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Europa, ante la locura

Los incendios se previenen con las medidas adecuadas, pueden apagarse en su comienzo o pueden extinguirse cuando ya han producido desastres, lo que resulta la forma más costosa de hacerles frente. ¿Seremos capaces de apagar el incendio que amenaza con asolar Oriente Medio antes de que sea demasiado tarde?

En medidas preventivas sacamos malas notas. Tras la invasión de Irak, en junio de 2003, la comunidad internacional ofreció un muy razonable plan de paz para israelíes y palestinos a través de la Hoja de Ruta. Pero las partes lo desdeñaron, y los mediadores, en lugar de insistir sobre su cumplimiento, se dejaron llevar por la pasividad.

Detengamos aquí la cámara un momento. ¿Por qué, durante años, se ha permitido un deterioro tal de la situación y se ha dejado a Israel llevar la iniciativa sobre todo respecto al diseño territorial y a la denigración absoluta de los palestinos? Una respuesta posible ha sido elaborada por dos profesores de Estados Unidos, John Mearsheimer y Stephen Walt, quienes en un estudio publicado en marzo de este año afirman que los grupos de presión proisraelíes son demasiado poderosos en Washington, hasta el punto de poner en cuestión intereses nacionales norteamericanos.

Tanto para Estados Unidos como para Europa es un grave error contagiarse de la controversia y alinearse con una u otra de las partes. El conflicto entre israelíes y palestinos está compuesto de rasgos primitivos, étnicos, territoriales y religiosos, que nosotros debemos mirar con recelo tras la superación de la guerra por esas mismas causas vivida en Europa. O bien la Unión Europea es capaz de proyectar paz y estabilidad en Oriente Medio, a partir de criterios objetivos y soluciones pacíficas, o bien, si nos dejamos invadir por la locura proveniente de la región, podemos terminar pagando las consecuencias.

Por lo que se refiere al aspecto central de la disputa, ¿es que existe otra fórmula que compartir el territorio? En cuanto a la religión, no debe nublar la mirada. Los libros sacados de la antigüedad, de aquellos tiempos en los que matar a otros era un deporte, no justifican ni la atribución de tierras ni los ataques a quienes profesan otra religión.

Ahora que el incendio es todavía relativamente pequeño es el momento de pararlo con decisión. Pero en este punto Europa y Estados Unidos, cada uno a su forma, han estado lentos. Tras la condenable acción palestina contra el puesto de Kerem Shalom el 25 de junio pasado y el secuestro de un soldado israelí, Israel montó una gran operación de represalia en Gaza. La operación comenzó el miércoles 28, pero la Unión Europea no produjo una declaración sustancial hasta el día 3 de julio. Ante las continuadas dudas europeas, el movimiento israelí por la paz, Gush Shalom, lanzó una llamada en la prensa internacional el 12 de julio en la que pedía a la Unión Europea que despertara de una vez y adoptara medidas mucho más fuertes para promover una solución negociada.

¿Por qué la UE se encuentra bloqueada en este asunto? El hecho de que la política exterior europea tenga que ser definida por unanimidad entre los 25 Estados miembros hace que la Unión sea incapaz de actuar cuando más falta hace. Javier Solana, el alto representante de la UE, es un gran conocedor de la región y tiene capacidad suficiente para tomar iniciativas útiles. Pero, ¿qué puede hacer, y qué pueden hacer otras instituciones de Bruselas, si hay que esperar el acuerdo de todos los miembros?

Estados Unidos tampoco ha sabido poner freno a la escalada de violencia, y se contenta con insistir en el derecho de legítima defensa de Israel, sin tener en cuenta que ese derecho no justifica cualquier acción militar. Cuando el Consejo de Seguridad quiso adoptar un proyecto de resolución el 13 de julio condenando el uso de la fuerza de israelíes y palestinos, Estados Unidos, con su veto, impidió a este órgano ejercer sus responsabilidades en el mantenimiento de la paz global. El mismo Consejo también está paralizado en el conflicto de Líbano por razones similares.

Israel ha sufrido dos claras provocaciones, pero su respuesta ha añadido leña a la crisis regional y, con ella, a una muy incierta situación económica global. Frente a la apertura de hostilidades por parte de Hezbolá en la frontera norte -un verdadero acto de agresión-, Israel replicó de manera desproporcionada, ya que el bombardeo del aeropuerto de Beirut, de infraestructuras y de áreas urbanas afecta a la población civil del conjunto de Líbano. Nadie puede asegurar que estas respuestas contundentes en Gaza y Líbano, que contribuyen a la escalada, van a traer más seguridad a Israel o, por el contrario, van a producir una ulterior radicalización de sus adversarios.

La pregunta que se impone ahora es si seremos capaces de evitar un incendio mayor, al existir una conexión evidente entre las tres crisis de Oriente Medio: en torno a Israel, el rompecabezas iraquí y las ambiciones nucleares iraníes. Algunos analistas internacionales, ya puestos en materia y al grito de "más madera", sugieren que el objetivo de impedir que Irán adquiera armas nucleares es tan prioritario para el orden internacional, que una acción militar contra Irán a medio plazo es casi inevitable. Según sus previsiones, el petróleo y el gas seguirán siendo caros por la demanda mundial, pero un Irán nuclear pondría esos recursos en manos ajenas y haría el futuro imprevisible. Una guerra contra Irán daría lugar ciertamente a un periodo de crisis, pero, una vez superado, volveríamos a un equilibrio.

La perspectiva de una guerra generalizada en la región, con el estrecho de Hormuz en llamas, podría suponer una debacle para nuestras sociedades y nuestras economías. Los europeos más responsables deberían sacudirse la pereza estratégica que les atenaza y comenzar a actuar verdaderamente para evitar una deflagración en Oriente Medio. Quizá sea el momento de reformar los métodos de hacer política exterior en la Unión Europea. Algunos europeos, que rigen su pensamiento por el postulado inglés father knows better (el padre sabe mejor), han dado vacaciones a sus neuronas y creen que Estados Unidos puede resolver los problemas del mundo. Casos recientes demuestran que esto no es así. En este momento grave, los europeos más avisados deben estar a la altura de las circunstancias y unir sus voces. No importa tanto ser cuatro o veinticuatro como decir y hacer las cosas necesarias en los momentos adecuados. Si los europeos más clarividentes no son capaces de guardar el sentido común y definir una política decidida de paz y estabilidad para la región más sensible del mundo, entonces todos debemos prepararnos para sentir de nuevo los efectos de la locura colectiva.

Martín Ortega Carcelén es investigador en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea.

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