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Columna
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¡Qué?

No puedo certificar la autenticidad de la anécdota, pero se cuenta que durante un recital poético, mientras alguien leía el Responso a Verlaine de Rubén Darío -"... que púberes canéforas te ofrenden el acanto"-, García Lorca, que se encontraba entre el público, se levantó y dijo: "Perdón, ¿podría repetir?, es que sólo he entendido el que". No utilizo hoy esta entradilla para criticar a Darío (mi religión estética me lo prohibiría), ni para celebrar el sentido del humor o el gusto literario de Lorca (para lo que pueden aportarse más y más definitivos argumentos). No, uso esta anécdota para ilustrar mi propia perplejidad de oyente. Frente a las lecturas que algunos están haciendo de los titulares más serios de nuestra actualidad, me permito levantarme no para pedir que me repitan su interpretación -de multiplicaciones y ecos de los dichos públicos estamos aquí más que servidos-; levantarme, como Lorca, con un "que" en la boca. Un qué con acento exclamativo e interrogativo. Un ¡qué?

Hace unos días escuché con atención la declaración del presidente del Gobierno en la que nos anunciaba la apertura de las conversaciones con ETA y, además, junto con otras manifestaciones, la intención del Ejecutivo de respetar las decisiones que adoptemos los vascos. Oí sus palabras y las entendí perfectamente. Luego la prensa publicó el mensaje y su lectura me produjo la misma impresión de claridad. Reproduzco literalmente una de sus frases centrales: "El Gobierno respetará las decisiones de los ciudadanos vascos que adopten libremente, respetando las normas y procedimientos legales, los métodos democráticos, los derechos y libertades de los ciudadanos, y en ausencia de todo tipo de violencia y coacción". Como se puede apreciar a simple vista, el texto no contiene ni frondosas metáforas ni exotismos verbales de ningún tipo. No resuenan ahí canéforas ni acantos. No es curvilíneo su trazado sino más bien llano. En fin que, a mi entender, la tarea de determinar su sentido no ofrece mayor dificultad ni tiene pérdida. El extravío hay que buscarlo en otra parte.

Por el lado, de quienes, para variar, arriman cualquier ascua a su sardina. Aunque creo que les encaja mejor esta frase al revés: a quienes, con tal de arrimarla a su ascua, son capaces de descarnar cualquier sardina, de dejarla en pura y espinosa raspa. Pongamos que hablo de Batasuna, que, fiel a su tradicional hábito de forzar la mano, ha cogido media frase, la ha pelado bien y la ha retorcido ante las cámaras para hacerla equivaler a un reconocimiento por parte del Ejecutivo español del derecho de autodeterminación de los vascos. (Aquí me levanto, como Lorca, con el qué acentuado). Pongamos que hablo del Gobierno vasco, que ha hecho con la frase de Zapatero básicamente lo mismo que Batasuna: amputar y tirar la parte que no le interesa, es decir, la esencial: aquella que enmarca la eventual consulta a la ciudadanía vasca en las "normas y procedimientos legales", para luego decir que el Gobierno español se contradice. (Aquí me vuelvo a levantar igual que antes, pero un poco más alto).

Y de pie habrá que seguir contra tanta manipulación verbal; contra el hecho de que las cadenas públicas de Euskadi nos informen a golpe de cortes, de declaraciones amputadas, de implícitos, de insinuaciones; y de subtítulos interpretativos que no incluyen la versión original. Semejante manejo informativo no es sólo un intento inaceptable de dirigir la voluntad social, sino un insulto a la inteligencia ciudadana (nuestro sistema educativo lleva camino de remediarlo, pero de momento la inmensa mayoría de nosotros sabe leer y entender por su cuenta). Y también contra esa forma de extranjerización en la que se empeña, y que nos inflige, el nacionalismo, pretendiendo que los materiales para la construcción del futuro de Euskadi no tenemos que buscarlos en nuestro marco jurídico interno sino en cualquier modelo exterior. Así, a lo largo de los años, (se) ha apuntado a la vía escocesa, la báltica o la canadiense. Ahora le toca el turno a la montenegrina. ¿Y qué más?

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