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China: la reserva de utopías

Hace tiempo que sabemos que en China hay animales que pertenecen al emperador, que se agitan como locos o que de lejos parecen moscas. Otros son perros sueltos, acaban de romper el jarrón o están dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello. Esta pasmosa clasificación de los animales apareció en "cierta enciclopedia china", según contó Borges en 1952 en El idioma analítico de John Wilkins, y al filósofo francés Michel Foucault le produjo tales carcajadas que lo llevó a indagar sobre los límites del conocimiento en Las palabras y las cosas.

Foucault tuvo la sospecha de que Borges revelaba con su taxonomía de los animales un desorden peor que el que produce lo incongruente, y es el de que las cosas puedan suceder en un lugar imposible -la enciclopedia china- que impide que las palabras y las cosas se mantengan juntas. China, agregaba Foucault, es para los occidentales la gran reserva de utopías -era el año de 1966-, y a la risa que produce la clasificación de Borges se le suma el profundo malestar que provoca el desconcierto ante lo inesperado y turbador. Como dice Manel Ollé en su reciente Made in China, los occidentales hemos inventado China a nuestro antojo a lo largo de los siglos y le hemos adjudicado los estereotipos más contradictorios, pues un país tan grande, complejo y lejano da para las más diversas interpretaciones sin mentir en exceso.

Ahora parece como si, tras siglos de aislamiento, China hubiera entrado de nuevo en la historia, en nuestra historia. De repente nos enteramos de que ha crecido a una media del 9% en los 10 últimos años, una vertiginosa velocidad imposible de alcanzar por ningún otro país; de que 400 millones de personas han dejado de ser pobres en las estadísticas oficiales; de que es ya la cuarta economía del planeta y la segunda gran locomotora de la economía mundial. La fábrica del mundo es el oscuro objeto del deseo de las grandes empresas. China participa en los foros internacionales, sus dirigentes hacen giras o visitas de Estado por los más diversos países, como la reciente del presidente Hu Jintao a España, y aceptan y recurren al Derecho Internacional para zanjar las disputas. El viajero queda deslumbrado ante la grandeza y modernidad de Shanghai o la imponente sobriedad de Pekín, y se da cuenta de que la sociedad es en general tolerante y que siente curiosidad por el mundo externo.

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Así que lo que creíamos saber hasta ahora sobre China se nos revela caduco, o al menos presentimos que los cambios que se están produciendo son tan profundos e inexorables que nuestros conocimientos apenas sirven para engarzar una conversación rancia y trasnochada. Y, sin embargo, siempre ha estado entre nosotros. La cultura china es una de las que más han influido, aun de forma callada, en el resto del mundo a lo largo de la historia. Los chinos llevaron la escritura a Japón, y suyas han sido hasta hace dos o tres siglos las innovaciones tecnológicas más revolucionarias, como el papel, la imprenta, la pólvora o la brújula náutica.

Los españoles, entre los siglos XVI y XIX, mantuvimos una relación fluida y continua por intermedio de Filipinas. Durante ese tiempo hubo intercambio de productos, intentos de descubrimiento por parte de varios españoles y hasta minuciosos y descabellados planes de conquista del Imperio del Medio.

Son sólo algunos ejemplos de una vasta relación que se extiende a todo el continente asiático y que ha permitido a la Casa Asia recopilar textos de cien autores españoles e hispanoamericanos sobre el Lejano Oriente en un monumental volumen de más de 700 páginas. Desde Cervantes y Lope de Vega, a Neruda, Octavio Paz, Alberti y Vila-Matas. Y todavía se podrían añadir muchos otros nombres, como los de Federico García Sanchiz, o los estudios políticos del poeta, erudito y diplomático Sinibaldo de Mas.

Así que lo que realmente nos corresponde es volver a China, pues a pesar de las apariencias, nuestras relaciones han sido más intensas en el pasado que ahora mismo. Nos unen muchos intereses comunes, como en el caso de la lengua.

El chino es la lengua materna más hablada en el mundo, seguida por el inglés y, casi a la par, por el hindi y el español. Hace unos meses, un informe del British Council explicaba que el inglés, convertido en lengua de la globalización, dejaría muy pronto de ser una ventaja competitiva para los países anglosajones, por lo que para recuperarla recomendaba la enseñanza del español y del chino mandarín. Una política aún incipiente en Gran Bretaña y que lleva varios años desarrollándose en Estados Unidos. Hay más. Nos encontramos en el momento óptimo, dada la gran necesidad que China tiene de promover el español -ahora mismo se estudia en 25 universidades- y la cultura en español para hacer frente a su creciente proyección en Latinoamérica y a la falta de profesionales bilingües en todos los terrenos. Lo mismo se podría decir del chino en España, pues se trata de un pasaje de ida y vuelta en el que las dos partes salen beneficiadas. China celebrará en 2008 los Juegos Olímpicos de Pekín y Shanghai será sede de la Exposición Universal de 2010. A ello hay que añadir el turismo que empieza a desarrollarse en las dos direcciones. Pero las expectativas van más allá del inmediato futuro. La transformación acontecida en el sistema económico del país en las dos últimas décadas se ha visto reflejada en un acelerado crecimiento del poder adquisitivo de las familias chinas. La prosperidad económica del núcleo familiar permite ahora que muchos padres envíen a sus hijos a estudiar en el exterior, tras considerar la oferta de titulaciones y evaluar prestigio, calidad y precio. Cada año, 80.000 chinos estudian en universidades norteamericanas, más de 50.000 en Gran Bretaña, 30.000 en Alemania y cerca de 5.000 en Holanda. A España apenas llega un centenar, y sin embargo una parte de la población universitaria o preuniversitaria siente genuino interés por estudiar en universidades españolas, pero esos potenciales estudiantes precisarían un buen conocimiento del idioma antes de abandonar su país.

En 2007 se celebrará el Año Cultural de España en China. Para entonces, los Príncipes de Asturias ya habrán inaugurado el Instituto Cervantes de Pekín, que además tendrá en su página en Internet un potente traductor automático español-chino y habrá firmado acuerdos de colaboración con las universidades de Shanghai, Pekín, Cantón y otras ciudades. A diferencia de lo que ocurría hasta hace pocos años, existe ahora una vertiginosa competencia entre los países acreditados en China por difundir su oferta artística y cultural. El público, la sociedad civil de mayor capacidad adquisitiva, es muy exigente a la hora de recibir y calibrar la múltiple oferta que le llega de fuera, así que no bastará cualquier producto.

La lengua constituirá un instrumento imprescindible. Una de las humoradas más conocidas de Cervantes aparece en la dedicatoria al conde de Lemos de la segunda parte del Quijote, en la que cuenta cómo el gran emperador de China quería fundar un colegio de lengua castellana con el propio Cervantes como rector y su libro como lectura obligatoria. El sabio Martín de Riquer ha escrito que ésta es la única ironía del Quijote que ha pasado de moda.

César Antonio Molina es director del Instituto Cervantes.

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