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Setenta años de PSUC

Joan Subirats

El próximo domingo, en el bar Pi de la plaza del mismo nombre de Barcelona, se celebrará el 70 aniversario de la fundación del PSUC. El 23 de julio de 1936, en el mencionado establecimiento y con las explicables urgencias del momento, se reunieron dirigentes de diversos partidos catalanistas y de izquierdas para fundar el que sería uno de los principales partidos de la Cataluña contemporánea. Como es evidente, el levantamiento sedicioso del 18 de julio aceleró un proceso de convergencia que se había iniciado antes y que, tras el inicio de las hostilidades, exigía mayores dosis de fortaleza unitaria que de cautelas ideológicas. En estos momentos de recuperación de la memoria histórica, y de reconocimiento de labores y circunstancias silenciadas, es significativo el homenaje y el recuerdo que va a llevarse a cabo en el mismo lugar en el que nació tal formación política.

No hay partido que haya atravesado el periodo histórico que va de la década de 1930 al inicio de este siglo que pueda presumir de tener una historia impoluta. Y no creo que nadie que haya militado en ese partido o que aún se sienta implicado en su trayectoria y evolución, pueda hoy asumir sin contradicción alguna todas y cada una de las etapas que significaron la Guerra Civil, la reconstrucción en el exterior y en el interior del país, la lucha antifranquista o la transición democrática. Pero, eso no puede impedir reconocer la labor política desplegada, ni tampoco la capacidad de preservar ciertos elementos diferenciales y específicos del país en épocas en que no resultaba fácil ni tampoco generaba retornos políticos evidentes. Manolo Vázquez Montalbán destacó ese componente diferencial, y el propio Jordi Pujol aceptó el servicio integrador que el PSUC y el Barça, desde perspectivas distintas pero no contradictorias, ejercieron durante el franquismo para evitar lógicas desintegradoras del país en las difíciles épocas del franquismo y tras la masiva inmigración recibida en las década de 1950 y 1960. Que alguien como José Luis López Bulla encabece hoy una plataforma que propugne la llegada a la presidencia de la Generalitat de José Montilla y no se sienta atraído por la propuesta de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía, es explicable seguramente desde muchos ángulos de análisis, pero al menos uno de ellos entiendo que conecta la historia del PSUC y la tradición de la Comissió Obrera Nacional de Catalunya con una articulación política del país que no ha contrapuesto ser de izquierdas con defender la identidad propia de Cataluña.

El PSUC fue durante los muchos años de la dictadura franquista algo más que un partido. Por un lado, trató de organizar y dar sentido a las diversas formas de resistencia antifranquista que se fueron desplegando. Impulsando plataformas y acciones variadas que acabaran expresando resistencia y disidencia. Trabajando en la conexión entre grupos sociales y temas de campaña. Tratando de articular esos temas concretos con objetivos más amplios que ampliaran las contradicciones del sistema y las alianzas con todo tipo de opositores. Forjando y lanzando nuevos líderes en muy diversos campos. Conectando cada episodio particular de oposición antifranquista con las tramas históricas que explicaban por qué estábamos donde estábamos. Ejerciendo en definitiva de instrumento de memoria histórica, intelectual y colectiva. Es evidente que ninguna de esas tareas las ejerció el PSUC en solitario. El antifranquismo en Cataluña no es patrimonio del PSUC ni de ninguna otra fuerza política o social. Pero, justo es reconocer su protagonismo que le hizo aglutinar voluntades, esfuerzos y liderazgos bastante más allá de lo que sus fronteras ideológicas harían hoy suponer.

El PSUC, como muchos otros partidos políticos de entonces no solamente en España sino en el mundo, ofrecían a sus afiliados una identidad que se vinculaba a un espacio de solidaridad, a unas actitudes, a unos códigos y a unos símbolos determinados. En este sentido, no sólo el PSUC, sino otras formaciones políticas, absorbieron y satelizaron otras formas de participación (como por ejemplo diversas prácticas asociativas), que sólo se legitimaban por el hecho de vincularse a una organización partidaria. Los partidos ejercían un rol mucho más "integrativo" que en la actualidad. Y si esto era así en muchas partes de Europa, en la España franquista ese sesgo se acentuaba. Ya no era sólo un problema de desplegar una actividad política, sino que uno "militaba" en todas las esferas de la vida cotidiana. Los partidos contribuían a elaborar identidades colectivas y focalizaban aquellos temas que "tenían" que estar en la agenda política, "ordenando" el debate desde sus mismas raíces. Con ello, el PSUC y otros partidos de la época proporcionaban recursos de identidad tanto a sus élites como a sus bases. El politólogo italiano Mario Cacciagli, aludiendo a su propio país, afirma que partidos como el PCI o la Democracia Cristiana "generaban un mundo rojo o blanco donde no sólo se definían las cuestiones políticas, de solidaridad o apoyo mutuo, sino que también elaboraban la identidad de los camaradas, en la que éstos se reconocían y eran así percibidos por el resto de la sociedad".

No creo que sea necesario argumentar en exceso para afirmar que hoy los partidos se han ido separando de ese modelo "integrativo" y han ido concentrando su atención en lo que diversos teóricos califican como "tareas eficientes" de la política representativa, es decir, intentar atraer la voluntad mayoritaria de la población, reclutar élites, administrar recursos, formular y llevar a cabo políticas públicas, organizar elecciones periódicas y simbolizar la autoridad. No se trata de sentir añoranza por los tiempos pasados, cuando en esos ejercicios teñidos de nostalgia, más bien mitificamos ciertos elementos de implicación y pertenencia mientras silenciamos o marginamos muchas de las miserias y sinsabores de ese mismo pasado. Los 70 años del PSUC merecen ser tenidos en cuenta en momentos en que a trancas y barrancas rehacemos puentes con el pasado y recuperamos narrativas y relatos sin los cuales muchas piezas de la actualidad no encajarían. No creo que en la disputada herencia del PSUC nadie sienta la tentación de recuperar la vieja tradición leninista de "vanguardia", en momentos en que es obligado reconocer el pluralismo político y social y su expresión también plural en partidos, movimientos y demás actores colectivos. Hoy la política, por suerte, pienso, no se acaba en los partidos ni mucho menos en "el partido". Pero eso no es óbice para no reconocer o no recuperar tradiciones e historias que, con sus contradicciones y claroscuros, son ya parte del patrimonio común del país. Sabemos que los ejercicios de memoria histórica cumplen esa misión. Generan sentido de continuidad. Y así construimos sociedad, de la misma manera que esa sociedad construye memoria. Pero, con relación al PSUC como con relación a muchos otros temas, existen pluralidad de memorias y pluralidad de recuerdos. Lo importante es no caer en la hagiografía o en recuerdos excesivamente simplificadores.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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