Para nada
José María Aznar ha acusado al presidente Zapatero de transmitir con sus actos a las víctimas que les asesinaron para nada. Dejemos para más tarde cualquier referencia a los actos de Zapatero y centrémonos ahora en esa inutilidad del sacrificio de las víctimas, enteramente atribuible a las decisiones del actual presidente.
¿Cabe considerar, de entrada, que las víctimas de ETA murieron para algo? Sí fueron asesinadas para algo, pero la intencionalidad o la finalidad no la ponían ellas, la pusieron sus asesinos. ETA, en efecto, las asesinaba para algo, aunque sus víctimas no dieron su vida porque la hubieran puesto al servicio de algún objetivo determinado. Vivían cumpliendo sus tareas ordinarias -como usted y como yo-, las mismas que habrían desempeñado de no haber existido el grupo terrorista que les segó la vida. Pensar lo contrario supondría asumir la existencia de un enfrentamiento militar en el que ambos bandos lucharan por unos objetivos bien definidos. Es ésta, seguramente, la visión de los hechos propia del entramado de ETA. Lo sorprendente es que pueda ser también la del ex presidente Aznar y la de su partido.
Las víctimas -y he ahí el escándalo- murieron para nada. Y si fueron asesinadas para algo, fue para algo que era un objetivo exclusivo de sus asesinos, el grupo terrorista ETA. A los vivos nos ha correspondido honrar la memoria de las víctimas y oponernos al escándalo, y, aunque nos hubieran asesinado por ello, no se podría decir que habíamos dado nuestra vida por un objetivo determinado. Nos habríamos limitado a cumplir con nuestra tarea de ciudadanos, y también en ese caso -y los ha habido-, la finalidad la habrían puesto los asesinos. Por ejercer los derechos democráticos no se muere para algo. Hará falta valor para ello en determinadas circunstancias, pero es un valor para vivir, ni siquiera para defender la democracia, sino para vivirla, que es, en definitiva, como mejor se la defiende.
Aquí no ha habido dos bandos. Aquí sólo ha habido una banda de asesinos bien acogidos, y son ellos, y sólo ellos, los que han puesto el "para algo". Han matado para algo y han muerto -cuando lo han hecho- para algo. De ahí el evidente desequilibrio de sentido existente durante años entre el mundo de la banda y el mundo de los demás, y entre las consecuencias derivadas del mismo: el heroísmo del que se investían los asesinos y el abandono al que eran condenadas las víctimas.
Es evidente que José María Aznar, sobre todo en su segunda legislatura, quiso superar ese desequilibrio de sentido. No lo hubiera podido hacer si previamente no se hubieran producido dos hechos significativos. Se daba, por una parte, el protagonismo creciente de las organizaciones cívicas de denuncia de la barbarie etarra y de apoyo a sus víctimas, cuyas asociaciones comenzaban a tener una mayor presencia y visibilidad. Por otra parte, la nueva estrategia etarra de "socializar el sufrimiento" señalaba como objetivos a determinados colectivos profesionales, entre ellos jueces, periodistas y políticos no nacionalistas, con lo que se definía un nuevo frente de batalla, aunque, una vez más, lo definía ETA y sólo ETA. A partir de ese momento, los miembros de esos colectivos pueden ser asesinados, lo que no implica que a partir de ese momento también ellos tomen la decisión de asesinar. Si son asesinados, lo serán por ejercer su oficio y por graciosa y oportuna decisión de sus asesinos. ¿Habrán muerto por ello para algo? En mi opinión, no se puede morir para algo si no se está dispuesto a matar para algo.
El giro radical de Aznar consiste en convertir esa negación en una afirmación, es decir, asume de forma implícita el frente creado por ETA y convierte a quienes se oponen a ella en defensores de la democracia, si bien con métodos incruentos. Quienes en principio se limitaban a denunciar la barbarie se convierten de facto en defensores de algo, de algo a cuyo frente se coloca el propio Aznar y a lo que trata de dar un contenido preciso. Ese algo es la democracia -tal como la entiende José María Aznar-, objetivada en la
Constitución de 1978. A partir de ya, y con efectos retroactivos, se muere para algo, se muere por la Constitución. No voy a negar los efectos beneficiosos que esa carga de sentido ha podido tener en la lucha contra ETA, aunque tampoco se pueden obviar sus efectos perversos, el peor de los cuales -la militarización del frente- afortunadamente no se ha producido.
Con esas premisas, es natural que José María Aznar y su partido acusen a Zapatero de convertir a las víctimas en muertos para nada, de vaciarlas de sentido. El sentido se lo otorga una finalidad de la que él se ha erigido en rector. Y esa pretensión exige la descalificación de Zapatero más allá, mucho más allá, del acierto o desacierto con el que esté llevando a cabo su gestión. ¿Defiende Zapatero la finalidad, es decir, la democracia, objetivada en la Constitución de 1978 y, dando un paso más, a España, de la que aquella es metonimia? Todos los esfuerzos de Aznar se centran en demostrar que no. Y recurre para ello a procedimientos insidiosos, cuyas consecuencias perversas, y peligrosísimas, no sé si es capaz de calibrar. Si es discutible que las víctimas hayan muerto para algo pero no hay duda de que sí han sido asesinadas para algo, la operación actual de Aznar y de su partido consiste en hacer partícipe a Zapatero de ese algo de los asesinos. Están empeñados en ello desde el día mismo en que perdieron las elecciones. Al margen de que esas acusaciones respondan a una visión distinta de cómo se deba llevar a cabo la lucha contra ETA, no hay duda de que se deben también a una estrategia de poder. Se trata de deslegitimar el triunfo de Zapatero, considerándolo fruto de una conspiración de los enemigos de la democracia y de España. La actual disposición del presidente a dialogar con ETA y con Batasuna no haría sino cerrar el círculo de la sospecha, de ahí que esas conversaciones vayan a ser interpretadas desde esa perspectiva.
No soy yo quien vaya a negar los aciertos de la política antiterrorista de José María Aznar, aciertos que no hubieran sido posibles sin la contribución decisiva del entonces líder de la oposición. Esa política tenía un objetivo, el de acabar con ETA. Es también ése el objetivo que guía la actual política antiterrorista del presidente Zapatero, aunque aún esté por demostrarse su eficacia. Es muy lícito, por supuesto, cuestionar que el camino emprendido por éste sea el más adecuado para alcanzar ese objetivo. Lo que resulta incalificable es cuestionar la intención del proceso, y es eso lo que está haciendo el Partido Popular. No se pueden poner continuamente bajo sospecha las palabras del presidente y otorgar absoluta credibilidad a las palabras de ETA y de sus voceros. No se puede atribuir a ETA la interpretación de las palabras del presidente, como si éste fuera únicamente su portavoz oficioso. El daño que se está haciendo con esa actitud a las instituciones es incalculable, y se están además sentando las bases de la discordia civil, y de algo peor que prefiero no nombrar.
ETA estaba muy débil, pero se le pudo atribuir la matanza del 11-M, y se la atribuyeron los mismos que no están dispuestos a modificar una sola coma de la política que protagonizaron. De hecho, siguen actuando como si no estuviera tan débil y necesitada de salvar los muebles mediante un proceso de paz que no es otra cosa que un proceso de incorporación a la vida civil y de cerrar la barraca. El Partido Popular parece más dispuesto a instalarse en el resentimiento que a hacer valer sus propios méritos, y no es el menor de ellos la derrota actual de ETA.
Los ciudadanos vascos queremos acabar de una vez con esta pesadilla. No somos los únicos que pagamos sus efectos, pero somos nosotros los que convivimos con ella y sufrimos las consecuencias políticas, absolutamente miserables, de su pervivencia. No queremos aguantarlos diez años más, a la espera de una consunción que, mientras dure, conculcará nuestras libertades. Si están pidiendo acabar, y es lo que están haciendo, no queremos que se pierda esta oportunidad. Queremos que se acabe ya con ellos, y que se haga en los términos estrictos de la propuesta del presidente aprobada por el Congreso. Será un proceso difícil y ante el que no sobrará ninguna cautela. Necesitará de la colaboración y de la vigilancia de quienes no están dispuestos a ceder a las pretensiones de la banda, a que ésta culmine su "para algo". Una tarea de la que el Partido Popular también parece haber desistido.
Luis Daniel Izpizua es escritor.
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