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Columna
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Negociemos

Enrique Gil Calvo

Renunciando a solicitar del Congreso un "aval ante un posible diálogo" con los terroristas, como había prometido hacer, el presidente del Gobierno anunció por fin ante la prensa su decisión unilateral de negociar con ETA. Semejante proceder, indefendible en buena lógica parlamentaria, fue justificado por la negativa del PP a avalar por consenso la oferta de negociación, a fin de evitar que el jefe de la oposición le negase su apoyo al jefe del Gobierno en tamaña cuestión de Estado. Pero a continuación Patxi López, en nombre del PSE, ha tomado la iniciativa unilateral de iniciar negociaciones formales con el brazo político de los terroristas, sin esperar para ello a que éstos depongan las armas. Lo cual le ha brindado al PP una nueva oportunidad de escenificar su fanática intransigencia irracional, negándose unilateralmente a reconocer la legitimidad de las negociaciones con ETA.

¿Por qué porfía el PP en obstruir el final dialogado de la violencia? ¿Acaso no advierte de que su empeño resulta políticamente suicida? ¿Y por qué se empeña Rajoy en arruinar su capital político, asumiendo los peores designios de sus rivales en la dirección del PP? Sin duda, por falta de autoridad personal. El cargo que ocupa no lo conquistó por sí mismo, sino que le fue otorgado por delegación desde arriba. Y como así lo aceptó entonces, ahora sólo le toca seguir obedeciendo sin rechistar, prestándose a secundar la política de la venganza en que se ha embarcado el PP. Lo cual es aprovechado por sus rivales para pujar al alza del extremismo intransigente, a fin de forzarle a avalar una política en la que no cree pero a la que se tiene que plegar. Como afirma el aforismo, si no puedes vencerles, únete a ellos. El resultado es que los miembros de la cúpula del PP compiten entre sí por ver quién es más suicida e irracional, enzarzados en una lucha por el poder que les encierra en el autodestructivo juego del gallina.

No obstante, pese a su evidente irracionalidad, merece la pena tratar de rebatir las razones esgrimidas por el PP para negarse a negociar con ETA-Batasuna. El primer argumento aducido es el excesivo precio a pagar, a cambio del cese de la violencia. Lo cual es una falacia, pues la magnitud del precio sólo podrá valorarse a lo largo de la negociación y una vez que finalice ésta, pero nunca antes de su inicio. Es verdad que ETA pide el oro y el moro para rendirse, pero como reza el refrán, contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. Y Zapatero sólo está en condiciones de conceder ciertas medidas de gracia.

El segundo argumento es la falta de necesidad, pues como ETA está vencida, bastaría con estrechar el cerco policial y judicial para que se extinguiera por sí sola. Pero este argumento tecnocrático sólo es aplicable en los regímenes totalitarios o en las guerras de exterminio, como hacía el Séptimo de Caballería al negarse a negociar con los apaches. Pues en democracia, cuando sus enemigos levantan bandera blanca y solicitan negociar, los demócratas deben aceptar la negociación. Por lo demás, ETA nunca acabaría como los GRAPO, pues cuenta con una considerable base social a la que hay que integrar evitando que se enquiste en un gueto antisistema. Lo cual sólo se logrará con la negociación política, y no con la persecución inquisitorial.

Queda el tercer argumento que, apelando a la dignidad de las víctimas del terrorismo, las toma como rehenes de una burda coartada política. Pero aceptando semejante obscenidad, no se trata de comparar los 800 muertos habidos con los que negociando se podría llegar a evitar, pues el fruto esperable de la negociación no es sólo el fin de las muertes futuras, sino la dignificación de las víctimas previas. En efecto, sin negociación, los verdugos jamás reconocerán su criminal injusticia y seguirán comportándose como Txapote, agraviando la memoria de sus víctimas. Mientras que negociando se les puede exigir, como conditio sine qua non para obtener alguna gracia, el previo reconocimiento público del daño que causaron a sus víctimas. Es la única forma de que éstas recobren en nuestra memoria su dignidad perdida.

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