La responsabilidad de merecer cariño
Este libro contiene la correspondencia (seleccionada) entre V. S. Naipaul, su padre y su hermana mayor, más algún que otro miembro de la familia, entre 1949 y 1953. Es la historia de un muchacho de 18 años, nacido en la isla de Trinidad, de no más de 500.000 habitantes, que por sus buenos resultados estudiantiles obtiene una beca para ir a estudiar a Oxford. En Oxford vivirá tres años de formación verdaderamente intensos, a caballo entre lo que supone el salto de un lugar cerrado a una universidad central en el mundo occidental más el desprendimiento del clan, la soledad, el miedo y el deseo de ser alguien, que confiesa en una de sus cartas: "Tengo que demostrar a esta gente que puedo superarlos en su propia lengua". Naipaul pertenece a una familia de origen hindú emigrada a Trinidad, modesta y muy unida, provinciana, que contempla con una mezcla de respeto, curiosidad y recelo a la metrópoli. La determinación del joven Naipaul oscila entre la soberbia y el desánimo, pero su decisión no ya de ser escritor sino de ser el mejor es verdaderamente emocionante, como corresponde a cualquier escritor de raza.
CARTAS ENTRE UN PADRE Y UN HIJO
V. S. Naipaul
Traducción de Flora Casas
Debate. Barcelona, 2006
352 páginas. 20 euros
La peculiaridad del joven Nai
paul se llama Seepersad Naipaul y es su padre. El padre es un hombre culto e inteligente que ha advertido las dotes de su hijo, por el que lucha denodadamente. Él también escribe, pero el contraste entre padre e hijo que estas cartas revelan convierten el libro en un epistolario singular y apasionante. El padre es el típico producto de un mundo pequeño y mezquino donde los intelectuales locales tienden a ser pequeños y mezquinos. Las esperanzas literarias del padre no son menores que las del hijo, pero el entorno es ejemplarmente determinante. Seepersad Naipaul trabaja para un periódico local y va colocando trabajosamente sus relatos, con más disgustos que alegrías; su hijo sufre de las mismas dificultades, pero la diferencia es decisiva: él se encuentra en el centro del mundo anglosajón y su padre en una esquina remota del imperio.
Lo fascinante del libro es el
debate implícito entre el poderoso sentido común del padre lector y escritor y el muchacho que se dispone a volar solo desde el santuario de la literatura inglesa. La relación entre ambos es de un profundo cariño y una notable libertad de pensamiento. El padre confiesa, cuando se hace insoportable, su frustración, sus momentos de desánimo, su envidia de otros escritores isleños a los que considera inferiores, y es entonces cuando el lector no puede dejar de advertir que en última instancia es consciente de sus limitaciones; pero esa conciencia se convierte en generosidad, a la vez que exigencia, respecto a la carrera de su hijo. No es una transferencia de frustración, ni siquiera es un padre despótico como lo fuera el de Mozart; al contrario: cuando azuza o anima a su hijo no es por su propio ego sino para que el talento no se pierda, para que al hijo no le ocurra lo que a él. Ésa es la forma de amor paterno, que en muchas ocasiones se ve asaltada por la nostalgia del hijo perdido, pues él sabe que nunca volverá a Trinidad; que sabe que ha de perder al hijo para que éste pueda alcanzar todo su esplendor. "Una sola cosa exijo", le confiesa Naipaul en una de sus cartas, "de cualquier país en el que quiera residir: que sea grande".
Esa forma de amor y despren
dimiento entre ambos, esa clara conciencia de que cada uno tiene su camino, esa fuerza última de unión que en todo caso otorga siempre el clan, es el nudo vital de la correspondencia, el más dramático, que finaliza con la muerte del padre y la publicación de la primera novela de Naipaul, El sanador místico. Detrás viene una obra que en 2001 se vio recompensada con el Premio Nobel de Literatura. Lo que llamaríamos la parte menor -pero no menos enjundiosa- del libro es la que trata de las relaciones familiares, de los pequeños sucesos cotidianos, de los detalles de la vida oxoniense y de la formación del futuro escritor, de la soledad, los apuros económicos constantes -éste es un leitmotiv que añade una rara calidad emotiva al libro-, la "responsabilidad de merecer cariño" de quien está instalado en la lejanía y el desarraigo... e incluso de los debates literarios entre padre e hijo. El primero le hace una declaración de principios que, curiosamente, no será ajena a la obra de Naipaul: "¿A qué crees que se reduce la literatura? A escribir con las tripas, no con la cabeza. La mayoría escribe con la cabeza. Si el delincuente semianalfabeto escribe normalmente una larga carta a su novia, será como la mayoría de las cartas de semejantes personas. Si el delincuente escribe la carta justo antes de ser ejecutado, será literatura". De hecho, el joven Naipaul dice en otra carta: "Para que un escritor escriba bien, tiene que vivir, y nadie que viva en una oficina y tenga aseguradas tres comidas diarias puede escribir nada bueno". Naipaul pensaba que es estúpido escribir para aprender o para encontrar; uno escribe cuando ha comprendido algo, no para comprender algo. Ésa ha sido una clave de su escritura. En fin, un libro fascinante -a pesar de la presencia un punto farragosa a veces del pequeño mundo de la familia- para quien quiera recrearse en la formación del yo de un artista, de la vocación en general y también de la relación padre-hijo.
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