Ensayo en Kuwait
Hace un par de años se insinuó el espejismo de un cierto viraje hacia usos predemocráticos en el mundo árabe. Tenía que ver con los avatares del 11-S en Estados Unidos, pero también con la invasión de Irak, la incontrolable televisión por satélite o la misma demografía y el hartazgo de la vacía prédica oficialista, además de la presión occidental para arrinconar el extremismo musulmán. Esa ilusión, que incluía la mejora de la condición femenina y en su momento tocó a numerosos países -desde Egipto a Marruecos, desde Siria a Arabia Saudí-, se ha desvanecido como llegó en la mayoría de los casos. Pero una de sus excepciones es Kuwait.
Las elecciones generales anticipadas celebradas en el emirato que flota en petróleo, motivadas por el enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición a propósito de unas reformas electorales, han sido las primeras con participación femenina después de que hace un año el Parlamento garantizara el sufragio a las mujeres. Es cierto que ninguna de las 28 candidatas, de los 249 en liza, ha obtenido uno solo de los 50 escaños. Y que las féminas representan casi el 60% del censo electoral del minúsculo emirato. Pero sería poco realista esperar un resultado muy diferente en un país dominado por las alianzas tribales y el islamismo más conservador. Lo más importante del acontecimiento es, sin duda, la brecha que abre en un sistema concebido por y para hombres.
Por lo demás, los comicios parlamentarios kuwaitíes han sido ganados claramente por la oposición, una singular coalición de circunstancias entre prorreformistas, liberales e islamistas, agrupados en una plataforma nominal contra la corrupción que ha conquistado casi dos tercios de los escaños.
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