Esclavos de la tecnología
El pasado viernes tras el Teleberri de la noche la amable locutora que presenta el espacio dedicado al tiempo nos incitaba a aprovechar el caluroso sábado que nos esperaba animándonos a que desde muy de mañana sacáramos nuestras toallas al jardín de la piscina o a la arena de playa. No iba a llover, e iban a subir las temperaturas. Lo deseado por cualquier persona que desea, vaya a la playa o no, un fin de semana como Dios manda, veraniego, y de chiringito pringoso para los amantes del bronce.
Pero el sábado amaneció nublado, en mi caso con las calzadas mojadas por algo que había caído por la noche y que superaba el rocío. El sol sólo de vez en cuando tímidamente aparecía entre las nubes, y el mal humor, rozando la bronca, se extendió por la casa al descubrir todos la enorme decepción que suponía ver lo real frente a las expectativas creadas por la televisión. El día, después, empezó a levantar, pero ya no era lo mismo, el mal ya estaba presente.
Cuando nuestra única previsión eran las témporas del fraile de Arantzazu o del pastor del Gorbea, con una mirada al crepúsculo del atardecer anterior, por si acaso, no nos llevábamos estas decepciones. Es más, un sano escepticismo hacia todo lo que provenía de los medios de comunicación nos fortalecía frente a las decepciones, quizás, porque no nos hacíamos muchas ilusiones. No te fiabas ni del parte meteorológico, camino de ello vamos, y aunque al final el día vaya aclarando ya había decidido quedarme en casa escribiendo esto. Para que te creas lo que dicen los medios.
Más de una vez me ha pasado este invierno pasado, ante las informaciones que daban las televisiones, que mi familia no se creyera que hubiese llegado a tal ciudad porque todos los puertos, según ellas, estaban cerrados. Cuando les juraba y les juraba que yo los había pasado todos sin cadenas no parecían quedarse del todo conformes, la verdad transmitida es más creíble que la de un testigo de la familia. Sin embargo, en estos casos los medios se fiaban de las autoridades que ponían el panorama mucho peor para curarse en salud. Luego, cuando la cosa va de verdad, como pudiera ser mi caso que ya no les creo, que no les haces caso porque casi siempre exageran, cuando dicen la verdad se monta parda. Porque una vez le llamé a una amiga de Protección Civil preguntándole cómo me iba a encontrar Navacerrada y ella sorprendida me dijo que cómo había pasado Burgos porque estaba cerrado. Tuve que informar al ministerio correspondiente a través de ella que en Burgos no había ningún problema.
Semejante cara a la mía del pasado sábado, por lo menos de preocupación, tendrían los agentes municipales de Bilbao que dotados de modernos GPS observaban cómo los coches, cual las góndolas en Venecia, andaban por la ría. Evidentemente los coches no andan por la ría, es el aparato ese el que funciona mal y da esos datos para estupor del que lo utiliza que habrá sufrido una enorme decepción, después de haberlo reivindicado ante la corporación municipal como una herramienta imprescindible y observar tan tamaño disparate. Es que cuando la tecnología nos abandona sentimos mayor decepción que cuando nos deja un ser querido porque creíamos que ésta, que carece de sentimientos, quizás por ello, jamás nos abandonaría hasta que acabara por romperse definitivamente. ¿Quién no ha sentido esa decepción ante su ordenador cuando le ha hecho una faena?
También a los municipales les pasó algo por el estilo cuando se les compró el Rolls Royce de las pistolas, la Sig Sawer, envidia entonces de todos los cuerpos policiales, y los nuestros, nada menos que de Bilbao, podían enorgullecerse: ¡será por pistolas!. Pero aquellas pistolas, al final se le echó las culpa a las cartucheras, empezaron a oxidarse en determinados puntos, y tuvieron que devolverse para que la empresa vendedora acabara resolviendo el problema que se planteaba. Y es que no se puede vivir tan a la última. Las de avancarga no daban tanto problema.
Viviendo bajo la dictadura de la tecnología, una dictadura más, está la de la moda, la del gregarismo de lo correcto, la de las vacaciones en agosto, la de la segunda vivienda y la del superpotente coche que a partir del carné por puntos sólo se debe utilizar a la cuarta parte de su potencia, haga el intento de liberarse. Use el autobús de toda la vida, el viejísimo TALGO que nos lleva a Madrid, no tire la vieja máquina de escribir, no se fíe demasiado de los medios, y si su GPS le dice que siga de frente y lo que hay es un muro, no le haga caso. Llegará a viejo.
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