Necesidad de creer
El noruego Hushovd gana por centésimas un prólogo en el que brilló Valverde, cuarto a 4 segundos
Después de una semana terrible, después de poco más de ocho minutos de esfuerzo agonístico, un coloso noruego y rubio sube al podio del Tour. De premio le dan una botella de agua. Clara. Limpia. Como en los días en que habíamos olvidado el pecado original. Suenan himnos y aplausos. Brillan las sonrisas. El ciclismo es alegría; el Tour, una fiesta. Brilla el sol, reflejos irisados en el maillot amarillo. ¿Se puede escribir así? ¿Se puede creer todo esto sin ser un ingenuo sin remedio, un niño de siete años, un adulto triste necesitado de una sesión de magia para remontar el vuelo? ¿Se puede aún creer en los Reyes Magos?
El podio, brillante; la sonrisa, blanca, inmensa, de Thor Hushovd, el coloso noruego, el hombre de sangre y acero que acaba de ganar el prólogo de Estrasburgo, deslumbran como el sol de Almería, pero no pueden ocultar las sombras; al contrario, las hacen más dolorosas. La tristeza de Lavenu, el corazón encogido del director francés que piensa haber dado en el blanco con el fichaje de Mancebo y se encuentra con que el bombón sabe ácido el día que empieza a chuparlo y descubre que le sabe a traición. La miseria de los dirigentes del Astaná, que después de someter a sus ciclistas el tratamiento de choque de traerlos al Tour como escudo humano, les amenazan con la ruina si se atreven siquiera a comentar que conocen a Eufemiano Fuentes. ¿Fuentes? No le conozco, nunca había oído hablar de él, dicen todos. Lo dice también otro ciclista del equipo, ausente del Tour, con el que la Guardia Civil había abierto vías de diálogo; un ciclista que había sufrido en su salud los tratamientos dopantes del doctor canario. Llegado el momento de hablar, al ciclista le acompañó ante la benemérita un abogado de su equipo. Silencio total. ¿Eufemiano? ¿Quién es Eufemiano? Las sombras. Los rumores de sala de prensa. Las insidias. ¿Quién está con quién? ¿Qué médico ocupa el hueco de Eufemiano? ¿Dónde se alimentan ahora los campeones? ¿Y qué piensa la UCI?
Nos queda la alegría, la fiesta, centenares de miles de personas en las cunetas
Los campeones. Borremos de la relación de podios de las últimas diez Vueltas, de los últimos diez Giros y Tours, a todos aquellos corredores que han tenido controles positivos, que han estado implicados en redes, redadas, tramas investigadas por la policía, que han visto su nombre asociado a una investigación, a una duda. Borremos, pues, a Zülle, a Dufaux, a Escartín, a Chava, a Ullrich, a Igor Galdeano, a Heras, a Casero, a Sevilla, a Aitor González, a Beloki, a Nozal, a Santi Pérez, a Mancebo. Borremos a Gotti, a Pantani, a Simoni, a Garzelli, a Casagrande, a Osa, a Hamilton, a Armstrong, a Basso, a Rumsas, a Virenque, a Riis. Borrémoslos a todos. ¿Qué nos queda? ¿Qué historia? ¿Qué futuro?
Nos quedan unas carreras rotas, unos médicos millonarios, unas tramas clandestinas, unas ilusiones robadas.
Nos queda el Tour de 2006. La victoria obligatoria de un secundario, como en casi todos los años de la posguerra terminados en seis. Como Walkowiak en el 56, Aimar en el 66, Van Impe en el 76, Riis en el 96. Nos queda el agua clara. La alegría. La fiesta. Centenares de miles de personas en las cunetas. El deseo de recuperar la ilusión. La necesidad de emocionarse porque Hushovd, el tremendo sprinter, le ganó el prólogo por 73 centésimas, por 10,42 metros, una pedalada, a George Hincapié, el neoyorquino esbelto que tantos años ha estado de mayordomo de Lance Armstrong; el colombiano crecido en Central Park que aún no sabe cómo deben actuar los líderes, pero que está aprendiendo porque cree que puede ganar el Tour. La necesidad de creer en Alejandro Valverde, en el fuera de serie de Murcia, en el ciclista que llevó a España por primera vez en la historia la Lieja-Bastoña-Lieja y que, vestido de blanco -tanto símbolo- porque es el líder del ProTour, también cree que el Tour puede ser su carrera (y cedió sólo 4s a Hincapié: el segundo mejor de entre los favoritos). La obligación de hablar de ciclismo, de discutir sobre las virtudes estéticas nulas de la postura sobre la bicicleta de Floyd Landis, que agarra el manillar como lo haría una persona artrítica, sin fuerza, los brazos pegados al pecho; de imaginarse que la aerodinámica es más importante que la química, pese a que todo quedara en segundo plano para el norteamericano, que llegó tarde a la rampa de salida y cree que por eso perdió 6s. El sueño, finalmente, de volver a ver a todos los ciclistas como los veíamos de niños, figuras de colores en un álbum de cromos, depositarios de toda nuestra imaginación.
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