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Reportaje:

Carteles para la historia cotidiana

La Casa de Vacas del Retiro expone las ilustraciones de calendarios presentes más de un siglo en hogares, bares y estafetas

La Casa de Vacas del parque del Retiro acoge hasta el 23 de julio una exposición insólita, cuyo primer testimonio data de 1899 y el último, prácticamente, de anteayer. Se trata de una colección de ilustraciones realizadas por artistas de nombradía -desde Cecilio Pla, Manuel Benedito y Romero de Torres hasta Sigfrido Martín Begué, Guillermo Pérez Villalta o Eduardo Chillida Belzunce- para una compañía de explosivos cuyos calendarios decoraron establecimientos públicos, tabernas, estafetas de correos, consultas médicas y otros escenarios del mundo rural y de numerosas ciudades y pueblos españoles durante toda una centuria.

Lo que singulariza a esta exposición, más que su valor estrictamente artístico -que lo tiene- es su valor testimonial como documento antropológico, ya que los almanaques para los cuales las pinturas fueron realizadas, definían una suerte de estado de la cuestión de la estética hispana de la gente de la calle, a la cual iban dirigidos sobre el soporte de la cartelería de calendario y los almanaques anuales, cuyas fechas numeradas acompañaban.

La muestra reúne, bajo la forma habitual de retratos, una galería de tipos marineros, obreros y campesinos, todos ellos vinculados de alguna manera a la pólvora, la cartuchería o la dinamita fabricadas por la firma que despliega el mecenazgo de la colección. Pero, en ocasiones, ese nexo queda a un lado para dar paso a la eclosión de propuestas estéticas como las del cordobés Julio Romero de Torres, en las que establecía unos guiños de complicidad con el veedor de su cartelería que relacionan a sus bellas modelos con las armas de fuego.

Llama la atención el rigor formal del primero de los carteles, encomendado al arquitecto, escultor y pintor Arturo Mélida, quien decorara, entre otros, el salón de actos del Ateneo de Madrid con motivos neogriegos y quien erigiera, amén de otros hitos, el fuste del monumento a Cristóbal Colón en la plaza madrileña de su nombre. Su cartel, de composición y trasunto bucólico-pastoril se muestra sesgado, también, por un academicismo figurativo impensable hoy para sustanciar cualquier tipo de anuncio. Sin embargo, Mélida, pegado a su actualidad, puso su ingenio ornamental al servicio de la publicidad mediante el despliegue en su cartel una filacteria, en la que, a modo de relato, inscriben los productos que la firma anunciante quiere señalar.

Las láminas insertas en los sucesivos almanaques comienzan entonces, en el arranque del siglo XX, a evolucionar al son de los tiempos, de las modas y de los valores a la sazón vigentes. En tal encrucijada, las figuras mitológicas y los conjuntos de sabor sacro o neoclásico de anteriores almanaques dan paso a la irrupción de la mujer como moderno icono publicitario, que accede a la cartelería con una presencia señalada por poses y atavíos que llegarán a definir el estilo y la impronta de la colección.

Diana cazadora, recurso obligado para la fundamentación de un icono publicitario vinculado a la caza, da paso a bellas escopeteras ataviadas al dernière crie de la moda parisiense, con americanas de tweed y tocadas con sombreros bávaros con pluma de faisán. Sus gestos, delicadamente afectados, reproducen los valores estéticos de la clase dominante. Se conservan los ambientes aristocraticistas, con pinceladas signadas por el modernismo finisecular o el historicismo y, casi siempre, el costumbrismo.

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Retratos femeninos

Por cierto, la exposición permite descubrir cuándo el pintor cordobés Julio Romero de Torres, tras ser convocado a la ilustración de los calendarios, se adueñó ya del troquel expresivo de toda la colección por la fuerza de sus retratos femeninos.

El neoalhambrismo, como derivación del costumbrismo, caracterizaba entonces una parte de la producción pictórica española, sobre todo en las provincias andaluzas. Romero de Torres, al cual la crítica atribuye hoy nexos -entonces desconocidos- con el simbolismo de un Rousseau el aduanero, por ejemplo, establece un tipo de retrato femenino con miradas directas a los veedores del cartel, actitud considerada entonces repleta de una osadía que, a efectos de llamar la atención, resultaba ser muy eficaz.

Retratos posteriores, como los de José Puyet o Domingo Huetos, correspondientes a los calendarios de los años 60, se empalagan de luces broncíneas, como de cacharrería, vestigio del destello desarrollista de entonces. Resulta sorprendente la reververación conseguida por el cartel de Amalia Avia, en el calendario correspondiente a 1985, sobre el que figura a su vez el cartel del almanaque de 1929, ilustrado por Romero de Torres.

Una muestra que vale la pena recorrer y que concita, cuando menos, la sonrisa de un formato artístico que gozó, durante un siglo, de la mayor influencia popular.

Colección UEE. Hasta el 23 de julio. Casa de Vacas del parque del Retiro. De 10.00 a 19.00.

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