Gemelos al poder
Los hermanos Kaczynski, uno presidente y otro primer ministro, despiertan temor a la derechización y al euroescepticimo en Polonia
El presidente de Polonia, Lech Kaczynski, de 57 años, nombró ayer a su hermano gemelo Jaroslaw, 40 minutos más joven que él y presidente del partido derechista Ley y Justicia (PiS), como nuevo primer ministro, tras la dimisión de Kazimierz Marcinkiewicz, el pasado viernes, por tensiones con dirigentes del partido. El nombramiento, que origina la insólita situación de dos gemelos al frente de los dos cargos más importantes de un país, ha sido mal acogido en la opinión pública y despierta inquietud por el posible giro derechista y euroescéptico del Gobierno de Polonia.
El PiS designó a Kazimierz Marcinkiewicz en octubre como primer ministro de un Gobierno en el que al final entraron a formar coalición los dos partidos más reaccionarios de la política polaca: el populista izquierdista Samoobrona (Autodefensa), que lidera Andrzej Lepper, personaje con antecedentes penales que entró como vicepresidente y ministro de Agricultura; y el ultraderechista católico Liga de las Familias Polacas (LPR) de Roman Giertych, que pasó a ocupar otra vicepresidencia y el Ministerio de Educación.
El relevado Marcinkiewicz tenía una popularidad del 70% como primer ministro
Con estos nombramientos, que serían como encomendar al conde Drácula la custodia del banco de sangre de la Cruz Roja, el PiS parece tener asegurada la mayoría necesaria para ganar dentro de 14 días la moción de confianza en la Dieta (Parlamento) que confirmará a Kaczynski al frente del Ejecutivo.
En el interregno de unos ocho meses que duró el Gobierno de Marcinkiewicz, Jaroslaw Kaczynski había quedado como presidente del partido y como detentador del verdadero poder en la sombra. Cuando la popularidad de Marcinkiewicz empezó a subir como la espuma, hasta llegar a casi el 70% de apoyo en la opinión pública, y comenzó a tomar decisiones por su cuenta sin contar con el patrón Kaczynski, los gemelos optaron por destituirlo.
El pecado de Marcinkiewicz parece ser haber seguido una línea política pragmática en asuntos exteriores, que facilitaba las relaciones con la UE, y aplicar una política liberal en economía. Al mismo tiempo, el primer ministro opuso resistencia al nombramiento de la ministra de Asuntos Exteriores Anna Fotyga, inexperta pero de la confianza de Kaczynski, y nombró por su cuenta como ministro de Hacienda a Pawel Wojciechowski.
La primera decisión ayer del nuevo jefe de Gobierno fue destituirlo, signo inequívoco de lo que le molestaba. Para rematar la faena que provocó su derribo, Marcinkiewicz mantuvo una reunión nocturna en la costa del Báltico con el dirigente del partido Plataforma Ciudadana (PO) Donald Tusk. Esto sin duda despertó las señales de alarma entre los Kaczynski. El partido liberal PO parecía el aliado lógico del PiS para formar un gobierno centrista en Polonia, con suficiente mayoría parlamentaria y un compañero de viaje más presentable que los populistas izquierdistas de Somoobrona y los ultramontanos católicos de la Liga de Familias Polacas.
Marcinkiewicz constituía una amenaza latente para el poder de los gemelos. Su popularidad en los sondeos doblaba a la del nuevo primer ministro. Un sondeo que publicó ayer el diario de referencia Gazeta Wyborcza pone de manifiesto que un 82% de los polacos opina que Marcinkiewicz fue un buen primer ministro. A Marcinkiewicz le han dado como premio de consolación que el PiS le presentará como candidato para la alcaldía de Varsovia en las municipales del próximo 12 de noviembre.
Con disciplina ejemplar Marcinkiewicz aceptó la destitución y declaró que no habrá forma de separarlo de su jefe de partido, Kaczynski. Por su parte Kaczynski anuncia su intención de llevar adelante el proyecto de fundar la cuarta república. A más de uno en Polonia y en Europa se le ponen los pelos de punta ante semejante perspectiva.
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