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Columna
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Rituales

Josep Ramoneda

La política tiene mucho de representación teatral. La pasada semana asistimos a uno de sus rituales clásicos: el solemne anuncio del inicio de las negociaciones oficiales con ETA para el fin de la violencia. Durante las últimas semanas, esta cuestión ha centrado el debate entre los dos principales partidos españoles. Y sin embargo, todo es pura comedia. Se discute sobre si hay que negociar con ETA o no cuando se lleva ya más de un año haciéndolo. Todo el mundo lo sabe, representantes del Gobierno y de ETA y su entorno han estado reuniéndose con mediadores internacionales en distintos lugares de Europa. Fruto de estas relaciones fue el anuncio de la tregua. Incluso parece que la declaración del presidente Zapatero se retardó algún día a la espera de conocer los resultados de una última reunión. Y esto es bueno porque si las negociaciones se oficializan después de una serie de contactos previos, cabe pensar que las partes consideran posible el acuerdo. Pero todos los actores han actuado como si estuviéramos ante la primera reunión. Es un rito. Todos los procesos de fin de la violencia pasan por estas situaciones.

En cualquier caso, es un momento solemne porque marca el reconocimiento al grupo terrorista. Se le concede el estatuto de negociador. Nadie puede escandalizarse por ello. No hay negociación si no se acepta al otro -a ETA en este caso- como interlocutor. Aunque se repita que no habrá negociación política. ¿Qué es y qué no es política? La idea está clara: los terroristas no pueden conseguir un precio que signifique la modificación de las reglas del juego, como incentivo para el abandono de las armas. Sería injusto y peligroso. En realidad, a lo que incentivaría es a otros grupos a acudir a la violencia cuando no vieran posibilidad de conseguir sus reivindicaciones por las vías normales. Éste es el meollo del debate: en una sociedad democrática no se puede conseguir nada mediante la amenaza, el chantaje y el crimen, pero cualquier reivindicación política -dentro de los valores que definen el sistema democrático- debe tener cauces para su expresión y propuesta sin necesidad de acudir a la violencia, al chantaje y al crimen. Éstas son las dos piezas del problema y de ahí el debate sobre las dos mesas: la del fin de la violencia, con ETA, y la política, sin ETA. La posibilidad de éxito del proceso de paz se basa en estas dos cosas: que todos acepten que con la violencia no se puede conseguir nada, pero que las reivindicaciones que los violentos plantean, en aquellas cosas que no sean incompatibles con los principios de libertad y autonomía de las personas propios de la democracia, deben encontrar cauces representativos y reconocimiento institucional. Éstos son a la vez los límites y las posibilidades del proceso paz. Si todos tienen claro que éste es el perímetro del acuerdo final, puede haber éxito; si no, será imposible.

Y éste es el marco que ha intentado definir el presidente Zapatero en su declaración. Hay críticas sobre la forma. Entiendo que al Gobierno y al PP podía aliviarles evitar un debate parlamentario sobre la cuestión. Pero Zapatero se había comprometido y aunque hay consenso en no tenérselo en cuenta, en aras de un bien superior, el miedo al hemiciclo nunca es una buena noticia. Ciertamente, la posición del PP es una atenuante para Zapatero. Mariano Rajoy, aunque quisiera -cosa que dudo, porque no hay una sola muestra de que sea menos radical que su entorno-, no está en condiciones de dar marcha atrás en la estrategia obstruccionista del proceso de fin de la violencia que ha definido el núcleo duro de su partido. Pero si alguna señal del mundo exterior llega al limbo en que el PP se colocó la semana del 11-M, sus dirigentes se deben dar cuenta del carácter suicida de su estrategia. Los que la manejan sabrán qué intereses buscan con ello. Probablemente todo acabe en una pugna interna que desplace a Mariano Rajoy, porque las instituciones casi siempre -aunque pueda presentarse el argumento en contrario de la UCD- sacan sus mecanismos de corrección antes de caer en pérdidas irreparables. Pero el PP tendrá durante muchos años enormes dificultades para explicar a la ciudadanía por qué no quiso que durante el Gobierno de Zapatero se llegara al fin de la violencia en Euskadi. Y esto tendrán que explicarlo tanto si el proceso acaba bien como si acaba mal.

Pero vuelvo a la declaración de Zapatero y a su contenido. El presidente del Gobierno, que va tan sobrado -y esto sí que es peligroso- que se permitió el lujo de no leer un discurso que será escrutado hasta la palabra más inofensiva, quiso delimitar el marco de lo posible al que me he referido antes. Y lo hizo de forma clara, por mucho que algunos hablan de ambigüedad, especialmente en dos momentos. Al afirmar que el proceso será regido por "el principio irrenunciable de que las cuestiones políticas sólo se resuelven con los representantes legítimos de la voluntad popular", estaba dejando claro que no hay negociación política -en el sentido al que me he referido antes- con ETA y, por tanto, estaba invitando a Batasuna a aceptar las reglas del juego y legalizarse, para que sus reivindicaciones políticas entren en el juego democrático. Naturalmente, los dirigentes de Batasuna deberán pasar por las urnas antes de poder presentarse a negociar como representantes de la voluntad popular. Lo cual es muy clarificador respecto al calendario: primero, legalización, y cuando hayan pasado las elecciones, negociación política. O sea que con esta frase Zapatero marca el camino y gana tiempo.

La segunda frase definidora del marco del proceso es la que han utilizado profusamente los tramposos tanto de la derecha como del abertzalismo para manipularla en busca del derecho de autodeterminación. Zapatero se comprometió a respetar "las decisiones que los vascos adopten libremente", empieza la frase. Y aquí se han quedado los voceros mediáticos de la derecha y la izquierda abertzale. Sólo que la frase continúa diciendo: "Respetando las normas y procedimientos legales". Lo cual delimita bastante el terreno de juego. Los catalanes sabemos algo de esto, por experiencia propia en el proceso estatutario.

El marco y los actores están definidos, es posible que los caminos que lleven a este valle sean largos y tortuosos. Pero en el fondo todo depende de algo relativamente simple: que ETA tenga claro que ya no tiene lugar en el mundo. Y no lo tiene: porque ha sido derrotada, porque el contexto mundial le es adverso y porque, después del 11-M, es imposible dar el mínimo sentido -incluso para los más fanáticamente fieles- a sus acciones. ETA debe asumir su realidad. Todo lo demás es literatura. Alpiste espiritual para los suyos.

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