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Columna
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Y el Papa vino a la 'Comunitat'

Imagino que el presidente Camps, al recibir a Su Santidad apenas pisó tierra, lo haría con estas palabras: "Bienvenido a la Comunitat, Santo Padre". Es lo políticamente correcto. Nuestros líderes políticos, lo que en otros tiempos se conocía como las "fuerzas vivas", han decidido que cuando nos refiramos al territorio en que vivimos los valencianos, que transcurre desde Vinaròs a Oriola, lo denominemos la Comunitat. Si el Papa hubiese dirigido sus pasos a cualquiera de las otras comunidades autónomas con nombre propio -Andalucía, Galicia, Cataluña, Murcia, Euskadi, Castilla-León, Extremadura, etcétera- el presidente de la comunidad agraciada le hubiese recibido citando el nombre con la que es conocida en todo el mundo. "Bienvenido a Andalucía, Santidad", le habría dicho, por ejemplo, el presidente Chaves. O a Euskadi, el lehendakari Ibarretxe, o a Extremadura, el presidente Ibarra... Pero, ¿de dónde es presidente el señor Camps?. De la nada, de la Comunitat, de una cosa sin nombre propio porque comunidades son todas. La estulticia de algunos de nuestros políticos, de uno y otro bando, durante la Transición, apoyada por la mentecatez de sus asesores, les llevó a tomar el acuerdo de dejar a este pueblo sin nombre. Lanzaron su anatema contra el término de País Valenciano que se había venido utilizando durante el franquismo con toda naturalidad y aceptación, hasta que llegó la democracia y el momento de elaborar nuestro Estatuto. Y se inició la carrera de los despropósitos.

La denominación de País Valenciano fue anatemizada, como decía, por la irracionalidad de unos políticos capitaneados y alentados por el periódico de la derecha. Y aquella estupidez se ha puesto de manifiesto, de nuevo, al proceder a la reforma del Estatuto. Y en eso estamos. Somos la Comunitat. Con esta denominación para identificarnos como pueblo nuestros próceres políticos se dan por satisfechos. Y así nos luce el pelo.

En un magnífico artículo, y muy puesto en razón, publicado el pasado sábado en el diario Avui, Joan Francesc Mira se refería a la visita de Benedicto XVI con estas palabras: "Tinc la impressió que el Papa ha vingut i se n'ha anat sense saber que açò es deia o es diu País Valencià, i que la gent d'ací som alguna cosa, tot i que no sabem quina". Y describe el momento en que "a la plaça de la Mare de Déu, va dir les úniques i escasses paraules en la llengua del lloc que visitava: una atenció delicada que no sabem qui li la va suggerir. Parlà, doncs, trenta segons en valencià, li digué uns versos a la 'Geperutxeta', crec que aquesta va ser la versió exacta de geperudeta, que és l'apel.latiu familiar que el bon poble li dona a la imatge encorbada de la Mare de Déu dels Desemparats, i el bon poble que omplia la plaça va saltar d'alegria, aplaudint amb entusiasme exemplar". Pero somos el pueblo que somos. Y como añade Mira en su artículo, aquel "bon poble" que saltaba de alegría y aplaudía con entusiasmo las cuatro frases en valenciano pronunciadas por Benedicto XVI, "hauria trobat incomprensible, insòlit, que aquella llengua, la que els emocionava tant", hubiese sido la utilizada por el Papa en un discurso doctrinal, o por el arzobispo de Valencia en el funeral por los muertos en la tragedia, o por el señor Camps o la señora Barberà en sus palabras de bienvenida. "Simpàtic, el Papa, amb dues frases en la llengua del país. Però, de quin país?", se pregunta Mira. Y pide que alguien nos ampare, por favor, porque es urgente. Y tiene razón. Sólo que es difícil que ese amparo nos venga de la mano de la derecha que nos gobierna. Una derecha que no cree en este país y que basa su política en malgastar el dinero público en proyectos faraónicos en lugar de atender necesidades más perentorias. Como las infraestructuras ferroviarias para evitar accidentes. El señor Zaplana, sin ir más lejos, es noticia estos días por haber desviado a otros menesteres los 23,7 millones de euros que el Gobierno central le remitió cuando era presidente del Consell, en 2001, para cubrir el déficit de los Ferrocarriles de la Generalitat. Y así está la Comunitat, endeudada hasta las cejas.

Pero no importa. Según nuestros gobernantes, la Comunitat está mejor que nunca y es la envidia de todo el mundo. La Comunitat, por lo visto, "avanza en marcha triunfal", como reza el himno que el "bon poble" canta entusiasmado entre aplausos y vítores. Pues nada, aquí estamos sin nombre propio y sin dinero. ¡Viva la Comunitat!

fburguera@inves.es

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