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Columna
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La pugna

No dejamos de comparar estos días la actuación del Gobierno de Aznar cuando ETA declaró la tregua que llamaremos de Lizarra con la que está teniendo el Gobierno de Zapatero en el actual proceso de liquidación de ETA. Soy de la opinión, y así lo he manifestado ya en alguna de mis columnas, de que el Gobierno de Aznar reaccionó con torpeza ante el pacto de Lizarra y de que le costó comprender tanto su contenido como el significado de la tregua de ETA. Recordemos que el PSE abandonó el Gobierno vasco, del que entonces formaba parte, mientras que el PP siguió manteniendo su pacto parlamentario con el PNV, partido que acababa de llegar a un acuerdo por la autodeterminación fáctica con ETA, pues Lizarra no fue de hecho otra cosa. Pese a ello, y a que no había sido emplazado para la ocasión, el Gobierno de Aznar sentó en Zurich a sus representantes con los propios de la organización terrorista.

El PP, si no estoy equivocado, no ha vuelto a ganar unas elecciones desde 2001. Al PP, las victorias truncadas se le vuelven traumáticas, obsesivas

Es cierto que la reunión no pasó de ser un tanteo de posiciones y que el Gobierno de Aznar no aventuró un solo paso más en aquella iniciativa, pero es igualmente cierto que el PP hace de la necesidad virtud cuando proclama ufano que tras conocer las intenciones de ETA se cerró en banda a toda negociación, a diferencia de lo que hoy acontece con la disposición a dialogar por parte del Gobierno de Zapatero. ETA estaba entonces empeñada en construir Euskal Herria, y sospecho que su interés negociador era escaso en aquel momento. La negociación -en realidad, el reconocimiento de Euskal Herria como nación soberana-, se relegaba a una etapa posterior.

Nada que ver, por lo tanto, con la situación actual. Sin embargo, no es intención mía comparar dos iniciativas surgidas de situaciones que considero dispares, y, en último caso, tendría que dar la razón a quienes opinan que un error anterior no justifica otro error, convencidos como están de que la iniciativa de Zapatero es un error absoluto. Además, es cierto que el patrimonio de Aznar, "su" política antiterrorista, que es la que se trataría de defender a toda costa, es algo posterior al encuentro de Zurich. Y sería esa diferencia la contrastable, la defendible en todo momento, aunque hayan cambiado las circunstancias.

Se ha apuntado al Pacto de Lizarra, precisamente, como frontera que marcaría un antes y un después en la política antiterrorista de Aznar. Tengo la convicción, sin embargo, de que ese momento liminar es posterior y que no es otro que el fracaso de las aspiraciones del PP en las elecciones autonómicas vascas de 2001. Hasta ese momento, y pese a Lizarra, la política antiterrorista de Aznar era más bien continuista respecto a la de los gobiernos anteriores, si bien con algunas salvedades que contribuían a otorgarle un perfil, si cabe decir, más despolitizado que la de aquellos. Las salvedades correspondían al Pacto de Ajuria Enea, al que dejaba languidecer -de hecho, ya sólo lo defendía el PSOE-, y a la coordinación política en materia antiterrorista con el Gobierno vasco o, si se prefiere, con el PNV, coordinación que sí había funcionado con gobiernos anteriores. La política antiterrorista de Aznar se centraba entonces en la labor de la Justicia y de las fuerzas de seguridad, tarea que se quería libre de las adherencias políticas que hubieran podido entorpecerla anteriormente. Podría parecer que ese corpus doctrinal, si lo podemos llamar así, fue el que guió también su política posterior, pero tengo la impresión de que luego sí fue politizado, o dispuesto al menos al servicio de una finalidad política que desbordaba su neutralidad aparente. Entonces, la única finalidad política, quizá vinculable con la lucha antiterrorista, era acceder al Gobierno de Vitoria, objetivo que se consideraba alcanzable siempre que se contara con la contribución del PSE. Por razones que expuse ya largamente en su momento, he de decir que ese objetivo contó con mi apoyo.

También he de decir, y creo haberlo expresado por escrito, que intuí en el fracaso electoral vasco el inicio del declive político del PP. Si no estoy equivocado, no ha vuelto a ganar unas elecciones desde entonces. Al PP, las victorias truncadas se le vuelven traumáticas, obsesivas. Y tras la derrota, su política antiterrorista, en efecto, cambió -Pacto Antiterrorista, Ley de Partidos, etc., siempre con el acuerdo del PSOE, y con el mío-. Pero cambió igualmente otra cosa, como fue que la lucha contra el terror se convirtiera también en instrumento para consolidar la hegemonía política -teoría del contagio, tutelaje excesivo desde el Ejecutivo de las decisiones de los tribunales, etc.-. Y, en opinión de algunos, para conseguir lo que no pudo lograr en 2001, el Gobierno vasco. El empeño, en paralelo al de la conquista del poder económico vasco, y guiado por una decisión férrea, hubiera supuesto, de haber sido logrado, una verdadera convulsión para este país, que habría quedado irreconocible.

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Pero faltó finezza. Pues para ello había que laminar cualquier otra opción política, que era rápidamente asimilada al terror en cuanto presentaba algún inconveniente. La pluralidad, contra ETA, acababa siendo absorbida en ETA. Fue lo que le ocurrió al PSE de Patxi López desde el momento mismo en que se apartó del guión post Lizarra. De ahí que lo ocurrido estos días con la rosa y la serpiente no suponga una novedad, fruto de las actuales circunstancias. Razón de más para que el PSE no se deba dejar influir por esa y por similares actuaciones, y deba esforzarse por atraer al PP hacia el acuerdo. Faltó finezza, he dicho. ¿No será que lo que faltó, en realidad, fue talante, y que éste, el talante, sea la concreción posmoderna de lo que antaño se denominó carisma?

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