Otro golpe de Putin
Como en los tópicos relatos de sobre el espionaje soviético, un espeso misterio -esperemos que sólo momentáneo- se cierne sobre la muerte del guerrillero checheno Shamil Basáyev. El único hecho cierto es que el terrorista más buscado de Rusia acabó sus días en la madrugada del lunes en la localidad de Ekázhevo, en la república de Ingushetia, tal como se encargó de anunciar el Gobierno de Moscú y confirmaron posteriormente los grupos independentistas chechenos. Pero más allá de su muerte confirmada, poco o nada se sabe de las circunstancias que rodearon el episodio.
Las autoridades rusas se atribuyen el mérito de su desaparición física como resultado de una operación planificada para acabar con la amenaza Basáyev; pero otras fuentes conceden más fiabilidad a la versión de los independentistas chechenos, según la cual murió como consecuencia de la explosión accidental de un camión de explosivos, con el que se supone pretendía perpetrar algún atentado. La divergencia entre ambas informaciones obliga a analizar con prudencia la versión oficial y esperar a que se confirmen todos los extremos de la muerte del llamado Bin Laden del Cáucaso. Porque ésta es la hora en la que todavía se desconocen detalles fundamentales, como el número de independentistas muertos con el terrorista checheno. Nada extraño si se tiene en cuenta la tradicional opacidad de las autoridades rusas.
Basáyev, un fundamentalista wahabi, emerge como uno de los productos guerrilleros que proliferó con la disolución física e ideológica de la Unión Soviética en una miríada de repúblicas desorganizadas y casi en su mayoría inviables en términos políticos y económicos. A modo de condottiero contemporáneo, luchó con métodos brutales y desesperados en contra de Rusia y al servicio de algunas de esas repúblicas. Desde que combatió la invasión rusa de Chechenia en 1994, su talla de campeón de la independencia, avalada por algunos sangrientos atentados en el corazón de Rusia, frente a la férrea tentación centralista de Moscú, no dejó de crecer. Aunque parezca paradójico, Basáyev era una personalidad de referencia para el Gobierno ruso, dado su prestigio entre los grupos terroristas y su capacidad organizativa. Su muerte significa quizá un alivio para las tensiones que viene sufriendo la zona del norte del Cáucaso y sin duda es una excelente noticia para Vladímir Putin.
Sea como consecuencia de una operación "brillantemente planificada", o un simple accidente sin mérito alguno para los servicios de seguridad rusos, lo cierto es que la muerte de Basáyev llega en un momento muy oportuno para Rusia. Es una carta brillante, una seguridad añadida, que Putin puede esgrimir ante el G-8 para postularse como uno de los socios más adecuados del club de los países más ricos del mundo. Ni Putin ni su Gobierno han sido excesivamente escrupulosos en el cumplimiento de criterios de legalidad y legitimidad cuando se trata de perseguir a los independentistas de las repúblicas ex soviéticas. Más bien al contrario. Pero Putin, una vez más, podrá vender seguridad y métodos expeditivos contra el terrorismo indiscriminado.
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