, que ocupa un único capítulo, de los 12 de que consta la novela. Sorprende que Helen sea la cronista de su propia historia. Que el narrador en primera persona escamotee información al lector es moralmente inevitable, pero que se engañe a sí mismo para lograr, en la página final, una escena de patética tribulación, resulta demasiado teatral para ser creíble. El dios de las pesadillas termina donde debería comenzar.
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