Final de época
De manera imperceptible para unos y anunciado por los adventistas de cada día comienza a extenderse la opinión de hallarnos ante un final de época, la del predominio incontestado del Partido Popular en la Comunidad Valenciana. Es cierto que el PP conserva enormes parcelas de gestión en las administraciones públicas como no lo es menos que su poder está diluyéndose a marchas forzadas, incluso a contracorriente de las encuestas aderezadas y de las otras. En un punto nadie se engaña: el reto de jugárselo todo a la carta de la mayoría absoluta cifra en un paso la diferencia entre la cumbre y el abismo.
Soplan aires de final de etapa. Tiene motivos el presidente Camps para hallarse perplejo, y se explica la parálisis que de un tiempo a esta parte le domina. No ha hecho nada destacado para perder el apoyo del que gozaba; hizo muy poco para conseguirlo cuando heredó el capital político acumulado por el hoy denostado Eduardo Zaplana. El presidente da muestras de una inquietante carencia de fuelle. Está ausente de los asuntos cotidianos y parece incapaz de coordinar ese gobierno de coalición de camaradas-adversarios que amagan un día sí y otro también con algo peor que la disputa de puestos futuros en las listas o el pleno dominio en sus bajalatos territoriales; la insolidaridad de los integrantes del Consell ante sus respectivas adversidades sencillamente raya la deslealtad, si no llevara implícito un sálvese quien pueda. La gestión discreta y profesional de algunos consejeros no consigue contrarrestar la disparatada carrera de despropósitos a la que otros están entregados. La peregrina actuación del profesor Justo Nieto en el departamento de Empresa y Universidades ha tenido la extraña virtud de concitar por diferentes motivos las críticas de los rectores y del presidente de la Cámara de Comercio de Valencia, e incluso ha enfrentado a este último con las universidades haciendo bueno el conocido principio de Peter, uno asciende hasta alcanzar su grado máximo de incompetencia.
"Los indicios de cambio de ciclo se acumulan. ¿Es fiable depositar la confianza en un partido dividido?"
Confiado a la visita papal como si del bálsamo de Fierabrás se tratara -una sola gota basta para sanar los males, según don Quijote- y concebido el encuentro como un momento estelar del show business, los genios de la comunicación saben que su efecto durará lo que dura un verano. Con nuestro tórrido agosto por delante, ni siquiera eso. El segundo gran acontecimiento que se divisa en el horizonte, la disputa en 2007 de un trofeo entre veleros de grandes consorcios económicos, tendrá el glamour de la visita de celebridades de medio mundo. La duda razonable es si darán rédito electoral unas fotografías con millonarios de todo pelaje, en una sociedad con una renta por persona inferior en más de diez puntos a la media europea. La transformación del paisaje de la cornisa portuaria de la ciudad de Valencia es, por el contrario, un activo que aprovechará a la actual alcaldesa, con la flamante Marina Real Juan Carlos I que modifica el escenario por el que en 1933 una multitud enfervorizada recibió los restos mortales del gran tribuno republicano Vicente Blasco Ibáñez, en un acto que fue presidido por los máximos dignatarios de la República, don Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña. La memoria es débil, tanto más si se sepulta con unas paletadas de hormigón, sean de diseño en el Grao o a granel en el Cementerio general.
Hasta que llegue el momento estelar de la America's Cup podemos asistir a nuevas fricciones por la disputa de protagonismo. Nadie puede negar el cariz simpático que ha tenido la irritación de la Presidencia de la Generalitat ante la presunta utilización de los Reyes por el gobierno central en los actos de promoción del trofeo en Madrid. Nadie lo negará cuando el reproche viene de un autoproclamado austracista, de un campeón de los derechos forales al que han faltado edificios en la Ciudad de las Ciencias y las Artes para bautizarlos con nombres de la familia Borbón, una vez se ha considerado inapropiado incluir el animalario acuático en la lista.
Va instalándose en el ambiente la sensación de que las cosas han dejado de funcionar. Como no me encuentro entre los apocalípticos que durante trece años vienen advirtiendo la extrema ineptitud y la voraz venalidad de nuestros gobernantes, el cambio me parece significativo, como encuentro razonable que no lo señalen los medios de comunicación de titularidad pública, o que opinen de forma distinta los escépticos de todas las horas, abundantes en nuestros pagos, y los columnistas agradecidos.
Los indicios del cambio de ciclo se acumulan. ¿Es fiable depositar la confianza en un partido dividido? Seguirá creyéndolo el bloque del cemento que hace tres lustros apostó por un proyecto depredador del territorio y del presupuesto público. En cambio se aprecian gestos de distanciamiento en sectores que hasta ahora guardaban un silencio complaciente o aplaudían al Consell a cada momento. Las críticas puntuales de algunos colegios profesionales han merecido la respuesta nerviosa de la Administración. Las asociaciones de empresarios comienzan a reclamar una despolitización de la acción de gobierno en los asuntos importantes que requieren continuidad y confianza, esto es, los suyos. El cambio político en el gobierno de España ha dejado abierto un cambio posible en la Comunidad y la excesiva identificación con quienes se van no facilita precisamente el abrazo de los que llegan, o de los que llevan dos años en la Moncloa y pueden ampliar su mayoría en las futuras elecciones generales. Para algunos sectores de la empresa valenciana ha pasado la época en la que el ICEX (no confundir con esa otra entidad especializada en la exportación de pagos, el Ivex) era una agencia de servicios especiales a precios asequibles, como bien saben los industriales cerámicos de la provincia de Castellón y como algún día explicarán los historiadores de la defensa organizada de intereses. El alza de los precios energéticos y la depreciación del dólar auguran momentos sensibles para la producción y las exportaciones. En esas condiciones el espíritu emprendedor, ya se sabe, requiere de alguna ayudita del Estado-patrón. Es un buen momento para clamar por la despolitización de la economía y de instrumentos financieros como las Cajas de Ahorro, petición que debe llenar de desasosiego al señor Olivas, el presidente que nunca estuvo allí. Pero cuando dicen despolitizar, quieren decir cambiar de política, acercarse a la que se intuye que ha llegado para quedarse un tiempo, al menos el ciclo gobernado por José Luis Rodríguez Zapatero. El Estado de las Autonomías en una comunidad "sin problema" como la nuestra tiene estas paradojas: en las cuestiones trascendentes los tiempos los establece la agenda del gobierno central. Y en política no existe mayor fuerza de convicción, por parafrasear el título del libro de Joan I. Pla, que la presunción extendida sobre un nuevo ganador.
Nada está decidido, es obvio. El escenario puede, en consecuencia, empeorar. Para todos. En el PP, si no endereza su rumbo actual, y en la Comunidad Valenciana si, a pesar de las circunstancias descritas, Francisco Camps consigue revalidar la mayoría dentro de un año. Nos aguarda entonces asistir a la agónica prolongación de un esfuerzo agotado.
José A. Piqueras es Catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I.
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