_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuentas contra cuentos

Soledad Gallego-Díaz

Si se mantiene el ritmo de crecimiento de la Comunidad de Madrid, su mercado laboral necesitará en los próximos cuatro años la incorporación de medio millón de nuevos trabajadores. Son datos que dio el consejero de Empleo, Juan José Güemes, este miércoles, en los cursos de verano de El Escorial. Es posible que una parte llegue de otras comunidades, pero lo más seguro es que la gran mayoría sean nuevos inmigrantes. Al mismo tiempo, en Rabat, el Gobierno intentaba convencer, sin duda con buena voluntad, a un gran grupo de países africanos para que no dejen salir a sus compatriotas, para que lanchas y aviones extranjeros patrullen sus costas y, más difícil todavía, para que acepten que se repatríe a los varios centenares de sus ciudadanos que, a costa de poner en peligro sus vidas, han logrado su sueño de llegar a Europa.

Las cifras y las cuentas ayudan muchas veces a acabar con imágenes estereotipadas y cuentos interesados. Por ejemplo, se sabe que el crecimiento vegetativo de Madrid en cuatro años será de 50.000 personas. Dado que aún hay un 7,3% de paro femenino (frente al casi pleno empleo de los varones), cabe suponer que unas 21.000 mujeres que ahora están fuera del mercado podrían encontrar trabajo. Es decir, que aunque se reservara empleo para los habitantes de Madrid que alcancen antes de 2010 la edad laboral y para las mujeres que ahora están en el paro y que quieran trabajar, la realidad es que seguirán faltando varios centenares de miles de trabajadores. Anótese bien: varios centenares de miles, antes de 2010, sólo en Madrid. ¿Cuántos más en el resto de España?

Estos son los datos que hay que saber para comprender qué está pasando con la inmigración en España. Para saber por qué llegan decenas de miles de personas cada año y para comprender en qué consiste el famoso efecto llamada. Mientras la oferta laboral para trabajos sin cualificar sea tan impresionante no habrá nada que les impida entrar en nuestro país. Los inmigrantes vienen porque les estamos llamando y no tiene sentido fingir otra cosa, ni hablar como si se tratara de otro asunto. Eso solo es hipocresía.

Lo importante ahora debería ser averiguar cómo van a venir y desde dónde. Por mucha buena voluntad que demuestre este Gobierno, no da la impresión de que se haya avanzado de verdad, sustancialmente, en el asunto primordial: las famosas cuotas de inmigración que permitan organizar esa llegada masiva de forma ordenada. Sobre eso no hay nada de nada. Y sobre esto no hay forma de llegar a acuerdos con la oposición. El mismo día en que Güemes anunciaba que Madrid necesita 500.000 nuevos trabajadores, la consejera de Inmigración de la misma comunidad se quejaba de que unos 8.000 africanos llegados a Canarias hayan sido trasladados a la capital. Lucía Figar tiene razón en que el Ministerio del Interior debería avisar y facilitar algún tipo de documentación a los recién llegados. Pero no la tiene cuando dice que se abusa de la "solidaridad de los madrileños". ¿Qué solidaridad? A poco que se les facilite apoyo, esos 8.000 africanos podrían ser una mínima parte de esos centenares de miles de nuevos trabajadores que necesita Madrid.

Los inmigrantes siguen llegando, de manera ilegal, sobre todo de América Latina y en avión. Nadie se pone nervioso porque hablan español, se declaran católicos y se integran con facilidad. La atención pública se centra mucho más en las pateras con inmigrantes magrebíes y subsaharianos y en los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla. Una activa política de cooperación con Marruecos ha dificultado extraordinariamente esa ruta de emigración (bastante segura) y ha lanzado a los inmigrantes a otros caminos más inciertos y peligrosos. Ahora se arriesgan a navegar por el Atlántico en cayucos y aumenta exponencialmente el número de muertos. La solución parece ser impedir que salgan de África y, si lo consiguen, devolverles a toda prisa a sus países, a cambio, dicho sea brutalmente, de algún dinero. ¿Con qué derecho se pide a sus Gobiernos que repriman la emigración? ¿No sería más razonable organizar la llegada de esos centenares de miles de trabajadores de que habla Güemes y adjudicar a esos países africanos su parte de cuota? En España, en estos momentos, los inmigrantes subsaharianos suponen menos del 5% de un total de 3,7 millones. ¿A qué tanto miedo? solg@elpais.es.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_